LA RAMA
Cuando ya hacía unos cuantos días que el abuelo estaba en cama con fiebre y había perdido la noción del tiempo, oyó unos golpecitos en la ventana de su cuarto. No sabe cómo, pero consiguió levantarse y abrir los postigos, y solo recuerda que una rama de su sauce llorón lo esperaba detrás de los cristales, y con la ayuda de un viento extraño y caliente aquella rama se le enroscó entre los dedos y un calor dulce le subió por el brazo hasta llenarle el pecho.
Su sauce llorón lo curó. Su medio sauce llorón, porque por culpa del rayo ya solo tenía la mitad de las ramas y aquel desequilibrio había hecho que se doblara hacia la ventana de su cuarto. Dice el abuelo que esa rama era como una mano de hojas verdes, cada hoja un dedo, y que la tuvo en la suya hasta que de repente se enfrió y se le escapó de entre los dedos.
El viento, ese viento caliente y extraño que ahora era frío, provocó que la puerta de su habitación pegara un portazo, por lo que enseguida apareció su madre, cerró los postigos y acostó otra vez a su hijo con una retahíla de reproches cargados de preocupación.
Pero el sauce llorón volvió a las andadas. Llamó otra vez al cristal de la ventana, con más fuerza, tanta que lo rompió, y la rama entró en el cuarto del abuelo y dejó cinco de sus hojas muertas, amarillas, encima de la manta de su cama.
Al día siguiente el abuelo no tenía fiebre y su ventana no tenía cristal, sino un tablero clavado con cuatro clavos, por eso no llegó a ver que dos hombres y una sierra hacían desaparecer aquel medio sauce llorón que lo había curado con una mano de hojas.