EL PRIMER DÍA
El primer día que fue a recogerme el abuelo tardaron mucho en llegar las cinco de la tarde. Me parecía que el reloj del aula se había roto y pensaba: «Que venga el abuelo a arreglarlo». Pero si no daban las cinco no iría. La última clase, la de conocimiento del medio, me la pasé con los nervios colgados de las manecillas, tic, tac, tic, tac. Y el riiing de las cinco me hizo saltar de la silla y morderme el labio.
—Jan, ya me dirás dónde has estado durante la clase de hoy…
Me disculpé con la mirada mientras salía de clase con el sabor de la sangre en el paladar.
—¡Qué te has hecho, tarambana! —exclamó el abuelo.
Y me hizo enjuagarme la boca con agua de la fuente del patio, y con el cuello de la camiseta empapado y su mano revolviéndome el pelo recordé que yo a las cinco siempre tengo un hambre de lobo.