DISTRAER LAS MANOS
Entre el abuelo y mamá me han explicado la mejor forma de hablar con la abuela, cuando tiene las manos distraídas, así que ahora cuando hago de portero pienso en ella y me imagino que me teje una red imaginaria en la portería pelada del patio y paro más goles que nunca.
—¿Otro agujero, Jan?
Me riñe contenta, me hace sentar a su lado y hablamos de hilos y de goles, o sea, del abuelo. Los hilos de la abuela son los árboles del abuelo, ahí es donde tiene todas las respuestas.
También tiene las manos distraídas cuando prepara la cena. Y, ahora que el abuelo se echa una cabezadita más a menudo en la butaca, me estoy acostumbrando a hacer los deberes en la mesa de la cocina, mientras la abuela se mueve entre el chup-chup de las cazuelas.
A veces deja que los fogones cocinen solos y se sienta a leer a mi lado, y se dibujan unos hilillos de silencio muy suave entre el libro de la abuela y mi cuaderno que hacen que no quiera acabar nunca los deberes.
Pero también hay días en que la abuela se pincha cosiendo, se mancha cocinando, se duerme leyendo. Días en que le peligra el cinco doble.
—Abuela, ¿tú conoces la historia del sauce llorón del abuelo?
—Sí, claro.
—¿Y por qué no me la cuentas?
La abuela deja quieta la aguja y levanta la vista, y a mí me da la impresión de que el hilo con el que cosía ha desaparecido, de que en mis pantalones vuelve a haber un agujero, un agujero redondo como una o.
—¿Aún no te la ha contado?