62.

El despacho de Martha Callisper, por lo general lleno de objetos extraños, ahora estaba abarrotado; prácticamente no quedaba un espacio libre.

Además de la médium, sentada en su butaca de cuero, acogía a Tom y a Olivia Spencer, al viejo Roy McDermott, siempre curioso y siempre al pie del cañón, y a Gemma Duff, de quien había partido la iniciativa de aquel encuentro nocturno. Habían tomado asiento en sillones dispuestos en semicírculo. Solo faltaban los adolescentes (a excepción de Connor), que estaban en el diáfano salón al final del pasillo, reunidos para una velada de pizzas y series, y Zoey, que dormía en una punta del sofá.

Ethan Cobb seguía en el umbral.

Cuando al fin había contestado al móvil, Gemma le había dicho que los Spencer querían hablar con él urgentemente. De un asunto importante.

Ethan los observaba uno a uno con recelo.

—Siéntese —le pidió Martha echándose hacia atrás la espesa cabellera plateada—. Queda justo un sillón.

—Estoy bien así.

Todas las miradas convergieron en él.

Gemma se armó de valor.

—Les he contado todo —le dijo al fin—. Las voces en el túnel, los gritos, los ataques de las sombras, todo.

Ethan asintió resignadamente.

—Ya. Imagino que estarán furiosos…

—¿Desde cuándo lo sabía? —le preguntó Olivia.

—¿El qué? ¿Que debajo del pueblo hay fantasmas? Lo descubrí con sus hijos, el sábado.

Olivia y Tom intercambiaron una mirada y se dieron la mano. Las últimas horas habían sido duras. La colcha mordida los había conmocionado particularmente y había acabado de convencer a Olivia de que había llegado el momento de unir a toda la familia en la verdad, tanto más cuanto que Gemma insistía en que hablaran unos con otros. La larga conversación con los niños los dejó anonadados. Se sentaron frente a frente en el salón y Olivia lo contó todo. Lo que había descubierto Tom, la historia de Jenifael Achak y su propia pesadilla, que había acabado resultando tan real… Chad y Owen respondieron de un tirón, interrumpiéndose mutuamente para no omitir nada de lo que habían vivido ellos, y todos terminaron llorando unos en brazos de otros. El matrimonio, que los imaginaba disfrutando del verano en Mahingan Falls, comprendió que los chicos afrontaban los mismos miedos que ellos. Los dos adultos tenían que asimilar una revelación que trastocaba su visión del mundo, pero Chad y Owen experimentaban la misma amenaza, a su manera, sin que ellos se hubieran dado cuenta. Olivia se había quedado aterrada. Las disculpas se habían multiplicado, seguidas de largas demostraciones de afecto.

Ethan suspiró.

—Lo sé, oyéndome hablar de fantasmas con toda normalidad, pensarán ustedes que me he vuelto loco… —dijo con una sonrisa amarga.

—Esta tarde hemos tenido una charla un tanto peculiar con nuestros hijos —le explicó Tom—. Nos lo hemos dicho todo. Nuestra familia… Teníamos secretos los unos con los otros. Gemma nos lo ha hecho comprender y…

Olivia lo interrumpió para dirigirse al teniente de policía.

—¿Usted se cree esa historia del espantapájaros?

—Después de lo que vi bajo tierra, francamente, me cuesta dudar de los chicos. Señor y señora Spencer, imagino sin dificultad su estupor. Deben de pensar que soy un loco que ha arrastrado a sus hijos a…

—Creemos lo que nos han contado los niños —lo atajó Olivia—. Todo. Hasta lo más inverosímil.

Ethan estaba desconcertado. Había dado por supuesto que tendría que justificarse, poner sobre la mesa su dimisión, suplicar un poco de clemencia y, ante todo, de tiempo.

—Mi mujer y yo —añadió Tom— tenemos buenas razones para sospechar de la presencia en nuestra casa de uno de esos… fantasmas, o como quiera que haya que llamarlos. Hemos investigado al respecto, y todo nos lleva a pensar que el espíritu de una mujer, torturada y quemada por brujería junto con sus hijas a finales del siglo XVII, podría vivir en nuestra casa —abrió las manos e hizo una mueca, como si a él mismo le costara dar crédito a lo que salía de su boca—. Así que tendemos a creer a nuestros hijos —repitió—. Y no queremos que haya más secretos entre nosotros, por muy delirantes que sean las cosas que tengamos que contarnos.

