EL RELOJ DE CUCO
Cada vez que mamá o la abuela entran en mi cuarto y ven el reloj de cuco se ponen nerviosas, mamá más que la abuela.
—¿Seguro que lo quieres ahí, Jan? ¿No te molestará cuando suene?
—¡Qué dices! Si no funciona, el abuelo aún no me lo ha arreglado.
—A lo mejor no hace falta que lo arregle, así está bien, ¿no?
—Pero ¡yo quiero oírlo cantar, mamá!
El abuelo me ha dicho que le faltan aún algunas herramientas para poder ponerse manos a la obra, pero que en cuanto las tenga lo arreglará, que le parece que ya sabe qué le pasa.
—¿Con la de años que hace que lo tienes roto y ahora vas a arreglarlo? ¿Tú crees?
—¿Por qué no? ¿No me ves capaz, Caterina?
—No es eso, Joan, no es eso.
Y llega el fin de semana y papá acaba de montar el taller del abuelo siguiendo sus indicaciones. Entre los dos descuelgan el reloj de cuco y se lo llevan. Y la abuela se santigua. Durante un buen rato, ni el abuelo ni papá salen del cuarto de la plancha, que ahora es un taller de relojería, y mamá y la abuela se quedan sentadas en el sofá con la vista clavada en la puerta cerrada, hasta que de tanto mirarla llega un momento que se abre.
—Pues de momento no va. ¡Pasado mañana seguiré! —dice el abuelo con los ojos brillantes de una alegría que creía que ya no volvería a verle.
—¿Pasado mañana? ¿Y por qué no mañana, abuelo?
—Porque mañana iremos a pasar el día a Vilaverd.
Y ahora yo saltaría de alegría, pero leo en los ojos de mis padres y de la abuela que será la última vez que vayamos con el abuelo y la sonrisa me sale del revés.