Y de nuevo el fenómeno de la luz…

¡Los cuerpos radiantes!

El presente caso me fue relatado por Jesús Antonio Pano Dorado.

Vive en Madrid.

Mi hermano Juan Carlos (Aco) y yo —manifestó— dormimos en la misma habitación, en dos camas separadas por una mesilla… Frente a las camas se alza un armario…

A la conversación asistieron María Teresa, madre de Jesús Antonio, y Juan Carlos, su hermano.

Nuestro padre había fallecido el 10 de septiembre de 2010… Tenía setenta y siete años de edad…

Pues bien, a los dos o tres días de su muerte, lo vi…

Sucedió en mitad de la noche…

Podían ser las dos o las tres de la madrugada…

No sé si estaba despierto o dormido. No lo recuerdo…

El caso es que oí una voz…

Más que una voz, un susurro…

Y escuché mi nombre: «¡Nono!… ¡Nono!»…

Así me llaman en casa…

Lo repitió varias veces, como si quisiera despertarme…

Cuando abrí los ojos (insisto: no sé si fue un sueño o la realidad) vi a una persona, de pie, junto a la cama de mi hermano. Exactamente a los pies de la misma…

Yo tenía la cabeza recta y tuve que inclinarla ligeramente hacia la derecha…

¡Era mi padre! ¡Era él!…

Vestía una túnica de paño, muy blanca, con una cruz en el tórax, en relieve…

La cruz abarcaba todo el pecho y se perdía hacia abajo…

Aunque tenía volumen corporal, todo él era de luz; una luz muy blanca, similar a la que emite una linterna «led», pero con una diferencia muy importante: no molestaba a la vista…

Curiosamente no sentí miedo…

¡Era él, con el aspecto de una persona mayor!…

Las partes visibles del cuerpo (cabeza y manos), ya que el resto lo ocultaba la citada túnica, eran transparentes, pero con esa luz blanca y maravillosa en el interior…

No es fácil describirlo…

También la túnica, de un blanco impoluto, resplandecía como consecuencia de la luz que nacía del interior…

Insisto: toda la luz manaba de él…

Estaba de pie, como te decía, con los brazos ligeramente extendidos y las palmas de las manos abiertas y hacia arriba…

Pude observarlo durante unos instantes…

No dijo nada…

Ahí concluye la visión…

No recuerdo nada más. No le vi marchar…

Cuando he soñado posteriormente con él, la ensoñación ha sido diferente y sujeta a los cánones habituales de los sueños. Nada que ver con lo que «vi» aquella noche…

Nono se prestó, gentil, a todas mis preguntas.

Empecé por el asunto de la voz.

—¿Era la de tu padre?

—Fue un susurro, pero el timbre no tenía nada que ver con la voz de mi padre.

Nono trató de recordar y terminó moviendo la cabeza, negativamente, al tiempo que declaraba:

—No puedo asegurar que fuera la voz de mi padre, en vida, pero era él…

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque reconocí sus rasgos. ¡Era él! Presentaba el mismo aspecto que cuando murió.

—Háblame de la cruz que viste en el pecho…

—Aparecía en relieve, como si estuviera bordada. Abarcaba todo el tórax y se perdía hacia abajo…

—¿Viste los pies?

—La cama de mi hermano lo impedía.

—¿De qué color era la cruz?

—También blanca, de unos seis u ocho centímetros de ancho.

—¿Portaba capucha y cinturón?

—No.

—¿Te miró en algún momento?

—No. Se mantuvo con la vista fija en mi hermano.

—¿Cuál era su semblante?

—Grave, como preocupado.

—Dices que tenía las manos abiertas…

—En efecto.

—¿A qué distancia estaba de ti?

—Aproximadamente, a un metro.

—Es decir, lo contemplaste con claridad…

—Total claridad.

—¿Observaste si presentaba las típicas rayas en las palmas de las manos?

Nono hizo memoria.

—No tenía rayas en las manos, pero se distinguían los dedos a la perfección. Insisto: todo era luz.

—Háblame de la luz que partía del interior…

—No es fácil de explicar. El cuerpo tenía volumen pero yo diría que no era materia, como nosotros la conocemos.

Nono se detuvo unos instantes, tratando de hallar las palabras exactas. No sé si lo consiguió.

—Todo era luz —redondeó—. El color de la piel, por ejemplo, no existía.

—¿Dirías que se trataba de un holograma?

—Podría ser…

—¿Recuerdas si la luz irradiaba fuera del perímetro del cuerpo?

—No iba más allá de la superficie, salvo en la zona de la nuca. Ahí había más luz.

—¿Observaste joyas o alianzas?

—No llevaba nada.

—Lo curioso —intervino Juan Carlos— es que lo enterramos con dos alianzas: la de la boda y la del cincuenta aniversario.

María Teresa, la madre, también portaba dos alianzas de oro. Y me las mostró, feliz.

—¿Cuánto duró la visión?

—Alrededor de cinco segundos.

—¿Tienes idea de cómo desapareció?

—Sinceramente, lo ignoro. Quizá estaba despierto y terminé durmiéndome. No lo sé…

Y Nono apuntó otro hecho inexplicable:

—Soy una persona extrovertida y siempre cuento en casa lo que me ha sucedido a lo largo del día. Pues bien, el suceso de la presencia de mi padre no fue comentado con nadie. Lo recordaba, pero era como si alguien o algo me obligara a guardar silencio. Hasta que un día, al ver a mi madre apenada por la ausencia de mi padre, decidí contar la experiencia. Y le dije que no se preocupara. Él está bien. Yo lo había visto.

A las dos o tres semanas de la visión, ambos hermanos tuvieron una experiencia común. Fue Juan Carlos quien pasó a relatarla:

—Una mañana, al poco de experimentar Jesús Antonio lo que acaba de detallar, ocurrió otro hecho extraordinario para el que no hemos encontrado una explicación lógica.

»Nos habíamos levantado para ir al trabajo. Era un día normal, como tantos…

»Siempre, cuando ya estamos arreglados y dispuestos a salir, nuestra costumbre es revisar minuciosamente la casa. Y eso hicimos.

»Pues bien, cuando nos encontrábamos en el salón, listos para marchar, escuchamos algo que nos hizo retroceder. Caminamos hasta el pasillo que comunica con las habitaciones.

»Ambos lo habíamos oído: eran pasos…

»¡Los pasos de mi padre! ¡Eran inconfundibles!

»Estábamos habituados a ellos. Eran los pasos de mi padre cuando se levantaba y se dirigía al baño.

»Pensamos que podía ser nuestra madre. Pero no…

»Ella estaba en su cuarto, dormida.

Al preguntar sobre ambas experiencias, los hermanos Pano Dorado coincidieron:

—Nuestro padre vive y es feliz.

Estoy bien
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