Conozco a Ezequiel Rodríguez Ruiz desde 1976. Puede que antes…
Es hombre de pocas palabras y especialmente valiente.
Durante años se ocupó de las obras de albañilería en «Cantora», la finca que fue de Francisco Rivera, Paquirri, en el término de Medina Sidonia, en Cádiz (España).
El torero, como es sabido, perdió la vida el 26 de septiembre de 1984 en la plaza de toros de Pozoblanco, en Córdoba. A pesar de su juventud —treinta y seis años—, el Destino se lo llevó.
Pues bien, a las pocas semanas de su muerte, cuando Ezequiel se encontraba en «Cantora», trabajando, sucedió algo inusual.
De pronto —manifestó Ezequiel—, cuando entré en el gimnasio, lo vi…
Era Paco, el torero…
Lo vi con claridad. Estaba montado en su moto…
Sonreía…
Ezequiel salió del gimnasio, pálido. No quiere recordar el incidente. Es más: si alguien pregunta sobre el particular, él lo niega.
Seguramente fue un reflejo, afirmó.
Seguramente…
Dieciséis años después de la trágica muerte de Paquirri, en la referida finca de «Cantora», se registró otro suceso, relativamente parecido al anterior.
En esta ocasión también lo protagonizó el torero. La testigo fue Isabelita, hija adoptiva de Isabel Pantoja, viuda de Paquirri.
La niña contaba cuatro años de edad.
Así lo narró Isabel Pantoja:
Isabelita llegó un día hasta la puerta del cuarto en el que se guardan las pertenencias del torero…
Nadie entra en esa habitación…
Pues bien, al rato, la niña bajó diciendo que había visto a un hombre que le sonreía…
Nos sorprendimos…
Sabíamos que en la casa, en esos momentos, no había nadie, y menos en la planta de arriba…
Cuando preguntamos quién era el señor, la niña nos llevó al salón. Se situó frente al cuadro, al óleo, de Paco, y lo señaló con el dedo…
—Ése es el señor que he visto…