LA MERIENDA
Esta mañana mamá me ha dado dos bocadillos en vez de uno y le he puesto una mirada de pregunta.
—El desayuno y la merienda, Jan, hijo.
No he cambiado la mirada.
—Es que la abuela no se encuentra bien. Hoy voy yo al colegio.
—¿Qué le pasa?
—Está cansada, se pone muy nerviosa, ya lo sabes.
El «ya lo sabes» ha sido puntiagudo y se me ha clavado mientras mamá cogía el bolso y las llaves y encendía la luz del recibidor.
—¿Vamos?
Hoy el cole estaba más lejos. Durante todo el camino he evitado mirar a mamá a los ojos, por miedo de oírle decir respuestas a preguntas que no quiero hacerle.
Una vez en clase, el día ha pasado deprisa y se han hecho las cinco cuando aún no estaba listo para volver con mamá comiéndome la merienda preparada por la mañana.
—¿Qué tal ha ido el día?
El bocadillo de fuet reblandecido y una pregunta vacía. ¿Qué era peor, morder el pan sin hambre o responder a mamá? Las dos cosas. Con la boca llena, le he dicho que bien y he empezado a caminar. Ella me ha seguido creo que un poco decepcionada.
—Dice el abuelo que tú y él habláis mucho cuando volvéis del cole.
—Hablábamos.
—Jan…
Mamá se ha parado delante de un árbol y sus ojos me han desarmado.
—El abuelo dice que la sombra de un árbol puede salvarte.