HAMBRE
—¡Con el hambre que tenía yo de joven!
El abuelo me mira comer. Me da la impresión de que cada mordisco mío lo transporta diez años atrás, veo que se le rejuvenecen las pupilas.
Sé que un día recordaré el sabor de la sangre, que aún no se ha ido del todo, mezclado con el del pan y el queso. Un día que un nieto mío meriende y a mí también se me rejuvenezcan las pupilas.
Entonces, igual que él ahora, le hablaré de mi árbol, que he decidido que sea el de la Ronda, porque, desde que encontramos aquel agujero y el abuelo intentó meter la cabeza, no he dejado de pensar en él: creo que ese vacío del tronco me será útil para guardar secretos, los secretos que compartiré con mi nieto.