45.
Olivia estaba entrando en contacto con Gary Tully y sus memorias. Sentada ante el escritorio en el sillón de su marido, hojeaba las numerosas libretas negras escuchando el largo resumen que le hacía Tom, mientras Zoey se entretenía con sus juguetes en el suelo de madera.
La parte sobre Jenifael Achak le interesó especialmente, sobre todo cuando su marido le explicó que había vivido entre aquellas cuatro paredes. Tom no le ocultó nada, ni el suicidio de Tully en la que ahora era la habitación de su hija, ni los posteriores de la familia Blaine.
—Nunca viste ratas, ¿no es así? —le preguntó Olivia un poco enfadada.
—No. Fue para proteger a Zoey. Solo por si acaso… Cariño, compréndeme, todo ocurrió al mismo tiempo, sus gritos noche tras noche, el extraño mordisco de Chad, el descubrimiento de esos libros esotéricos y del testimonio de Gary Tully… Y también la presencia glacial que percibiste tú.
—Fue a mí a quien me ocurrió, y lo olvidé enseguida.
—Tú eres pragmática. Además no tenías todas esas cosas delante de las narices. Perdóname, debería habértelo contado mucho antes, pero no quería que te angustiaras.
Olivia asintió.
—Lo sé, lo sé. Querías protegerme. Pero, Tom, cuando se trata de nuestra familia, no juegues con eso, es demasiado importante.
Tom frunció el ceño.
—¿Tú te lo crees? ¿Piensas que todo eso puede ser verdad?
—¿Cómo quieres que lo sepa? Tú mismo, que estás metido en el asunto hasta el cuello, pareces bastante perdido, ¿me equivoco?
Tom abrió las manos en un gesto de impotencia.
—Es que es tan…
—¿Inquietante? Sí. No sé qué decirte. Los fantasmas, los espíritus de los muertos, todas esas cuestiones ocultistas me interesaban cuando era más joven, pero de ahí a aceptar que nuestra casa pueda estar… encantada, francamente, me cuesta.
Olivia recostó la cabeza en el sillón y observó a su marido, sentado en el borde del escritorio. Un repentino cansancio parecía haberse apoderado de él.
—No me gusta que me mientas —le dijo con tristeza—, sobre todo, después de tanto tiempo.
—Lo siento mucho.
Olivia abrió los brazos, y se estrecharon el uno contra el otro.
—¿Quién más está al corriente? —preguntó con la cabeza apoyada en el hombro de Tom.
—La médium de la que te he hablado y Roy.
—¿El bueno de Roy? Sabe esconder sus cartas…
—En realidad, es el mejor informado. Vive enfrente de nuestra casa desde hace décadas. Y parece ajeno al mundo, pero no pierde detalle de lo que pasa a su alrededor —Tom se apartó y señaló la montaña de documentos que tenían delante—. Lo había metido todo en cajas para entregárselo a Martha Callisper, la médium. Pero, no sé por qué, llevó diez días posponiéndolo.
—Porque algo en ti no está listo. Escucha a tu subconsciente, Tom —dijo Olivia.
Sin buscar nada en concreto, su marido empezó a remover el arsenal de libretas, libros y carpetas llenas de notas y viejos recortes de periódico.
—He examinado a fondo el legado de Gary Tully. Sinceramente, creo que no me he dejado nada. ¿Y para qué?
Se miraron, pensando lo mismo pero sin atreverse a expresarlo. Olivia, más valiente, se decidió a hablar:
—Porque hay un problema: que esto nos afecta puesto que vivimos en esta casa con una historia tan trágica. Por eso.
Tom respiró hondo.
—Entonces, lo crees.
—Soy madre, Tom, una loba. Cuando se trata de proteger a los míos, no cierro ninguna puerta, no corro ningún riesgo. ¿Por qué has cambiado de opinión hace un rato, mientras hablábamos con el bueno de Harper?
—Por el inglés antiguo, por supuesto. Esa mujer que se ha suicidado después de recibir una extraña orden en la misma lengua que hablaban Jenifael Achak y sus contemporáneos…, eso, perdona, no puede ser una coincidencia, ¿no te parece?
Olivia apoyó la barbilla en la palma de la mano para reflexionar. Vio a Zoey jugando, perdida en su mundo imaginario, ajena a los problemas de los adultos.
—Putos fantasmas… —dijo entre dientes.
—Lo sé. Es imposible.
Olivia abrió los brazos.
—No soy una entendida, pero puede que no sean fantasmas tal como solemos imaginarlos, sino más bien… una especie de fuerte reminiscencia encerrada en un bucle temporal, que choca una y otra vez contra este lugar. Puede que nuestra familia, nuestra felicidad, haya desencadenado ese mecanismo y le haya permitido pasar de una dimensión paralela a esta. Hay tantas cosas que ignoramos, que la ciencia aún no comprende…, seguro que el fenómeno tiene explicación, aunque no según los parámetros actuales.
Tom se masajeó las mejillas nerviosamente.
—Da igual las veces que me diga que es imposible —confesó—. Siempre se añade un hecho, como si toda esta locura quisiera restregármelo por la cara hasta que abra los ojos. No consigo quitármelo de la cabeza.
Olivia señaló a su hija.
—Ese es el motivo por el que no vamos a correr ningún riesgo. Tiraremos del hilo hasta el final. No pienso dormir con la duda, y menos aún con mis hijos, mi tribu, bajo este techo.
—Tú verás si quieres leer todo eso. Yo lo he hecho y no sé qué conclusión sacar.
Olivia sacudió la cabeza.
—Tú mismo lo has dicho —respondió al cabo de un momento—. Soy pragmática y necesito lógica. Que nuestra casa sea la prisión de un remanente histórico que nos supera, vale, puedo aceptarlo haciendo un gran esfuerzo. Pero la muerte de Anita Rosenberg tiene que estar relacionada con todo esto, porque si no, las palabras en inglés antiguo no tendrían ningún sentido. Así que vamos a seguir esa pista.
—Eso es cosa de la policía, cariño.
Olivia le dio unas palmaditas en la mano.
—No, ellos buscan pruebas tangibles. Nosotros vamos a hurgar en el pasado de los Rosenberg. Vamos a investigar lo que la policía nunca se planteará: la posibilidad de una relación entre la víctima y una supuesta bruja de hace más de trescientos años.
—¡Buja! —repitió, muy orgullosa, Zoey, que ahora estaba de pie al otro lado del escritorio, mostrándoles una de las libretas de Gary Tully.
En un ataque supersticioso, Tom se la arrebató y volvió a colocarla en lo alto del montón. La niña se echó a reír.
Con una risa cristalina. De pura inocencia.