29.
Estaban aturdidos.
Como si hubieran recibido un derechazo en plena sien. La familia entera estaba grogui. Como si un monstruoso jet lag hubiera separado la conciencia de todo lo demás y la hubiera dejado flotando en el cuerpo con desganada indiferencia. El despertar fue difícil. Por suerte, tras acostar a los niños Tom se había quedado levantado hasta tarde para retirar los restos del cadáver calcinado de Smaug, y con la ayuda de Roy McDermott incluso había hecho desaparecer los vestigios de la hoguera. Solo subsistía una gran aureola negra en medio del césped. Tom lo había intentado todo para eliminarla, pero sin éxito. La siniestra marca estaba profundamente impresa en el terreno.
Olivia fue a buscar hamburguesas y batidos de los sabores preferidos de los chicos, que, todavía en estado de shock, apenas los tocaron. Chad no lloraba fácilmente, ni siquiera cuando se hacía daño. Verlo con la cara escondida en el codo toda la mañana, sacudido por los sollozos, acongojaba a su madre, que se estaba preguntando cómo afrontarían el día cuando Gemma apareció en la puerta de la cocina. Al instante se sintió culpable por no ser capaz de relativizar. Smaug era un perro; Gemma, un ser humano. Si había que dar prioridad a alguna tragedia, la de la chica era decididamente más grave. Pero las circunstancias de la muerte del labrador los atormentaban. Jamás habían oído una historia tan siniestra. Un perro que se suicidaba… Porque eso era exactamente lo que había hecho Smaug, no había duda posible. Había corrido entre la gente derecho al fuego, para arrojarse a él. No había intentado saltar la hoguera, y menos aún huir al chamuscarse el pelo. No, se había quedado entre las llamas voluntariamente. Aullándole a la muerte y dejándose abrasar.
¿Qué perro hacía algo semejante? «¡El muy idiota! Hacernos pasar por esto a todos…». Olivia se sintió culpable una vez más. El pobre animal había sufrido un martirio. Tenía que haber una explicación. ¿Lo estaría devorando el cáncer sin que ellos lo supieran? Hasta el punto de querer acabar con todo de una vez… Los perros tienen la capacidad de aguantar sin quejarse, lo que a veces impide que sus dueños se den cuenta de lo que les pasa. Parecía poco probable. Sin embargo, Olivia trataba de entender. Los primeros días en la casa nueva, Smaug había pasado miedo: un auténtico perro de ciudad, aterrorizado por el primer mapache que veía. ¿Se habría llevado un susto de mil demonios mientras husmeaba en el bosque y al ver tanta gente había perdido el control? ¿Sabía siquiera lo que hacía? Olivia no tenía respuesta, pero su mente, ávida de explicaciones y especialmente cartesiana, no cesaba de elaborar hipótesis, que sabía de sobra que no podría verificar. Al final, puede que eso fuera lo más frustrante.
Su atención volvió a Gemma, que jugaba con la pequeña Zoey.
El terrible incidente de la víspera no debía hacerle olvidar el trance por el que estaba pasando la chica.
Comprobó que Tom no andaba lejos y podía echar un vistazo a los chicos y la niña, y le hizo un gesto a Gemma para que la siguiera.
—Lo he pensado mucho —le dijo en un tono que no admitía réplica—. Quiero que me des la dirección de Derek Cox.
—Olivia, no creo que eso sea…
—No solo me vas a dar la dirección; además, vendrás conmigo.
Connor se presentó a media tarde y encontró a sus amigos sentados en silencio delante de la casa, devastados. Corey se lo contó todo y Chad se aplastó una nueva lágrima en la comisura del ojo. Owen nunca había visto a su primo así. No hablaba y apenas respondía; lo único que hacía era llorar o mirar por la ventana con una expresión ausente.
—Venga, vamos a dar una vuelta —decidió Connor.
—No sé si tengo muchas ganas… —murmuró Owen.
—Es importante. Tenemos que hablar.