Martha Callisper carraspeó para pedir la palabra. Detrás de ella, en la ventana, el neón verde destacaba en la oscuridad y la rodeaba de un extraño halo, casi fantasmagórico.

—Nos parece urgente presentar un frente unido, decírnoslo todo —declaró posando en Ethan sus brillantes ojos azules—. Algo está despertando en Mahingan Falls. Una fuerza inquietante, peligrosa, sobre la que no sabemos nada o casi nada.

El teniente tragó saliva con dificultad.

—Creo que conozco el motivo —dijo al fin, poniendo en tensión a la pequeña asamblea. Se sentía incómodo abordando un asunto tan poco habitual ante personas a las que apenas conocía, como si temiera que fueran a internarlo por lo que pensaba. Pero al mismo tiempo deseaba desprenderse de la soledad que le oprimía el pecho. Ya no tendría que afrontar solo sus demenciales preocupaciones, podría compartirlas con otros, adultos, personas aparentemente sensatas.

—No puedo demostrarlo —advirtió—, pero creo que he descubierto cómo empezó todo.

—¿Este verano? —preguntó Martha.

—En efecto. Unos tipos vinieron a Mahingan Falls haciéndose pasar por agentes de la Comisión Federal de Comunicaciones, pero no eran quienes pretendían ser. Eso me puso en guardia.

—Yo hablé con uno de ellos, ¿recuerdas, cariño? —le dijo Olivia a su marido—. No me dio buena espina. ¿Quiénes eran en realidad?

—Lo ignoro. De hecho, ni siquiera sé si son el origen de nuestros problemas o si tratan de investigar al respecto. Pero es evidente que están informados. Hicieron preguntas en la emisora y limpiaron… Digamos que se aseguraron de que no quedara rastro de su paso. Y no son aficionados.

—¿Peligrosos? —quiso saber Tom.

—Todo indica que no dudaron en hacer desaparecer un cuerpo. De modo que sí, eso me temo.

—¿Agentes federales miembros de una agencia secreta? —preguntó Roy—. Sé que en cuanto pones en entredicho la historia oficial mucha gente te toma por un lunático obsesionado con la teoría de la conspiración, pero hagan caso de un veterano con experiencia como yo: ¡nuestro gobierno nos miente sobre muchos temas!

—No quiero volverme paranoico —repuso Ethan—, así que prefiero no sacar conclusiones precipitadas en cuanto a su identidad.

Martha se inclinó hacia delante sobre su escritorio.

—¿Qué ha descubierto?

Tras observarlos de nuevo uno a uno, Ethan llegó a la conclusión de que podía confiar en ellos.

—Tardé tiempo en entenderlo, pero luego todas las piezas del puzle encajaron solas —dijo al fin—, debido a lo que nos ocurrió en el túnel el pasado sábado. Esas… esas criaturas —se atrevió a decir en voz alta— nos atacaban en momentos determinados. Me di cuenta de que solo lo hacían junto a las salidas, donde había algún paso hacia el exterior. Fue así desde su primera manifestación, en la cámara donde confluyen los dos ríos, puesto que estábamos cerca de una rejilla de ventilación que comunicaba con la superficie. Sobre la marcha pensé que querían cortarnos el paso, obligarnos a volver a la boca por la que habíamos entrado, pero allí no nos esperaba ninguna trampa, así que no se trataba de eso.

Al recordarlo, Gemma apretó los brazos del sillón hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Olivia se levantó y abrazó a Ethan, que se quedó pasmado.

—Gracias por todo lo que hizo. No cabe duda de que les salvó la vida a nuestros hijos —le dijo, y regresó a su sitio.

—Más tarde —continuó Ethan una vez repuesto de la sorpresa—, cuando los chicos me hablaron de una fuerza superior que los protegía en el barranco, empecé a vacilar. Hasta que vi el Cordón en lo alto del monte Wendy.

—¿La antena? —exclamó Tom—. ¿Qué relación…?

—Las ondas de telefonía. Las criaturas únicamente aparecen cuando las ondas son lo bastante potentes. Por eso se arrojaban sobre nosotros desde los pozos de las alcantarillas, porque eran los únicos puntos en los que había señal. Recuerdo que miré el móvil mientras explorábamos el túnel: cuando nos internamos en él, perdí la cobertura. No podían perseguirnos a su antojo porque se desplazan por medio de las ondas, que solo llegan al subterráneo puntualmente.

