74.
De pie en el césped de una casa de Green Lanes, espalda contra espalda con Olivia y Zoey, Ashley acababa de poner en marcha el inhibidor y miraba a todas partes, al acecho del peligro.
—¿Las ve? —le preguntó a su compañera.
—No, pero percibo movimientos en el aire. ¿Podemos avanzar con el inhibidor encendido?
—Enseguida lo sabremos.
Olivia tiró a la vez de las dos correas del portabebés para mantenerlo recto y aliviar los hombros, y empezaron a andar sin cambiar de posición.
El ataque llegó desde el garaje abierto de una casa, cuando pasaban por enfrente. Tres afilados discos de sierra volaron silbando en su dirección, tan raudos y finos que eran casi invisibles. Pero justo en el último momento perdieron velocidad y precisión: el primero pasó muy cerca de Zoey, que seguía durmiendo, y cayó entre Olivia y Ashley; el segundo rebotó delante de ellas; y el tercero conservó la suficiente fuerza para alcanzar el blanco, pero en lugar de hundirse en el torso de la sargento penetró en su muslo hasta la mitad.
Ashley gritó e hincó una rodilla en el suelo.
La herida era profunda y la sangre resbalaba por la pierna de la agente.
En el garaje, una gran cantidad de objetos se desplomó al paso de alguien o algo. Olivia ya no sabía si ayudar primero a su compañera o concentrarse en vigilar para prevenir otros ataques.
—¡Dígame algo, Ashley! ¿Es grave?
—Más bien sí —respondió la sargento con una mueca—. Mierda… Cómo duele…
La agente herida gemía, pero la adrenalina la ayudaba a mantener la sangre fría. Rasgó torpemente un jirón de la manga de su camisa e intentó sujetar el borde del disco, lo que le arrancó otro grito de dolor.
—Si me desmayo, coja el inhibidor, Olivia.
—¡No, no, no haga eso!
—No tengo elección.
Ashley tiró del disco de acero con todas sus fuerzas apretando los dientes para soportar el dolor. El círculo dentado cayó al suelo con un tintineo, y Ashley taponó la herida con el trozo de tela. Estaba empapada en sudor y respiraba desacompasadamente, pero no había perdido el conocimiento.
—Creía que este chisme iba a protegernos —gruñó tras comprobar que el inhibidor seguía encendido.
—Lo ha hecho. De no ser por él, los discos nos habrían cortado en rodajas —Olivia seguía vigilando, en particular el oscuro garaje. Sentía que el peligro no había pasado—. ¿Puede caminar?
—Tendré que hacerlo. Ayúdeme a levantarme.
Olivia la sostuvo y le arrancó la otra manga del uniforme para confeccionar una venda y ceñirla alrededor del muslo. La sangre la tiñó antes de que acabara de anudarla, y Olivia comprendió que la herida era demasiado profunda para conseguir detener la hemorragia tan fácilmente. Iba a decírselo cuando vio en sus grandes ojos que la sargento lo sabía. Sabía lo que eso significaba. Sin embargo, agarró una correa del portabebés y tiró de Olivia.
—Cuanto antes nos vayamos, antes encontrará a su hijo.
La Eco del garaje se materializó junto a las bolsas de basura del camino de acceso, justo al lado de la puerta levantada, con la apariencia de una de aquellas siluetas de sombra con brazos y dedos desmesurados, alta y fluctuante, como un chorro de aceite en suspensión. En cuanto apareció, se abalanzó sobre Olivia con tal rapidez que a esta apenas le dio tiempo a pestañear.
No hubo contacto. Solo un rugido distorsionado, como si sonara bajo el agua. La sombra se había volatilizado a menos de tres metros de Olivia.
—¡El inhibidor! —comprendió Ashley—. ¡Venga! ¡Vámonos!
Sobresaltada, Zoey se despertó y rompió a llorar.
Olivia tenía el estómago en la garganta. Había estado a punto de morir y no había reaccionado, ni siquiera para proteger a su hija. Aquellas criaturas eran mucho peores de lo que había imaginado.
Mientras se alejaban, trató de calmar a Zoey acariciándole la mejilla, que era lo único que podía hacer por el momento; pero la niña lloraba a lágrima viva, alertando de su presencia a toda la calle.
Ashley cojeaba mucho y apretaba los dientes a cada paso. No conseguirían llegar muy lejos. Tenían que buscar otra solución. Olivia examinó el entorno. Casas idénticas, y nadie a la vista. A lo lejos, las peticiones de auxilio se multiplicaban, acompañadas de alaridos, y a veces de disparos. Poco a poco, el pueblo se hundía en la locura.