Owen se imaginaba por qué. La tragedia del perro solo había sido el epílogo de un día repleto de atrocidades. El espantapájaros, por supuesto, que esta vez habían visto los cuatro, pero sobre todo la muerte de Dwayne Taylor. La habían presenciado todos, y ninguno había dicho nada. Fort Knox. Hasta nueva orden. Y Connor creía que había llegado el momento. Con una muerte de por medio, no podían esperar más.
—No tengo ganas de volver al bosque —confesó Owen.
—Nos quedaremos ahí, en el callejón, pero es mejor alejarse un poco de la casa. Venga, venid.
Chad se levantó de un salto, y su disposición animó a los demás. Los chicos lo siguieron.
Formaron una fila espontáneamente y, a paso lento, empezaron a subir la calle, flanqueada por un monte bajo relativamente denso. Connor fue el primero en hablar.
—¿No habéis dicho nada?
—No, a nadie —respondió Corey.
—Fort Knox —confirmó Owen.
—Bien. Sé que no es fácil… No he parado de pensar en él desde ayer. Esta noche casi no he pegado ojo.
—¿Él? —preguntó Owen—. ¿A quién te refieres, al espantapájaros o a Dwayne?
Connor se encogió de hombros.
—En realidad, a los dos. No dejo de ver la cabeza de Dwayne sin mandíbula, con la lengua y los ojos…
—¡Basta! —gritó Corey—. Ya lo hemos entendido. También estábamos allí.
—No podemos dejar su cuerpo abandonado en medio del maizal… —opinó Owen.
—¿Y qué quieres hacer? —replicó Connor, bastante irritado—. ¿Volver?
—No, pero podríamos avisar a algún adulto…
El tono subió de golpe.
—¡Eso ya lo hemos hablado! ¡No podemos! Nadie nos creerá, nos harán miles de preguntas y acabarán confundiéndonos, lo he visto en más de un reportaje. Al final estaremos tan agotados que contaremos cualquier cosa, nos acusaremos los unos a los otros y acabaremos encerrados en la cárcel para el resto de nuestras vidas. ¿Es eso es lo que quieres?
—Pero ¡si no hemos hecho nada! —dijo Owen, indignado.
Corey señaló a Connor.
—Tiene razón. Con los polis nunca se sabe. Si son buenos, todo irá bien, pero como nos toquen unos inútiles lo llevamos claro.
—¡Si ni siquiera sabemos lo que era! —gritó Connor irritado, mostrando una cierta fragilidad, que intentaba disimular—. Seguro que ese espantapájaros era un maníaco disfrazado.
—¡Eso también lo hemos hablado ya! —le recordó Owen, crispado—. Sabes perfectamente que no era un disfraz. Es imposible. Lo hemos visto de cerca: en la calabaza no había nada. ¡Y vomitaba gusanos por todas partes! ¿Y el olor qué? ¡No, claro que no!
Al oír esas palabras, Chad levantó la cabeza.
—Yo sí he visto lo que había en la calabaza —dijo con la voz aún ronca por la emoción—. Una especie de luz. O más bien un movimiento, algo aún más negro que la oscuridad en la que flotaba, una espiral lenta, antigua y… maligna.
Todos lo escucharon en profundo silencio. Luego Connor, tan pragmático como siempre, respondió:
—Como los adultos escuchen eso, nos mandan directos al manicomio. Al final, puede que Corey tuviera razón, que fuera una droga en el agua o una especie de delirio colec…
—No fue una alucinación —insistió Owen—. No habríamos tenido todos la misma. Y suponiendo que lo fuera, ¿quién mató a Dwayne Taylor? ¿Nosotros?
—No…
—¡Entonces deja de decir tonterías!
Owen se estaba encolerizando, y su tono les hizo callar momentáneamente. Avanzaban a la sombra del dosel vegetal que cubría la calzada.
—Esto me asusta —acabó confesando Connor, menos agresivo.
—A mí también —respondió Owen.
—En el fondo, sé perfectamente que no fue ninguna droga. Solo lo decía para… Ha sido una estupidez, es verdad. Pero tiene que haber alguna explicación.
Corey, deseoso como siempre de poner paz, intentó resumir.
