56.

Las gotas resbalaban por su impasible rostro, mientras sentía el desagradable contacto de la ropa empapada, fría y pegajosa sobre su piel.

Pero el fuego que ardía en su interior compensaba con creces esas molestias pasajeras. Un fuego al que no le faltaba combustible, cuya gasolina era tan pura que lo mantendría así tanto tiempo como hiciera falta. Encendido y alimentado sin cesar.

Lo que motivaba a Derek Cox más allá de toda medida no era la humillación que había sufrido, sino algo aún más peligroso. El miedo.

Aquella mala pécora de Olivia Spencer-No-sé-cuántos le había hecho pasar un miedo como pocas veces había tenido en su vida. Y eso que Derek consideraba que para ser un hombre de menos de veinte años había soportado lo suyo. Había vivido momentos de terror, y no una vez. Para imaginar lo que un chico como él había tenido que padecer había que conocer a su familia. En otros tiempos, solo con oír el paso irregular de su padre en la escalera, la forma en que su peso hacía crujir los peldaños debido a su rodilla mala, hacía temblar al pequeño Derek. Y si una vez en el rellano esas pisadas, en lugar de apagarse progresivamente en la alfombra del pasillo ante la habitación de sus padres, se dirigían hacia él, aquel simple sonido podía hacer que se orinara encima, porque sabía lo que iba a pasar a continuación. Derek se había enfrentado a esos miedos. Había crecido con ellos, hasta dominarlos, y luego se había rebelado para transformarlos en odio y, por fin, en violencia.

En el equipo de fútbol del instituto tampoco había sitio para los miedicas cuando los mastodontes de la línea defensiva se lanzaban a por ti a todo trapo con el único objetivo de pasarte por encima y dejarte hecho papilla con sus más de cien kilos de peso.

Y provocar a un desconocido en la calle y amenazarlo con la mirada, arriesgándose a una pelea, también requería sangre fría para superar las primeras dudas y controlar los nervios.

No, al miedo estaba acostumbrado.

Pero el que había sentido aquella tarde a la salida del trabajo era distinto. Era visceral.

Aquella zorra lo había sorprendido, lo había descolocado, antes de aplastarle las pelotas con la pistola de clavos neumática.

¡KLANK!

Y por un instante había creído que se había quedado sin polla y sin huevos. Se había visto convertido en eunuco. Un hombre sin un par, sin una buena tranca con la que impresionar a las chicas, sin motivación para levantarse por las mañanas, sin futuro. Porque, mientras ella le aplastaba las partes, Derek se lo había preguntado, por brevemente que fuera: ¿de qué sirve un tío sin su chisme? Toda la vida de un hombre giraba en torno a eso, ¿no? Vivir para imaginarse con una tía. Vivir para ligar. Vivir para olfatear coños. Vivir para follar. Si ya no tenía eso, ¿qué le quedaba? ¿A qué autoridad podía aspirar un hombre que ya no tenía nada entre las piernas? A ninguna. Sin cojones, no había objetivos, ni coraje, ni respeto, ni un lugar en la sociedad. Derek era un macho alfa, lo sabía, y un macho alfa sin pito ya no servía más que para que la manada lo humillara y lo rechazara.

Derek no lo habría soportado.

Aquella mala puta habría podido amenazarlo con reventarle un ojo o arrancarle un dedo, y ya lo habría impresionado bastante. Pero no: la había tomado con lo mejor que tenía…

¡KLANK!

Cada detonación de la clavadora lo había aterrorizado un poco más. Los segundos se le habían hecho eternos mientras se palpaba mentalmente para asegurarse de que todo seguía allí, intacto.

¡KLANK!

El mismo sudor frío. El pánico a perderlo todo. Pero no, había apuntado justo al lado, al menos esta vez…

¿Y todo por qué? ¿Porque le había metido mano a Gemma Duff? ¿Aquella estrecha que se había quedado más tiesa que un palo mientras se lo hacía con los dedos? ¡Había sido como intentar excitar al Señor Frío!

Tomarla con él por eso… No se lo podía creer. Si a Gemma no le apetecía, que lo hubiera dicho… Pero podía estar tranquila, no volvería a verlo. En cuanto a Olivia Spencer, era imposible perdonarle lo que le había hecho, pero es que además se lo había hecho delante de Gemma. Por suerte, parecía que aquella idiota no se lo había contado a nadie, y por eso aún no le había dado una buena lección. Mientras mantuviera la boca cerrada, tendría una oportunidad; y mientras él no le mandase su mensaje a Olivia Spencer. Era la primera que debía recibir su castigo.

