64.

Owen y Chad lo llevaban mejor que los adultos. Les había tocado enfrentarse a lo peor, pero sus cerebros de niño, más inclinados en principio a aceptar como probable la existencia de «monstruos», tuvieron que recorrer menos trecho para pasar del pragmatismo realista a la admisión de una evidencia sobrenatural. Y la entrada en escena de Gemma, Roy, Martha, Ethan, Tom y Olivia los había tranquilizado plenamente. Ya no se trataba solo de un problema de adolescentes.

De modo que se sentían liberados. Los adultos tomarían las riendas.

Las medidas adoptadas por Olivia dos días antes, como por ejemplo cortar el wifi de la casa, no conectar el teléfono salvo en caso necesario (lo que también valía para los móviles de los adultos) y dormir todos juntos en la misma habitación, tampoco les molestaban. Había una especie de estimulación mutua, tanto más emocionante cuanto que debía mantenerse en secreto. Olivia y Tom habían sido tajantes: nadie debía saberlo. Los Spencer eran muy conscientes de que si empezaban a gritar a los cuatro vientos que los fantasmas utilizaban las ondas para atravesar la membrana que separaba su éter del nuestro los tomarían por una familia de desequilibrados.

Corey se mostraba más taciturno. Seguía teniendo pesadillas y prácticamente no se separaba de su hermana o sus amigos. Era el más afectado de los cuatro, porque Connor se comportaba como si todo aquello fuera normal, por no decir esperable. Poseía una extraordinaria capacidad de asimilación y adaptación. A decir verdad, Owen había advertido que, para empezar, Connor no se hacía preguntas, encajaba las cosas tal como venían y reaccionaba sobre la marcha, sin romperse la cabeza. Owen no sabía si admirarlo o pensar que era un zoquete, como había dicho Gemma alguna vez.

Volvieron de la biblioteca poco antes de las siete e invadieron la Granja con un entusiasmo casi inapropiado. Tom, que había preferido alejarse de la casa con Zoey para tomar el aire y el sol a la orilla del mar, también acababa de llegar.

—¿Por qué estáis tan contentos? —les preguntó sorprendido.

Chad le enseñó una carpeta atestada de papeles.

—¡Hemos conseguido un montón de información en la biblio, papá!

—¿Sobre qué?

—Estamos haciendo la lista de todos los crímenes y tragedias ocurridos en Mahingan Falls ¡desde hace más de trescientos años! —se apresuró a responder Connor.

—Así sabremos quiénes son los fantasmas a los que nos enfrentamos —explicó Chad—. Y quizá sus puntos débiles…

—Ya no se llaman fantasmas, sino Ecos —lo corrigió Owen, recordando la conferencia que les había dado el propio Tom el día anterior.

Gemma, que supervisaba a la pandilla, también asintió.

—Y hay una cantidad increíble de casos —dijo con un tono más serio—. Varias muertes siniestras en los últimos sesenta años, ajustes de cuentas entre contrabandistas de alcohol durante la prohibición, un siglo XIX relativamente tranquilo pero marcado por algunas tragedias, accidentes en el aserradero, una explosión en la fábrica de fertilizantes, a la salida del pueblo… Y hacia 1700 hubo bastante violencia, con la llegada de los inmigrantes, las luchas entre terratenientes, contra los indios, y así sucesivamente…

—La historia de América —resumió Tom.

—Pero ¿es que en Europa no hay fantasmas? —preguntó Corey.

Tom esbozó una mueca de regocijo.

—Tantos como aquí o más, pero han aparecido a lo largo de varios milenios, no en cuatro siglos.

—Ahora sabremos a quién debemos temer —dijo Chad dándole unas palmaditas a la carpeta—. ¡Y también haremos un mapa para cada uno, sector por sector!

Connor alzó en el aire un plano doblado del pueblo.

—Hemos pensado en todo.

Los cuatro chicos rebosaban energía. La única que parecía preocupada era Gemma, que se mantenía un poco apartada.

Tom meneó la cabeza.

—Esto no es un juego —les advirtió poniéndose serio—. ¿Tengo que recordaros el miedo que pasasteis en el túnel el sábado? ¡Un chico ha muerto delante de vuestros ojos!

Las sonrisas se borraron y los muchachos bajaron la cabeza.

