EL SOL QUE QUEMA
—¿Preparados?
Papá siempre dice eso cuando apaga el motor una vez ha aparcado en la plaza mayor. Entonces mamá refunfuña y le dice que mira que llega a ser de ciudad, y baja del coche y coge tanto aire que me parece que un día se hinchará y saldrá volando.
—¡Recordad: la primera sombra está en casa de la Cruda!
Papá cierra el coche a distancia mientras corre hasta el primer portal de la calle que lleva a la casa de los abuelos, y se esconde en la sombra de su balcón.
Mamá, en cambio, anda despacio, se para, sigue cogiendo aire como si hasta ahora no hubiera respirado nunca, y se deja acariciar por el sol, como dice ella.
Yo siempre trato de hacer lo mismo que mamá, pero llega un momento en que no puedo más y corro como un loco hasta casa de la Cruda.
El sol de Vilaverd quema, tiene razón Moisès. Pero a mamá, que nació allí, debe de ser verdad que la acaricia, porque bajo su luz se pone más blanda, más rosa, más lenta, y todo eso le sienta tan bien que, si cierro un poco los ojos mientras la observo desde la sombra de casa de la Cruda, casi la veo de niña y me entran ganas de que salte, corra y tenga la voz más aguda y las rodillas peladas, y lo deseo tanto que un día conseguiré hacerlo realidad, aunque solo sea unos segundos.