—A todos se nos pusieron por corbata. No podíamos ni respirar… —miró de reojo a Chad—. Y nos sentimos perdidos, pero no podemos acudir a la poli ni en sueños. Sobre todo porque llevábamos el lanzallamas y la ballesta. Con todo ese maíz quemado, nos acusarían de haber intentado achicharrar a Dwayne.
—Yo perdí la ballesta —murmuró Chad—. Si la encuentran, tendrá mis huellas.
—¿Y qué? —respondió Connor—. No tienes antecedentes, así que tus huellas no están en ningún fichero. ¡No van a recoger las de todos los chavales del pueblo y la región! Olvídate de la ballesta.
Connor se agachó para coger unas cuantas piedras, que lanzó maquinalmente hacia los helechos. Rumiaba algo. Owen lo sabía, así que acabó por ir directo al grano.
—¿Por qué querías que habláramos?
Connor se mordió el interior de la mejilla. Le costaba hablar de lo que le rondaba por la cabeza. Dio unos cuantos pasos más y disparó el resto de su munición antes de atreverse.
—Ayer, cuando estábamos en el barranco, antes de que decidiéramos hacer Fort Knox con todo lo que había pasado, dijiste que no estábamos solos. ¿Lo crees de verdad?
Owen se balanceó, no muy seguro de sí.
—Es posible. De todas formas, ya lo visteis: cuando el espantapájaros quiso perseguirnos por el barranco, ya no era él mismo.
—¡Hacía eses como si estuviera borracho! —dijo Corey riendo.
—Esa cosa no pudo seguirnos —recordó Connor—. Ayer dijiste que luchaba contra algo en su interior, como una especie de enemigo. Entonces, vale, puede que no fuera un tipo disfrazado, ¿y si se trata de algún sistema teledirigido?
—¿Qué quieres decir? —intervino Corey.
—La idea de una lucha interior… Es como si el espantapájaros se hubiera alejado demasiado. Habría una especie de base, una batería o yo qué sé, y al sobrepasar el límite del chisme se desplomaría, como le ocurre a un dron si lo envías fuera del alcance del mando a distancia.
—¿Un robot? Nos habríamos dado cuenta cuando ardió… Por dentro no tenía hilos ni circuitos, solo paja.
Connor se encogió de hombros y tragó saliva ruidosamente.
—Ya lo sé, pero de todas maneras…
Era evidente que buscaba una mínima explicación racional a la que poder agarrarse, incluso torpemente, sin creérsela en realidad.
Chad se sorbió la nariz.
—No —dijo—. El espantapájaros vino a nuestra casa, que está mucho más lejos de sus palos que el barranco.
—Y no era la primera vez que nos seguía por el barranco —les recordó Owen—. El día que lo vi solamente yo, nos persiguió, pero se detuvo allí. Creo que el problema no es él, sino el barranco. Allí hay una fuerza que él no resiste.
—¿Una especie de rayo invisible? —sugirió Corey.
—No lo sé. Pero si existe una energía negra capaz de mover a un espantapájaros para convertirlo en un asesino de niños, puede que también exista una energía blanca para luchar contra ella.
—¡Lees demasiados cómics!
Chad salió en defensa de su primo.
—¡No, no es ninguna tontería! En clase de Física nos han explicado que todo es equilibrio. Cada fuerza tiene su contraria. Eso es lo que sostiene al universo para que no se derrumbe.
—Eso son chorradas, el universo no necesita que lo sostengan: flota. Y en todo caso lo sostendría la mano de Dios, pero como nosotros no podemos verla, nos inventamos teorías de tres al cuarto.
—¿Y eso qué más da? —replicó Chad—. Sean fuerzas, energías o Dios y el diablo, el caso es que algo dio vida a ese espantapájaros, y eso no puedes negarlo. Así que suponer que en el barranco podría estar su contrario, a mí me parece lógico.
Se produjo un silencio que duró unos cuantos metros, interrumpido únicamente por el canto de un mirlo, hasta que Connor volvió a tomar la palabra.
—¿Y cómo explicas que esa… cosa esté ahí, en un sitio tan perdido como el barranco? No tiene sentido. El…
Owen lo interrumpió.