—El barranco atraviesa una montaña que lo oculta del Cordón —comprendió Roy—. Allí los móviles no tienen cobertura.

—Por eso sus hijos se sienten seguros en ese lugar —confirmó Ethan—. Las criaturas no pueden entrar en el barranco, por la sencilla razón de que allí no llega ninguna señal.

—Lo que dio vida al espantapájaros ¿también fue la red telefónica? —preguntó Olivia, escéptica.

—En realidad no se trata solo de los teléfonos. He llamado a su colega de la radio, Pat Demmel, para hacerle una consulta. Quería ver cómo encajaban en mi hipótesis las voces que interfirieron sus emisiones y sonaron en la radio del barco de Cooper Valdez mientras investigábamos a bordo. Demmel me ha explicado que en el fondo es casi lo mismo, se trata de ondas en todos los casos. Más o menos potentes, en frecuencias distintas, pero, en definitiva, ondas. Y me acordé de un extraño incidente al que asistí frente a Saint-Finbar este verano: una colonia de murciélagos se suicidó literalmente delante de mí. Fue como si de pronto hubieran perdido la orientación. Se estrellaron contra el suelo delante de la iglesia.

—Los murciélagos se guían y se comunican mediante ondas —murmuró Roy.

—Exacto. De naturaleza distinta a las ondas de las redes telefónicas y la radio, pero ondas al fin y al cabo. El principio es el mismo. Por otra parte, el doctor Layman mencionó que últimamente había mucha gente que sangraba por la nariz. Y creo que también está relacionado. Estamos expuestos a picos de ondas por la presencia de esas cosas, aunque ignoro exactamente cómo, pero deben de tener algún efecto sobre nuestra fisiología, al menos en personas especialmente sensibles.

Tom se volvió hacia Martha Callisper.

—¿Las Eco podrían utilizar las ondas para comunicarse con nosotros?

—Está claro que lo hacen: emplean las ondas para atravesar el espejo de dos caras que separa nuestros dos planos. Pero no tenía noticia de algo así. Es una primicia.

Ethan asintió.

—Esas cosas viajan a través de las ondas y se sirven de ellas para hacerse corpóreas entre nosotros —siguió diciendo—. Tengo la impresión de que pueden interactuar en mayor o menor medida dependiendo de las ondas de que disponen, y probablemente de la potencia de la señal, materializándose tal cual o, en todo caso, adoptando una forma que les convenga. O incluso tomando posesión de objetos concretos para animarlos, como ocurrió con el espantapájaros al que tuvieron que enfrentarse los chicos.

—¡Pero ondas hay por todas partes! —exclamó Tom, alarmado—. Los móviles, la radio, el wifi, cualquier mando a distancia… ¡Estamos rodeados de ellas!

—Los sonidos son ondas —les recordó Roy—. Y lo que vemos también: los colores son longitudes de onda especiales.

Ethan agitó un dedo en el aire para subrayar lo que quería decir.

—Creo que esas criaturas solo utilizan ondas «artificiales», las que generamos con nuestra tecnología. Deben de necesitar una amplitud o una potencia mínimas, porque hasta ahora no han usado ni el sonido ni los colores para viajar. De lo contrario, habrían podido alcanzarnos en el túnel en cualquier momento.

—Puede que, en su empeño por igualarse a Dios, el ser humano haya acabado abriendo las puertas del infierno… —murmuró Roy.

—En cualquier caso, es una brecha única en la historia, hasta donde yo sé —dijo Martha—. Tiene que haber un motivo. Todo esto ¿se debería al Cordón?

—Fui a echar un vistazo allá arriba y no vi nada de particular. Pero no soy ingeniero.

—Hay que hablar con esos tipos de la CFC, sean quienes sean —concluyó Olivia.

—Se han volatilizado.

Gemma, intranquila, los miraba con la boca abierta, como si fueran extraterrestres.

Todos reflexionaron en silencio unos instantes, abrumados por lo que oían, y a la vez presas de una curiosa excitación. Ya no estaban solos ni en la más absoluta ignorancia, y al menos allí, entre ellos, aceptar la realidad de aquellos fenómenos sobrenaturales ya no era un tabú ni la prueba de que habían perdido el juicio.

—¿Qué podemos hacer para invertir el proceso? —preguntó al fin Olivia.

Al ver que nadie sabía qué responder, sacó su teléfono, marcó un número y activó el altavoz.

