LA FICHA
Abrazado todavía al abuelo, me he dado la vuelta y he visto que la abuela nos miraba con los ojos felices pero la mirada triste. Me he levantado y entonces me he hundido en su esponjosidad agria. Y a ella también le he dejado una mancha de lágrimas en la camisa, como una medalla.
—¿Recogemos las fichas juntos, abuela?
Ha dicho que sí con la cabeza, como una niña pequeña a la que sus padres riñen por una travesura. Me he agachado para recoger la ficha del suelo y era la blanca doble, una ficha vacía. Entonces he vuelto a mirar a la abuela y no la he reconocido, como si todas las piezas de la cara, los ojos, la nariz, la boca, las mejillas, se le hubieran movido unos milímetros y fuera otra persona.
Le he dado la ficha y la ha guardado con las demás, y entonces ha vuelto a ser la abuela de siempre, me ha dado un beso y hemos ido juntos a la cocina.
—¡A ver qué cenamos hoy!
Si vuelvo a jugar al dominó con los abuelos, haré trampas para tener yo siempre la blanca doble.