ESTAS CONVERSACIONES
Si mis padres supieran todo lo que le pregunto al abuelo cuando volvemos del cole, seguro que me reñirían. Pero no entiendo cómo funciona su enfermedad, cómo se pierde la memoria, cómo se te puede vaciar la cabeza de todo lo que has vivido y lo que recuerdas, y necesito respuestas.
«No te cortes nunca cuando quieras preguntar algo, Jan». Papá siempre dice que hay que ser curioso, que tenemos que resolver todas las dudas siempre que podamos. Y eso es lo que hago con el abuelo, lo que hacemos los dos.
Me da la impresión de que el abuelo necesita tanto mis preguntas como yo sus respuestas, de que mientras me contesta a mí él también se tranquiliza al ver que sabe contestarme.
—Me gusta volver del cole contigo, abuelo.
—Y a mí, Jan.
—Y me gusta hacerte preguntas. Que me dejes hacértelas.
—¿Y por qué no?
—Papá y mamá no sé si…
—Tú olvídate de papá y mamá. Estas conversaciones son entre tú y yo.
—Y… ¿también las olvidarás?
—Yo no sé qué olvidaré, ni cuándo, ni cómo. Pero ¿sabes qué hago con lo que no quiero olvidar?
—¿Qué?
—En lugar de guardarlo en la memoria de la cabeza, lo guardo en la del corazón, porque esa no se me borrará.
—¿Y qué más guardas ahí?
—Todo lo que he querido, Jan.
—Hombre, ya… A la abuela, a mamá, a mí…
—Sí, también. Pero además el día que arreglé mi primer reloj, cuando nació tu madre, el día que conocí a la abuela, cuando talaron mi sauce llorón…
—Tu sauce llorón. Me dijiste que un día me hablarías de él…
—Ya llegamos, Jan. A lo mejor mañana.