LA SOMBRA DE UN ÁRBOL
Nos hemos quedado bastante rato quietos delante del árbol, debajo de su sombra. En cuanto he empezado no he podido parar y le he hablado de las dos memorias, de la o, del corazón, de relojes, de agujas de coser e hilos, de fichas de dominó, de todo. Mamá se ha quedado callada todo el rato y han ido borrándosele las preguntas mientras se le subrayaba una sonrisa cada vez más torcida.
—Eres igual que tu abuelo. —Y no sé si era un reproche, ni si el reproche era para mí—. Lo has dicho tú todo. ¿Y yo ahora qué…?
Ha empezado a andar.
—Te quitamos la o.
—Por papá, ¿no?
—Y por mí.
Ha vuelto a pararse.
—¿No querías que me llamara Joan, como el abuelo?
—El nombre determina las cosas.
—¿Qué cosas, mamá?
—Esa forma vuestra de hablar, de utilizar los árboles y la merienda y las fichas de dominó para explicaros. Mi abuelo era igual.
—¿Y también se llamaba Joan?
—Sí, como su padre y su abuelo y…
La sombra del árbol se nos ha acercado y ha oscurecido a mamá.
—Hay cosas que hay que llamar por su nombre, Jan.