Aquella mañana de agosto, en Águilas (España), fue tranquila (aparentemente).

La mar se presentó azul y serena.

Todo invitaba a un baño.

Y las hermanas Purificación y Carmen Flores decidieron entrar en el agua y nadar un rato. La madre —también llamada Carmen— se sumó a la idea y nadó con las hijas en dirección a unas boyas señalizadoras.

Las mujeres no sospechaban lo que estaba a punto de suceder…

Supe de este suceso en julio del año 2000, en un inolvidable viaje por Egipto. Las hermanas Flores formaban parte del grupo. Lo pasamos francamente bien…

Y una tarde —no recuerdo por qué— Mari Puri y Mari Carmen contaron lo ocurrido en aquella calurosa mañana de agosto, en la playa murciana de Águilas:

Era mediodía…

La familia, al completo, se encontraba en la playa…

Era lo habitual en agosto…

La mar estaba muy tranquila y decidimos tomar un baño…

Mi madre se unió a nosotras…

No éramos buenas nadadoras, pero el agua aparecía preciosa y calmada…

Y nadamos…

Y lo hicimos sin problemas, hasta el lugar fijado…

Calculo que nadamos unos cien metros, o poco más…

Fue entonces, al decidir que debíamos regresar, cuando empezaron los problemas…

La orilla estaba lejos y nuestra madre no se sintió con fuerzas para volver…

No hacíamos pie y le indicamos que se colocara boca arriba, con el fin de que descansase…

Tratamos de animarla y de tranquilizarla…

No teníamos prisa. Podíamos llegar poco a poco…

Pero nuestra madre, cada vez más nerviosa, lo único que decía es que no nos acercáramos a ella…

Todo su afán era que la dejáramos y que no la tocásemos…

Imagina los nervios…

Mi hermana y yo —prosiguió Mari Puri— no sabíamos qué hacer ni cómo reaccionar…

Obviamente no podíamos dejarla allí. Se hubiera hundido…

Pero tampoco debíamos aproximarnos e intentar ayudar. Si nos hubiéramos acercado, dado su nerviosismo, lo más probable es que las tres habríamos corrido peligro…

Fueron momentos horribles…

No sabíamos qué hacer…

Y en eso, por nuestra derecha, apareció un bote…

Mi hermana Mari Carmen levantó el brazo…

Ahora, en frío, no consigo entender —comentó Mari Puri—. Estábamos solas en el agua. ¿De dónde salió la barca?…

Era un bote a remos…

Y la barquita se aproximó a nosotras…

El hombre que la manejaba no dijo nada. No preguntó. Y continuó sentado a popa, con las manos sobre los remos…

Nos limitamos a ayudar a nuestra madre…

No sabemos cómo, pero conseguimos empujar a mamá hasta lo alto del pequeño bote…

El hombre seguía sentado y mudo…

Una vez que nuestra madre subió a la embarcación, el hombre empezó a remar y el bote se alejó hacia la orilla…

Y allí quedamos…

Fue desconcertante. El hombre no se preocupó de nosotras. Ni siquiera preguntó si necesitábamos ayuda…

Pero lo increíble es que nuestra madre tampoco se interesó por nosotras…

Continuó en la barca, silenciosa, hasta que el hombre la dejó en la orilla…

Permanecimos en el agua, boca arriba, tratando de recuperarnos del susto, y comentando la suerte que habíamos tenido…

Después comprendimos: ¿De dónde salió el bote? Estábamos solas…

Tres años después del viaje a Egipto pude entrevistarme de nuevo con las hermanas Flores y Carmen Cano, la madre.

El relato de Carmen fue idéntico al ya referido. Y añadió algunos detalles:

—Estaba muerta de miedo. Permanecí acurrucada en la barca, sin moverme…

—¿Cómo era el hombre?

Carmen no recordaba. El aspecto del «pescador» se había borrado en la memoria.

—El hombre remó cinco o diez minutos —prosiguió— y lo hizo en silencio. De pronto habló y dijo: «La próxima vez no te vayas tan lejos»…

—¿Tuviste la sensación de que te conocía?

—No lo sé… Todo fue confuso…

Entonces, a cierta distancia de la orilla, el hombre habló por segunda vez.

—«Ya te dejo aquí», manifestó. Comprobé que estábamos retirados de la playa y rogué que me dejara más cerca. Tenía miedo…

Y el hombre siguió remando…

Al saltar al agua, allí estaban los familiares y amigos, alertados. Habían observado la escena desde tierra, pero no se fijaron en el «pescador».

—Al día siguiente, o a los dos días —añadió Carmen—, fui a ver a un tal Felipe, un curandero. Fui por otro asunto… Y, nada más verme, habló del susto y del hombre de la barca… Dijo que era familiar mío, ya muerto, y que se llamaba Alberto…

Yo, torpe, como siempre, seguí interrogándola sobre la barca:

—¿Era nueva?

—No lo sé…

—¿Qué objetos aparecían en el bote?

Carmen negó con la cabeza. No recordaba nada de nada.

—¿Cómo vestía el «pescador»?

—Creo que llevaba una chaqueta, o un traje, pero no estoy segura…

—¿Un pescador con traje?

Carmen se encogió de hombros.

No conseguí nuevos datos. No recordaba el rostro, ni el tono de la voz. Nada.

Mari Puri llevó a cabo algunas gestiones y confirmó que un familiar de su madre, llamado Alberto Cano, había fallecido el 31 de julio de 1978. Está enterrado en Baza (Granada). Carmen tenía relación con él. Se escribían y ella, a veces, le ayudaba con algo de dinero.

El incidente en aguas de Águilas, por tanto, tuvo que suceder en agosto de 1979. El «pescador» llevaba un año fallecido.

Esto explicaría, en parte, la singular actitud del hombre del bote…

Explicaría por qué se presentó de repente, como salido de la nada…

Explicaría por qué se mantuvo a popa, con las manos en los remos…

Explicaría por qué no preguntó y por qué no mostró interés por las hermanas…

Ningún pescador de verdad se comporta como lo hizo Alberto Cano, el tío de Carmen…

Estoy bien
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