LAS CINCO
Salgo de clase pensando en la merienda. ¿Qué habrá puesto hoy la abuela en el bocadillo?, me pregunto.
Bajo la escalera corriendo y busco la cara del abuelo entre el bosque de padres, abuelas y canguros. Antes no lo buscaba, me encontraba él. No sé cuándo ni por qué, pero nos hemos intercambiado los papeles. Empiezo a sospechar que el cambio no es el cambio, son muchos cambios pequeños que suman uno grande, uno grande que no veo.
—Las cinco en punto. Un día te abrirás la cabeza, tarambana.
El abuelo me despeina y se ríe. Yo lo miro y no contesto. Mis ojos le dicen que tengo hambre.
—Si quieres merendar, dame un beso.
Respiro tranquilo y me lanzo a sus brazos. El abuelo se lleva una mano al bolsillo del abrigo.
No sé por qué me he agobiado. Las cinco, el abuelo y la merienda. Todo en su sitio.