Mo (nombre supuesto), al que me he referido en páginas anteriores, vivió en 1976 una experiencia especialmente positiva.
Me lo contó varias veces.
He aquí sus palabras:
—Mi padre falleció el 28 de septiembre de 1976, en Sevilla…
»Allí residíamos…
»Teníamos una vieja casa, muy céntrica…
»Al morir mi padre quedó cerrada…
»Hizo testamento, pero no teníamos idea de dónde lo guardaba. Tampoco sabíamos de qué notario se trataba…
»Y un día llegó mi hermano y comentó que era necesario buscar los documentos…
»Tenía razón…
»Y así lo hicimos…
»Buscamos por toda la casa, y durante días…
»Pero el testamento no aparecía…
»En noviembre, dos meses después de la muerte de mi padre, estábamos como al principio. Los documentos seguían sin aparecer…
»Y recuerdo que una noche, después de una intensa búsqueda, me retiré a dormir…
»Tuve un sueño…
»Fue increíble y maravilloso…
»Vi a mi padre…
»Se hallaba en el despacho, sentado delante de su mesa…
»Todo era tal y como recordaba…
»La madera, la sala, la ventana y la reja que la protegía: idéntico…
»Me llamó la atención mi padre: aparecía más alto de lo que fue en vida…
»Vestía su habitual traje, impecable…
»Y me dijo: “Atiende lo que voy a decirte… Esto hay que arreglarlo… El testamento que estáis buscando está en mi despacho… Tienes que mirar en la carpeta que está sobre la mesa… Recuerda: la carpeta verde… Rompe el forro y ahí está el sobre con los documentos… Arréglalo enseguida… Esto va a cambiar mucho”.
»Ahí terminó el sueño…
»Desperté a las cinco de la madrugada, llamé a mi hermano, y me fui para la casa…
»El testamento, en efecto, estaba oculto en el forro de la carpeta verde, tal y como dijo mi padre en la ensoñación…
Le hice una sola pregunta:
—¿Era un testamento importante?
Mo asintió.
—Lo era. Y gracias al sueño resolvimos el problema.