67.
Olivia se abalanzó sobre el teléfono móvil y llamó a Gemma, que respondió al segundo tono.
—Gemma, mete a todo el mundo en el coche y venid ahora mismo.
—De acuerdo, los chicos están terminando…
—Es urgente, Gemma. Dejad los platos como estén e id a pagar, te lo devolveré, pero no esperéis más, corred al coche, ¿entendido?
—Sí, claro… Ahora mismo vamos.
—¿Dónde estáis?
—En el restaurante mexicano, en East Spring Street.
—Muy bien, no tardaréis más de cinco minutos. Daos prisa, y dile a Connor que me llame en cuanto estéis en el coche, quiero oíros durante todo el trayecto, es… ¿Gemma? Gemma, ¿me oyes?
De pronto, un rugido irrumpió en la línea. Luego se transformó en una voz atroz, grave y amenazadora, que gritaba palabras incomprensibles, y a esta se sumó un coro de alaridos de dolor, hasta que se cortó la comunicación.
Olivia tenía el corazón en la garganta.
—¿Están bien? —preguntó Tom alarmado. Su mujer volvió a marcar, pero se había quedado sin cobertura.
—¿Tu teléfono tiene línea, Tom?
—Sí, toma.
Olivia llamó al número de Gemma, pero le respondieron unos aullidos y soltó el móvil de inmediato.
Empezó a jadear, presa del pánico.
—Chad… —balbuceó.
—Gemma sabe lo que tiene que hacer —le aseguró Tom para tranquilizarla, aunque también él estaba frenético—. Sube a buscar a Zoey y a Owen. Yo me encargo de meter lo imprescindible en el coche. Si no están aquí en diez minutos, salgo disparado a buscarlos.
Entretanto, Ethan llamaba a Alec Orlacher. El clic de inicio de la comunicación le indicó que había descolgado, aunque no oía nada.
—Orlacher, ¿está ahí arriba? ¿Orlacher? —en el aparato resonó una respiración lenta y sibilante. Ethan frunció el ceño—. Orlacher, ¿me oye?
Algo salpicó el micrófono de Orlacher, y entonces Ethan percibió un ruido blando, e incluso creyó distinguir un gemido ahogado. De pronto se oyó un grito desgarrador, casi una súplica, y una explosión líquida saturó el altavoz del teléfono. La llamada se cortó. Ethan volvió a intentarlo, pero nadie respondía.
—Esto no me gusta —le dijo a Ashley—. Encárgate de ellos y luego corre a jefatura. Voy a avisar por radio a los equipos para que ordenen la evacuación inmediata del pueblo.
—Warden no lo autorizará sin un buen motivo.
—¿Un buen motivo? ¡Que ese idiota se asome a la ventana, no tardará en ver docenas!
—¿Adónde vas tú?
—Al monte Wendy. Todo parte de ahí. Si Orlacher ha tenido algún problema, Mahingan Falls será en un infierno. Hay que detener la señal antes de que sea demasiado tarde.
Un zumbido sordo invadió súbitamente la casa, y todas las bombillas explotaron al mismo tiempo. Esta vez, la corriente se cortó del todo. Del televisor y el equipo de música salían sendos hilillos de humo gris. Fuera, el sol, oculto ya tras las montañas del Cinturón, estaba a punto de ponerse, y la penumbra se extendió por la casa de los Spencer.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la voz asustada de Olivia desde la planta de arriba.
—Una sobrecarga —dijo Ethan.
—Se ha ido la electricidad —confirmó Tom—. ¿Estás bien, cariño?
—¡Las bombillas lo han llenado todo de cristales!
Tom dejó a los dos policías en la entrada y se lanzó escaleras arriba para auxiliar a los suyos. Ethan sacó el móvil e intentó llamar a Cedillo, pero una siniestra voz gutural le respondió al oído en un idioma desconocido, y una vez más, como salido directamente del infierno, el coro de hombres y mujeres que gritaban desesperados le obligó a colgar de inmediato. El resto de números con los que probó suerte dieron el mismo resultado.
—Las líneas están fuera de servicio, tomadas por las Eco —dijo—. Ashley, ve a tu coche y comprueba si la radio funciona.
La chica salió a toda prisa y cerró la puerta tras de sí.
Tom volvió a bajar con Owen y Olivia, que llevaba a la pequeña Zoey en brazos.
