VIERNES
Mamá es maestra, pero conmigo no quiere serlo nunca, dice que no puede. Por eso me llevan a otro colegio distinto del suyo. Si no, iríamos juntos de lunes a viernes, por la mañana y por la tarde. A veces pienso que sería cómodo ir y volver del cole con ella. Pero me lo quito de la cabeza cuando me la imagino en clase conmigo, pendiente de todo lo que hago.
Ahora el viernes me gusta aún más que antes, porque lo empiezo con mamá. Y de casa al cole hablamos. Desde que los abuelos viven con nosotros, me da la impresión de que paso menos tiempo con ella, o de que ella les da parte del tiempo que pasaba conmigo. Mamá hace esas cosas.
—¿No me cuentas nada? —pregunta, casi suplicando, cogiéndome fuerte de la mano, de camino al cole.
Antes no me gustaba que me cogiera de la mano, empezaba a darme vergüenza, pero desde que han llegado los abuelos soy yo el que la busca cuando salimos a la calle. Como no sé muy bien qué decirle, como no encuentro las palabras porque debo de estar dándoselas todas a los abuelos, le ofrezco la mano y confío en que así, de alguna forma, nos digamos algo el uno al otro. Como ahora, que le aprieto mucho los dedos, aflojo el paso y la miro a los ojos.
—¿Qué quieres que te cuente? Acabo de levantarme, mamá.
—No sé, pues algo de ayer, de lo que… hablas con el abuelo. Te gusta que vaya a recogerte, ¿no?
—Sí. Hablamos de árboles.
—¿Y los tocáis?
Ahora es ella la que se para y me mira con una sonrisa que me busca los ojos y casi me los empaña.
—¿Contigo también lo hacía?
—Claro. Y… ¿ya te ha hablado de su sauce llorón?
—Todavía no. Dice que algún día.
—Recuérdaselo. Que no se le olvide.
—¡No se le olvidará!
No sé por qué he gritado. Ya no nos hemos dicho nada más hasta que me ha dado un beso a la puerta del cole.