Derek no pensaba dejarlo correr. Los primeros días había dudado. Esta vez no se trataba de putear a una mema del instituto, sino a una adulta, con toda su familia detrás. Aunque, pensándolo bien, le importaba un carajo. Y sus grandes aires tampoco lo impresionaban. Sabía que solo necesitaba elegir bien el momento, caerle encima cuando menos se lo esperara, para sorprenderla a su vez. Y entonces obtendría su venganza.

Había estado dándole vueltas a lo que podía hacerle, y tenía que reconocer que seguía sin saberlo. Para empezar, un poco de presión, hasta que le entrara el pánico y se echara a llorar. Pero ¿querría ir más lejos? ¿Qué significaba «ir más lejos»?

Tirársela. ¡Eso era lo que significaba, joder! ¡Meterle en el culo lo que había amenazado con perforarle, para que comprendiera que había sido la cagada de su vida!

Derek no sabía si hacerlo. Por una parte, aquel pedazo de rubia le ponía un montón, y montárselo con una madurita sería un punto… Por otra, sabía que era llevar las cosas muy lejos.

Después de todo, sería una violación.

Pasados los ocasionales ataques de rabia, tenía que admitir que era un poco excesivo. No solo no estaba seguro de poder hacerlo; además, sabía que le traería un montón de problemas. Tendría que zurrarle para que se callara. Y Derek no las tenía todas consigo. No era como las chicas con las que solía tratar, impresionables y manipulables. Podía darle mucha guerra. Era capaz de denunciarlo, y tratándose de algo así, quizá ni siquiera el padre de Jamie pudiera hacer nada para que el jefe Warden enterrara el asunto. O puede que el marido interviniera. Eso era lo que menos le preocupaba. Había visto a aquel capullo, nada cachas; dudaba de que levantara la vista si lo miraba amenazándolo con partirle los dientes.

En cuanto a ponerse un pasamontañas para que no lo reconocieran, no le convencía en absoluto. Era todo lo contrario de lo que lo motivaba: quería que supiera que se trataba de él, que la había cagado metiéndose con él. Quería que cada vez que se cruzaran por la calle, y en Mahingan Falls eso sucedería muchas veces, bajara la mirada y tuviera miedo. Era el precio a pagar por haberlo amenazado de aquel modo, a él y a sus pelotas.

De momento, la casa estaba bastante llena, aunque ya era de noche. Desde el lindero del jardín, y a pesar de la lluvia, podía verlos en la cocina, hablando. Y desde luego no parecía una conversación divertida…

Derek ya había estado allí varias veces para «orientarse». Aguardaba el momento adecuado, su oportunidad… Pero aún no se había presentado.

Dudó. ¿Merecía la pena quedarse, calado hasta los huesos como estaba, esperar a que los invitados se largaran y se apagaran las luces, y confiar en que ella saliera? ¿A aquellas horas y con la que estaba cayendo? Era poco probable. Introducirse en la casa por una ventana que se hubieran dejado abierta era una opción, pero Derek no lo veía claro. No con el marido cerca. Si una noche comprobaba que Olivia Spencer estaba sola, entonces sí, probaría suerte, pero no con todo el mundo allí, era demasiado arriesgado.

Derek salió de su escondite, pero se detuvo casi de inmediato.

Al otro lado del jardín, a través de la lluvia y la oscuridad, creyó ver una silueta. ¿Quién estaría lo bastante chiflado para quedarse fuera con semejante tiempo, aparte de él?

Un sabor a hierro le inundó la boca, y se dio cuenta de que tenía sangre en el labio superior. Le sangraba la nariz.

¡Mierda! Era lo que le faltaba…

Volvió a echar una ojeada al otro lado del césped, pero la silueta había desaparecido.

¡Había visto a alguien! No había sido una alucinación, estaba seguro, incluso con todas aquellas sombras en movimiento de los árboles: había visto a alguien al otro lado, frente a la casa de los Spencer.

Derek se restregó la cara con el brazo para limpiarse la sangre, que le manchó la camisa mojada.

Había llegado el momento de irse.

Pero volvería. No se rendiría. Obtendría su venganza.

Y solo de pensar en la mirada de angustia que le lanzaría Olivia Spencer cuando comprendiera quién era y por qué estaba allí, Derek recuperó la sonrisa.