—Los móviles han dejado de funcionar —les advirtió Ethan.
—¿Son las Eco?, ¿nos están atacando? —preguntó Tom inquieto.
—La sobrecarga debe de ser cosa de la erupción solar, que ya nos ha alcanzado: les ha abierto las compuertas a esas criaturas, y ahora mismo están en las ondas telefónicas.
—¡Oh, Dios mío, van a atacar! —gimió Olivia.
Corrió al salón en busca del enorme inhibidor que acababa de comprar, pero al ver que empezaba a echar humo, soltó una maldición.
—¡Se ha quemado!
Iluminándose con el teléfono, Tom se dirigió al cuadro eléctrico de la casa y constató que el interruptor principal estaba bajado. Lo subió y oyó varios clics.
—Ya hay luz. Solo hay que cambiar las bombillas.
—No tenemos tiempo —dijo Olivia, que estaba metiendo en una bolsa purés envasados para bebé y todo lo que le parecía de utilidad—. ¡En cuanto llegue Chad, nos largamos!
Ashley volvió a entrar en tromba.
—En el coche ya no funciona nada. Los circuitos eléctricos se han quemado.
Ethan hizo una mueca.
—¿La radio tampoco?
—Tampoco.
—¡Mierda!
—¿El coche? —exclamó Olivia—. ¡Tom, échale un vistazo al nuestro!
Tom corrió hacia la puerta, y allí se topó con Roy, que dio un respingo.
—¿Están todos bien? —preguntó llevándose una mano al pecho—. Todo el barrio parece revolucionado…
—Roy, ayúdeme a recoger las cosas de Zoey —le pidió Olivia—. Nos vamos, y usted se viene con nosotros.
Ethan, mientras tanto, continuaba intentando comunicarse con Orlacher, sin éxito. Sacudió la cabeza.
Tom volvió a entrar, pálido.
—Me temo que todos los vehículos están igual…
—¿Quieres decir que Chad está atrapado en el pueblo? —preguntó Olivia, aterrorizada.
—No está solo —le recordó Tom—. Llegarán, aunque sea a pie.
Olivia negó con la cabeza.
—No, yo no dejo a mi hijo a merced de esas abominaciones.
—De acuerdo, voy a buscarlo.
Roy se volvió hacia el teniente Cobb y señaló el camino de entrada.
—Ese viejo todoterreno no puede tener muchos componentes eléctricos… Debería poder arrancarlo sin usar el estárter, ¿no?
—No sé nada de mecánica —confesó Ethan—. ¿Usted se ve capaz?
—No sé mucho más que usted, pero si levanto el capó y echo un ojo, tal vez me aclare. En esa época iban a lo sencillo.
—Tengo herramientas en el cobertizo, Roy —dijo Tom—. Sírvase usted mismo.
Todo el mundo hacía algo. Ashley acompañó al anciano para alumbrarle bajó el capó con su linterna.
El único inmóvil era Ethan. Las ideas se agolpaban en su cabeza.
Tom pasó junto a él y se sentó en los peldaños de la entrada para ponerse unas zapatillas de deporte.
—¿En qué piensa? —le preguntó al teniente mientras se anudaba los cordones.
—Las Eco necesitan electricidad para moverse libremente por las ondas emitidas por el Cordón. Hay que ir allá arriba para cortarla.
—¿No ha enviado a nadie?
—Sí, a Orlacher, pero creo que le ha ocurrido algo. Tengo que ir yo.
—Si es el punto de entrada de esas mierdas, ¿no es un poco peligroso?
—Puede que tenga algo para protegerme… Cogí unos inhibidores portátiles de la furgoneta de Orlacher.
—Si les ha pasado lo que a nuestros aparatos eléctricos, le servirán de poco.
—No, estos van con batería, deberían funcionar.
Olivia salió y dejó a Zoey a sus pies.
—Si neutraliza la señal, ¿se arreglará el problema?
—Según el hombre que ha subido, sí.
—Pero cuando la antena vuelva a funcionar, las Eco regresarán, ¿no? —preguntó Tom.
—En principio no, puesto que la tecnología que les permitió entrar en nuestro plano ya no está activa. La han retirado.
—¿«La han»? ¿Quiénes? —quiso saber Tom.
Olivia intervino antes de que el teniente pudiera responder.
—¿Lo he entendido bien, Ethan? Si sube a esa dichosa montaña, ¿nos librará de esas criaturas, a nosotros y a todo el pueblo?
