O DE OLVIDO
Cuando llega el abuelo, me encuentra sentado en el sofá del vestíbulo del edificio donde vivimos.
—¿Y esos morros? ¿No tendría que estar enfadado yo? Me has dejado tirado y con la palabra en la boca.
Callo y subo en el ascensor con él.
—Si solo supiéramos lo que preguntamos, Jan…
Entramos en casa y me meto corriendo en mi cuarto, pero antes le digo:
—Tu o es de olvido.
Antes de cerrar del todo la puerta le veo la cara unos segundos y no está enfadado, más bien me parece aliviado. Pero al fondo, en la cocina, hay una sombra oscura con forma de abuela. Él la ha visto en mis ojos y ha corrido a abrazarla.
Cuando los abuelos se abrazan yo siempre quiero participar cogiéndolos por la cintura o metiéndome en medio, entre los dos, para hacer un «bocadillo de Jan». Pero hoy miro su abrazo escondido detrás de la puerta entornada de mi cuarto y cargado de culpa. Sé que si la abuela se menea así entre los brazos del abuelo es por lo que he dicho hace un momento. Y verla triste me hace más daño de lo que creía. No había pensado en ella.
Todas las preguntas que el abuelo ha ido contestándome hasta ahora eran sobre la enfermedad, sobre él, sobre cómo se pierden los recuerdos. Ahora, con la nariz pegada al marco de la puerta, se me ocurren montones de preguntas sobre la abuela Caterina que necesito que el abuelo me conteste, con los árboles o como sea. Pero tendré que esperar a mañana, y mientras tanto lo único que puedo hacer es sumergirme en la nube de perfume agrio de la abuela y ayudarla a endulzarlo, si no es demasiado tarde.