Lo sucedido a Martha resulta igualmente inexplicable a la luz de la razón. Y me pregunto: ¿qué importa la razón si el suceso es auténtico?
El hecho me fue relatado por un familiar de Martha y de Celia. Ambas protagonizaron el misterioso suceso.
Celia, madre de Martha, falleció en México el 27 de julio del año 2000.
Un par de semanas después del óbito, los hijos de Celia se reunieron para repartirse los efectos personales de la madre.
Martha escogió un par de zapatos finos, que tenía en gran aprecio, así como el bastón que la madre empleaba para apoyarse y caminar. Celia era obesa.
Martha guardó los objetos en el maletero del carro y regresó a su casa.
Pero, una vez en el garaje, no pudo sacar los zapatos y el bastón, ya que llevaba las manos ocupadas con las cosas de su bebé. Pensó que volvería en cuestión de minutos.
No fue así…
Se entretuvo y lo dejó para el día siguiente.
Esa mañana, al volver al coche, quedó paralizada.
Junto al carro, de pie, vio a su madre.
¡La difunta estaba viva!
Calzaba los zapatos que Martha había guardado en el maletero y presentaba en la mano el viejo bastón que le perteneció.
Martha dio la vuelta y corrió, aterrorizada, encerrándose en la casa.
Pasaron días hasta que se decidió a volver, y acompañada, sacando los zapatos y el bastón del vehículo. Allí seguían, claro está…
El shock fue tal que la mujer terminó acudiendo al cura del pueblo, contándole lo sucedido.
La respuesta del sacerdote fue de traca. La presencia se había producido —afirmó— porque Martha, al quedarse el bastón y los zapatos, impedía que la madre pudiera marchar en paz al «otro lado» (!).