—Pat, siento molestarte a estas horas de la noche, pero necesito hacerte algunas preguntas.

Pat Demmel se aclaró la voz como si acabara de despertar.

—Ningún problema, Olivia. ¿Qué ocurre?

—¿Se pueden invertir las ondas?

—¿Perdona? No te entiendo… —confesó el director de la emisora.

—Unas ondas que atravesaran mi casa, por ejemplo. ¿Podría bloquearlas?

—Pues… depende del tipo de onda, del grosor y los materiales de las paredes, de la topografía del lugar…

—Las ondas que ahora llegan a las habitaciones de mis hijos…, ¿cómo podría eliminarlas?

—Hay inhibidores. Los puedes comprar por internet, pero eso no funciona con todas las ondas. Lo mejor es que te pasees con el móvil y una radio portátil por la habitación y te fijes en si las dos cosas captan las señales. Si quieres que los niños estén lo menos expuestos posible, debes poner la cama donde más débil sea la recepción de ambos. ¡Buena suerte!

—¿No se pueden inhibir del todo?

—Hoy en día, en un mundo enteramente interconectado, me parece difícil, la verdad. Tendrías que irte a vivir a lo más profundo del bosque en Montana o algo así, y tampoco: he leído que en unos años esperan que la cobertura llegue al cien por cien del país. Si quieres vivir sin contaminación tecnológica, reza para que haya más erupciones solares, como ocurre en este momento.

Olivia se inclinó hacia el móvil.

—¿Qué es eso?

—Lo que nos fastidia las redes telefónicas. Estamos en un período álgido. Desde junio hasta ahora, ha habido unas cuantas bastante impresionantes.

Ethan frunció el ceño e indicó por señas que no entendía la relación.

—Yo no he tenido problemas con mi móvil… —tradujo Olivia.

—Pues qué suerte. Las erupciones solares son grandes explosiones en la superficie del sol que arrojan chorros de plasma en fusión. Se las conoce como eyecciones de masa coronal, y provocan tales alteraciones del viento solar que…

—Perdona, Pat, pero no tengo ni idea de temas espaciales, me he perdido…

—Bueno, para simplificar, digamos que se trata de fenómenos relacionados con el sol. Como sabes, se produce un gran número de llamaradas constantemente. Bien, pues digamos que algunas son más potentes que otras y que esas eyecciones especialmente fuertes causan perturbaciones magnéticas más o menos intensas en la tierra… Si no les prestas atención, son invisibles, pero en realidad pueden afectarnos de diferente manera según el grado de actividad de la explosión. Por ejemplo, cuando tu móvil empieza a perder la señal, o cuando el GPS no localiza bien…, puede ser a consecuencia de esas erupciones solares. Y lo mismo cuando la radio se pone a chisporrotear, o tantas otras cosas molestas que ocurren con la tecnología… La mayoría de las veces pasan desapercibidas, pero en ocasiones las tormentas solares son tremendas y provocan daños considerables, como en 1859, durante el evento Carrington: todo el país sufrió un enorme choque magnético, con electrocuciones, cortes en las líneas del telégrafo, incendios y cosas por el estilo. O lo que pasó en Quebec en 1989: una supertormenta solar provocó un apagón de más de nueve horas. Por suerte, sustos como esos son poco frecuentes.

Olivia hizo un gesto con la mano como para desechar el tema, que en realidad no tenía nada que ver con lo que les interesaba. Pero Tom tomó la palabra.

—Buenas noches, Pat, soy Tom. Dime una cosa, esos fenómenos ¿hasta dónde pueden llegar? ¿Hay consecuencias, digamos…, inesperadas?

—Buenas noches, Tom. La astronomía me interesa mucho, pero tampoco soy un experto, solo formo parte del club de Mahingan Falls. Si te apetece, acompáñame una noche en una de nuestras salidas. Hay muy poca contaminación lumínica, así que es posible hacer observaciones divertidas y fotos increíbles. Si buscas algo concreto, puedo preguntarles a los demás. Y también suelo estar en contacto con un amigo que trabaja en el centro de predicción del clima espacial, el SWPC, en Colorado. Es una eminencia en su especialidad y estará encantado de ayudarte, si es para tu próxima obra.

—Gracias, Pat, es pura curiosidad. Entonces, esas erupciones solares ¿no tienen impacto en la gente, por ejemplo?

