Eran las tres de la madrugada del 28 de noviembre de 2008.
Rebecca se despertó y se levantó de la cama. Fue al baño. Deambuló por la casa y terminó regresando al dormitorio. Larry, su marido, dormía profundamente.
—Entonces tuve un sueño…
Rebecca T. Wilkner es una ciudadana norteamericana a la que conozco desde hace años. Hemos colaborado en numerosas investigaciones a lo largo y ancho de Estados Unidos. Vive habitualmente en Fort Lauderdale (Florida), aunque es nacida en Saint Croix, en las islas Vírgenes. Allí, en Christiansted, vivían sus padres…
Pero sigamos con la narración de Rebecca.
—Una semana antes de ese 28 de noviembre de 2008 yo había visitado a mi madre, en Christiansted. Estaba muy mal. En julio le detectaron un cáncer de páncreas. Digo esto —añadió Rebecca— porque, en esas fechas, en noviembre, yo sabía que mi madre no duraría mucho… El caso es que tuve un sueño, y muy extraño. De pronto me vi en el balcón de la casa de mis padres. Lina, mi madre, estaba allí, conmigo. No hablamos. Yo la miraba y pensaba: «Qué bien que se ve…». No tenía aspecto de enferma. Todo lo contrario. Vestía una bata rosa…
Ahí terminó el sueño.
Rebecca se levantó de nuevo. El reloj marcaba las seis de la mañana. Ese 28 de noviembre de 2008, mi amiga debía tomar un vuelo a Saint Croix.
—Quería visitar de nuevo a mi madre. Pero, al levantarme, me sentí confusa.
—¿Por qué?
—En el sueño había visto a mi madre sanísima. Y pregunté a Larry si mami estaba bien. El pobre me miró, atónito. «Tu madre —dijo— está muy enferma». Pero no terminaba de creerlo. La acababa de ver, en el sueño, y estaba perfectamente. ¿Por qué tengo que volar a la isla —me decía— si ella está bien?
Y en mitad de la confusión sonó el teléfono.
—Era mi hermano. Él vive muy cerca de la casa de mis padres, en Saint Croix. Y me dio la noticia: «Mamá ha muerto». El fallecimiento se produjo entre las tres y las tres y media de esa madrugada…
—La hora en que se registró el sueño…
—En efecto.
Y me interesé por los detalles de la ensoñación.
—La vi muy bien, como te digo. Aparecía con el pelo hacia atrás, como siempre, y sin maquillaje. La encontré pálida, eso sí… Vestía una bata rosa, de estar por casa. Era una bata con florecitas…
Rebecca voló a Saint Croix y esa tarde, hacia las 17.00 horas, le permitieron ver a Lina en la morgue.
—¡Dios mío!… Mi madre tenía puesta la bata rosa del sueño…