—Debéis ser prudentes —insistió Tom—. No estamos seguros en ningún sitio, ¿entendido? Tampoco quiero que os volváis paranoicos…, yo mismo tengo que luchar con Olivia para no dejarlo todo y abandonar el pueblo mañana mismo, pero no subestiméis el peligro. Solo hay que mantenerse alerta. Ahí arriba hay una colcha mordida por no sé qué criatura…, no quiero ni imaginar lo que os pasaría a vosotros si os atacara uno de esos seres. Meteos en la cabeza que esos fan… esas Eco son peligrosas. Si no se han desintegrado en el universo es porque están furiosas, asustadas y llenas de odio, y envidian esta vida que aún es la nuestra, así que no nos desean nada bueno. Son concentrados brutos de emociones negativas, E-co: energías coercitivas. O sea: muy chungas. Nada de bromas. ¿Comprendido?

Al ver la expresión seria y herida de los adolescentes, Tom comprendió que se había excedido.

—No pretendo frenar el ímpetu con que participáis en la investigación. Al contrario, habéis hecho un buen trabajo, enhorabuena. Lo único que quiero es que no pongáis vuestras vidas en peligro, ¿de acuerdo? —asentimiento general—. Si os apetece, hay limonada fría, y en el armario tenéis galletas de chocolate —añadió empezando a alejarse.

—¿Mamá no está? —le preguntó Chad.

—Ha ido a comprar un inhibidor de frecuencias, pero parece que no son fáciles de encontrar. En Salem no había, así que, ya puesta, se ha marchado a Boston. Regresará para la cena.

—Entonces, ¿esta noche dormiremos en una casa segura? —preguntó Owen.

—Aunque bloqueemos la señal telefónica, probablemente seguirá habiendo ondas de radio. Son señales muy potentes. Pero nos protegeremos progresivamente. ¿Hoy tu madre trabaja hasta tarde, Gemma?

—Como de costumbre… —respondió Corey adelantándose a su hermana.

—Si queréis dormir aquí, sois bienvenidos. Lo mismo que tú, Connor.

—Me encantaría, pero si duermo fuera entre semana a mi madre le da algo —explicó el chico.

—De todas formas, ya sabes que tienes la puerta abierta.

Zoey llamó a su padre desde el baño, donde esperaba sentada en el orinal, y Tom acudió en su ayuda.

—¿Pillamos galletas y vamos a hacerle una visita al señor Armitage? —propuso Chad.

Orgulloso de volver a ver a aquellos jóvenes tan curiosos entre sus cuatro paredes, el excéntrico bibliotecario, Henry Carver, les había aconsejado que fueran a ver a Pierce Armitage a Beacon Hill. Armitage dirigía la Sociedad Histórica de Mahingan Falls y poseía extensos conocimientos sobre el tema, además de un archivo que atestaba su mansión gótica desde el sótano hasta el desván. Carver le había telefoneado para concertar la visita, así que el viejo estudioso estaba sobre aviso y esperaba que los chicos se presentaran ante su verja cuando les pareciera.

Owen se rascó la cabeza, lo cual solo sirvió para aumentar el caos de su pelambrera.

—Tenemos que clasificar los nombres, las fechas y los lugares que hemos apuntado en la biblio. Sería mejor hacerlo antes de seguir adelante.

—Yo necesito salir —respondió Chad—. Ya puestos, es mejor reunirlo todo.

—¡Yo voy contigo! —anunció Connor.

—Entonces no me dejáis elección —dijo Gemma—. Alguien tendrá que llevaros…

Corey dudaba.

—¿Te las apañarás para clasificarlo todo tú solo? —le preguntó a Owen.

—Papá tiene razón, no hay que fiarse —dijo Chad, recapacitando—. No me gusta dejarte solo.

—No os preocupéis, me las arreglaré. Y no me quedo solo, está Tom. Nos vemos mañana en el cole.

Chad se acercó a su primo.

—¿Seguro? —Owen asintió enérgicamente—. ¿Vas armado? —insistió Chad.

Owen le dio unas palmaditas a su riñonera, que había llenado antes de ir a la biblioteca.

—Nunca me separo de ella —aseguró con un aire de complicidad. Un extraño presentimiento unió a los dos chicos, que estaban frente a frente—. Sé prudente tú también —dijo al fin Owen, y se dieron un abrazo.

Connor volvió a ponerse la gorra, que ese día era de los Red Sox, y quiso tranquilizarlo.

—Solo vamos a rebuscar en los archivos y a hacerle preguntas a un historiador más viejo que la estatua de Independence Square. El único peligro es que nos durmamos.

Pero cuando vio a sus amigos salir y subir al Datsun de Gemma, Owen tuvo una desagradable certeza.

Jamás volvería a verlos. Al menos a todos.