Ashley tenía la pierna cubierta de sangre hasta el zapato, que dejaba una huella roja a cada paso.
La Eco volvió a cobrar forma justo delante de ellas y las atacó antes de que pudieran esquivarla.
Una vez más, al entrar en el radio de acción del inhibidor se disipó como un puñado de harina negra arrojado al aire, y de nuevo con un estertor subacuático.
El llanto de Zoey redobló.
La Eco volvió a la carga, esta vez desde un lado, y Olivia tuvo la sensación de que había conseguido penetrar en el radio, a tan solo dos metros de ellas.
—¡Cada vez se acerca más! —exclamó aterrada.
¿Cogía más impulso en su dimensión paralela, o su fuerza crecía minuto a minuto?
Al cuarto ataque se desintegró a unos centímetros de ellas, que notaron el halo glacial que la envolvía, y exhalaron una bocanada de aire helado.
—¡Ashley, nos va a alcanzar! ¿Qué hacemos?
Presas del pánico, eran incapaces de correr. Por un segundo, Olivia tuvo la tentación de arrancarle el inhibidor del cinturón a Ashley, abandonarla a su suerte y salir huyendo, pero ahuyentó esa idea. Ella no era así. Nunca lo había sido.
«Piensa en Zoey…».
Luchando consigo misma, Olivia sacudía la cabeza.
La Eco volvió a corporeizarse entre los setos recortados que separaban dos jardines.
Ashley se aferró a la mano de Olivia.
La Eco se deslizó dos metros hacia ellas, pero cuando se disponía a saltarles encima se quedó inmóvil.
También Olivia había oído el ruido que la había distraído. Mapple Street arriba, un joven observaba la escena agachado junto a un coche. Olivia pensó en aprovechar la ocasión para huir y calculó sus posibilidades. Si la Eco se lanzaba sobre aquel desventurado, podían arriesgarse a alcanzar la siguiente calle, confiando en que no las persiguiera.
«Pero Ashley no está en condiciones de…».
La Eco vibraba. Un murmullo grave, como el que harían muchas voces cuchicheando unas con otras. ¿Dudaba?
—¡Corra hasta nosotras! —gritó Ashley—. ¡Si quiere vivir, corra!
El chico se lanzó a la carrera en el momento en que la Eco se abalanzaba sobre él y se cruzó con ella sin rozarla. Corría con tal rapidez y agilidad que parecía capaz de llegar junto a ellas. Pero la Eco volvió a erguirse a sus espaldas.
—¡Deprisa! —lo animó Ashley.
Olivia estaba muda. Lo había reconocido.
Derek Cox.
La inercia lo proyectó contra Ashley, y los dos rodaron por el suelo.
Al instante, Olivia se percató de que no solo había dejado de estar lo bastante cerca de Ashley para que el inhibidor la protegiera, sino que además el aparato se había desprendido del cinturón de la agente y estaba tirado en medio de la calle.
Se le erizó el vello de la nuca mientras un sonido de bajos profundos llenaba el aire. Zoey soltó un agudo chillido, y la sombra las rozó.
En el suelo, las piernas de Ashley Foster describieron un movimiento horrible: se doblaron en el sentido contrario a las articulaciones, hasta que los pies se juntaron con los muslos y estos se aplastaron contra el pecho de la joven, al tiempo que los brazos se partían a su espalda. Un chorro de sangre brotó de sus labios, los ojos se le salieron de las órbitas y una terrible sacudida agitó por última vez su cuerpo machacado.
Olivia temblaba. Vio que la Eco que se cernía sobre Ashley se levantaba y supo que era su turno. Pero las piernas apenas la sostenían, no tenían fuerzas para impulsarla, para permitirle intentar huir.
Con el rabillo del ojo vio que Derek Cox miraba el inhibidor, y supo que lo cogería primero y que sería inútil intentar arrebatárselo, porque era mucho más rápido y fuerte que ella. Ágil como un gato, el chico rodó sobre sí mismo por la calzada y se apoderó del aparato, en el momento en que la Eco se volvía hacia ellas.
Derek miró a Olivia.
En sus ojos había tanta humanidad como en los fantasmas que asolaban el pueblo.
En ese momento, Olivia supo que iba a morir.
—Perdóname, Zoey —dijo.