—¿Por qué iba un demonio a encarnarse en un espantapájaros plantado en medio de un maizal por el que nunca pasa nadie? Eso tampoco se entiende, pero todos lo hemos visto. Y Dwayne Taylor…
Nuevo silencio, esta vez incómodo.
Chad se detuvo, y cuando los demás se dieron cuenta hicieron lo mismo y se volvieron hacia él.
—No está muerto —anunció—. Connor quemó al espantapájaros, pero lo que lo movía no murió, sigue ahí, en alguna parte del bosque.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Connor.
—Porque anoche se vengó. En cuanto carbonizamos al espantapájaros, respondió.
—Smaug… —comprendió Owen.
Chad asintió.
—Lo viste tan bien como yo: anoche Smaug percibió una presencia y fue a investigar… Cuando volvió, había perdido la chaveta y se arrojó al fuego.
—¿Cómo se obliga a un perro a matarse? —preguntó Corey con una mueca de horror.
—No lo sé, quizá fueran las luces que había dentro del espantapájaros, pero es demasiado obvio para ser casualidad. Anoche el demonio, o quienquiera que utilice al espantapájaros, nos mandó un mensaje.
Owen se puso pálido.
—¿Volverá a por nosotros?
—No lo creo. Si hubiera podido, la habría tomado con nosotros directamente, no con Smaug. A lo mejor tienes razón, Owen, y hay una fuerza que nos protege desde el barranco.
—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Corey, alarmado. Connor se llevó la mano a la boca y abrió unos ojos como platos al acordarse de un detalle.
—¡Justo antes de morir, Dwayne dijo que su padre ponía varios espantapájaros en los campos todos los años! —exclamó.
—Sí, ¡dijo que colocaba tres o cuatro! —confirmó Corey.
—Volveremos allí y nos los cargaremos a todos —les anunció Chad.
—Sí, ¿y qué más?
—¡Esa mierda ha matado a nuestro perro!
—¡Y cortó en trocitos a Dwayne Taylor antes de intentar hacer lo mismo con nosotros! —exclamó Corey en estado de pánico.
—Si hemos conseguido eliminar a uno, también podremos cargarnos a los demás. ¡Quiero vengar a Smaug!
—Conmigo no cuentes.
—¿Nos vas a abandonar?
—¡Es un suicidio!
Owen alzó las manos ante ellos para calmar los ánimos.
—Al parecer, no basta con romper el sobre para destruir lo que hay dentro. Lo que necesitamos es comprender qué pasa —dijo.
—Ah, ¿sí? ¿Y cómo se hace eso? —gruñó Corey—. ¿Buscando el manual de instrucciones en el culo de los espantapájaros que quedan?
Owen asintió.
—Sí, más o menos. En Mahingan Falls hay una biblioteca, ¿no? Bueno, pues nos informaremos sobre la historia de ese bosque, y en especial la del barranco. No es una coincidencia que algo se esconda allí. Si descubrimos de qué se trata, puede que consigamos convertirlo en nuestro aliado.
—¡¿Qué?! Pero ¿lo dices en serio?
—Owen tiene razón —terció Connor—. Si averiguamos lo que pasa en ese lado, sabremos quién es nuestro enemigo. Conoceremos sus puntos débiles.
En ese momento se dieron cuenta de que habían llegado al final de Shiloh Place. La calle formaba una pequeña rotonda en medio de los árboles y acababa en una verja de hierro forjado. Más allá se alzaba una magnífica casa enmarcada por columnas blancas, al estilo de las mansiones coloniales de Luisiana.
—Nunca había venido tan lejos —dijo Owen—. No sé si esa casa me parece maravillosa o me pone los pelos de punta.
—Es la finca de los Esperandieu —explicó Connor—, una de las familias más antiguas de Mahingan Falls. Ya no quedan más que los dos viejos. Creo que no tuvieron hijos. No salen mucho.
—Ayer no estaban en la fiesta de vuestros padres —añadió Corey—. Son de los que viven sin teléfono. Y tienen coche de milagro.
Sobre uno de los pilares de piedra que flanqueaban la verja había un chotacabras. Sus insondables pupilas observaban a los cuatro intrusos. Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer débilmente.
—Volvamos a casa —murmuró Owen—. No me gusta este sitio.