—Hay que derivarlo todo y después reiniciar el sistema, para cerrar la brecha por la que transitan entre su éter y nuestro plano. Solo puedo hacerlo desde lo alto del monte Wendy.
Olivia se retorcía las manos, nerviosa e indecisa.
—Siendo así, hay que jugárselo todo a esa carta —dijo al fin—. Ve con él, Tom. Corta esa maldita señal.
—¿Y Chad?
—Iré a buscarlo yo.
—No, tú…
—¿Puede prestarme uno de esos inhibidores, Ethan?
—Claro.
—Muy bien. Me llevo a Zoey y a Owen conmigo. Tú, Tom, ayuda a Ethan. Más vale que seáis dos.
—Ashley irá con usted —decidió Ethan.
Tom sacudió la cabeza.
—Es peligroso. Quédate aquí, yo me ocupo de Chad.
—Los coches están averiados, no puedo ir a ningún sitio, hay que actuar. Ya he tomado una decisión, y estaré con la sargento Foster.
—Pero…, y dos mujeres solas…, debe ir un hombre con vosotras para prote…
—¡Para, Tom! —exclamó Olivia, enfadada y tensa.
Había que decidirse, rápido, y Olivia no estaba dispuesta a perder un segundo más. Un instante después se había calmado y el miedo había desaparecido de su voz.
—Olvida tu educación caballerosa y sexista, somos muy capaces de defendernos. Necesito saber que proteges nuestras vidas atacando la raíz del problema —le dijo a su marido. Luego le cogió las manos y, con toda la confianza que existía entre ambos tras casi quince años de matrimonio, pero también con firmeza, añadió—: Cariño, esta casa alberga las Eco de Jenifael Achak y sus hijas, y si ahora están llenas de energía para saltarnos encima durante la noche, es cualquier cosa menos un lugar seguro. Estaré mejor fuera con nuestros hijos. ¡Yo reúno a la tribu, y mientras tanto tú te dedicas a salvar este maldito pueblo!
Owen le tiró de la manga.
—Yo le seré más útil a Tom —aseguró—. Ahora conozco el bosque como la palma de mi mano, podré guiarlos.
—No, tú vienes conmigo.
—Pero ¡puedo llevarlos al barranco, allí no llega ninguna señal! Rodearemos el Cinturón sin peligro y luego nos bastará con torcer hacia el norte en dirección al monte Wendy…
—Roy conoce el camino, él los acompañará.
—¡Está arreglando el coche! Y yo soy más ágil… Roy hará que se retrasen en el bosque y al subir la ladera. ¡Tom cuidará de mí! —Owen miró a su tía a los ojos y murmuró—: Confía en mí.
Esta vez, Olivia preguntó a su marido con la mirada, y Tom suspiró antes de asentir.
—Vale, pero harás caso de todo lo que te diga.
Ethan, que había salido a buscar un inhibidor portátil, volvió y le tendió a Olivia una especie de walkie-talkie con una gran antena negra.
—Es muy sencillo —dijo—. Para ponerlo en marcha, haga girar este mando. Está regulado para cortar todas las ondas en un radio de unos tres o cuatro metros.
—Perfecto.
—Una cosa más. Estos aparatos son potentes, así que consumen mucha energía. Orlacher me advirtió de que cuando funcionan con batería no duran más de media hora. Así que utilícelo con moderación, solo si se siente en peligro.
Ethan dio un paso atrás e invitó a Tom y a Owen a seguirlo.
Tom se acercó a su mujer.
—¿Estás segura?
—Cuida de Owen y no te arriesgues más de lo necesario. ¿Me lo prometes?
Se abrazaron y se dieron un beso cálido y breve, demasiado breve. Luego, Tom estrechó a Zoey en sus brazos, cogió una linterna y se la metió bajo el cinturón.
Ethan ya estaba fuera, dándole las últimas instrucciones a Ashley.
Tom no conseguía apartar los ojos de su mujer. La sangre le golpeaba las sienes.
Salió de la casa sin dejar de volverse.
Pero Olivia ya estaba preparándose para buscar a su hijo.
Tom atravesó el jardín, y mientras Ethan y Owen se internaban en la oscuridad del bosque entre el ulular de una lechuza encaramada en las alturas, echó un último vistazo a la Granja. Las negras ventanas le devolvieron la mirada. Negras de odio.