—No creo. Como mucho, podrían provocar dolores de cabeza. Son sobre todo los aparatos electrónicos los que sufren daños. A veces los transformadores eléctricos pueden saturarse o incendiarse, pero es raro. Para eso hace falta una erupción colosal.

—Entonces, ¿nada relacionado con la salud o…, cómo lo diría…, con alucinaciones, por ejemplo?

—No, no, nada de eso. Por lo menos, que yo sepa.

Tom volvió a hundirse en el sillón, pero Ethan, llevado por su instinto, tomó el relevo y se acercó al teléfono.

—Soy el teniente Cobb. Oiga, Pat, ha dicho que desde junio había un pico de erupciones, ¿verdad?

—¡Vaya, veo que celebran ustedes una reunión de grandes mentes! ¡La próxima vez, invítenme! En respuesta a su pregunta, teniente, le diré que lo normal es que haya entre una por semana y dos o tres al día, depende de los períodos, pero las que nos afectan son las más virulentas de entre aquellas que vienen en dirección a la tierra, claro; y sí, desde hace casi tres meses atravesamos un período muy agitado a ese respecto.

—Y tienen relación con las ondas de nuestros teléfonos…

—Una erupción solar puede dañar o inutilizar temporalmente los satélites, sobrecargar las redes eléctricas hasta el punto de achicharrarlas, perturbar o alterar las ondas de radio y todo un espectro electromagnético, lo que efectivamente incluye, entre otras cosas, los móviles.

—¿Existen listas detalladas de esas erupciones?

—Supongo que puede encontrarlas en internet. En todo caso, mi amigo del SWPC debe de tenerlas. Si quiere, puedo preguntárselo.

—Eso nos ayudaría, gracias.

—Lo que le expliqué ayer sobre las ondas ¿le ha sido tan útil como esperaba?

—Eso creo, sí.

—Me alegro mucho. ¿Algún avance en lo que concierne a la pobre Anita Rosenberg?

—Estamos en ello.

El silencio que siguió fue suficiente para que Pat Demmel comprendiera que ya había cumplido su papel y era el momento de desaparecer. Se despidieron y Olivia colgó, aunque se quedó con el móvil en la mano, sopesándolo con desconfianza.

—Las ondas —dijo con un hilo de voz.

—Ya sabemos cómo las Eco consiguen moverse entre nosotros —resumió Tom—. Es un avance importante.

—En cambio, no veo ninguna conexión entre las ondas y esas erupciones solares.

—Puede que no la haya.

—Eso tampoco explica por qué aquí y ahora —les recordó Martha desde la penumbra verdosa del fondo del despacho—. Todas esas ondas existen desde hace décadas, y nunca he oído hablar de fenómenos semejantes en ninguna parte.

—¿Las tormentas solares de las que habla Demmel? —sugirió Ethan.

—En ese caso, ¿por qué no hay un exceso de actividad de las Eco siempre que se produce una erupción, como ahora? ¿Y por qué solo aquí, en Mahingan Falls? ¿Por qué no en todo el mundo? No; si fuera así lo sabríamos.

—Ha habido algún tipo de intervención humana —les recordó Olivia.

—¿Un experimento del Gobierno quizá? —insistió Roy—. Puede parecerles fantasioso, pero cuando yo era joven la CIA no dudaba en manipular a sus conciudadanos. ¡Echen un vistazo a los proyectos MK-Ultra, por ejemplo! Verán que no les importó drogar a un montón de inocentes y hurgar en su cabeza para sus ensayos.

Tom se volvió hacia Martha.

—¿Podría tratarse de una secta o un grupúsculo de fanáticos esotéricos? ¿Tiene noticia de que exista ese tipo de hermandad secreta?

—No, son mitos. A no ser que una organización poderosa y realmente esotérica haya conseguido disimular su existencia, sus investigaciones y sus descubrimientos durante años, pero eso raya en el delirio novelesco.

Todos se miraban, faltos de ideas, cansados y un poco inquietos.

Las lámparas del despacho parpadearon, y los cinco adultos presentes se tensaron en sus asientos. Cuando la luz se estabilizó, Olivia liberó lentamente el aire acumulado en sus pulmones y, a continuación, alzó el móvil ante los demás.

—Ahora tengo la desagradable sensación de que están a nuestro alrededor y nos escuchan —dijo.

Sus ojos se deslizaron hacia el espejo picado que les devolvía sus imágenes. Le bastaba con dar rienda suelta a su imaginación para verlos lívidos y rodeados de sombras con formas y contornos inquietantes.