Nieves tenía esa costumbre. Le gustaba dormir con una pistola bajo el colchón.
Esa madrugada pensó en la pistola. ¿La utilizaba? Pero se contuvo.
En realidad no fue necesario…
La primera vez que Nieves Cruz me relató aquella desconcertante y dura experiencia fue en agosto de 1986. Así consta en el cuaderno de campo correspondiente.
—En aquel tiempo —contó Nieves—, mayo de 1969, nos encontrábamos en Antigua, en el Caribe. Mi marido había sido destinado a la estación de seguimiento de NASA en la referida isla.
»Esa noche estábamos ya acostados… Serían las doce o la una… Todo se hallaba tranquilo, a excepción del perro…
—¿Qué le sucedía?
—En esos momentos no lo supimos… Ladraba con furia… Se hallaba en el exterior y corría de un lado para otro… Estaba muy inquieto… Después comprendimos…
Y Nieves prosiguió con el relato:
—Alexis, nuestro hijo, tenía entonces dieciocho meses. Dormía en una habitación contigua a la nuestra. La costumbre era dejar una luz encendida, en el pasillo, por si lloraba… Recuerdo que la tata del niño tenía descanso esa noche… Entonces sentí que alguien me tocaba el pie derecho…
Nieves rectificó:
—Mejor dicho, no me tocó: me zarandeó… Desperté, asustada… Lo primero que pensé es que había entrado un ladrón… Y recordé la pistola…
»Era alguien alto… Se hallaba a los pies de la cama… Pero el mosquitero no permitía verlo con claridad…
»Me incorporé y pregunté en inglés: “¿Qué quieres? ¿Qué quieres?”.
—¿Y tu marido?
—Seguía dormido, como un bendito… El bulto, entonces, contestó en español: «No te asustes».
—¿En español?
—Sí, y yo pregunté, aterrorizada: «¿Eres Dios?». Y el bulto replicó: «No, soy tu padrino…».
La mujer hizo una matización:
—Entonces reconocí la voz de Juan Martín, mi tío y padrino… Era una voz especial. Inconfundible… Era una voz sucia y rota… La distinguiría entre diez mil…
»Y pregunté de nuevo: “¿Qué quieres?”… “Que me hagas una misa”, respondió…
Nieves hizo otra aclaración:
—Yo era escéptica… A decir verdad, no creía en nada…
—¿Y qué sucedió?
—La sombra o el bulto desapareció… Y yo quedé petrificada…
—¿Dónde vivía tu padrino?
—En Isla Cristina, en Huelva (España).
—¿Qué noticias tenías de él?
—Ninguna. Hacía años que no le veía.
—¿Sabías que estaba muerto?
—No.
—¿Y qué hiciste?
—Esa mañana me fui a la iglesia católica y traté de encargar una misa…
—Pero, si no creías en nada…
Nieves sonrió, maliciosa, y aclaró:
—Por si acaso… Pero no tuve suerte. Todas las horas estaban ocupadas… Insistí… Pagaría lo que fuera necesario… Y se hizo el milagro… Pude encargar una misa, esa misma tarde, y otra en el mes siguiente, el 27 de junio…
Y regresé tranquila a casa.
Esa noche me acosté y, poco más o menos a la misma hora, alguien tocó en mi hombro…
—¿El perro continuaba alterado?
—Sí, muy agitado. Quería entrar en la casa…
—¿Te zarandearon?
—Sí, como la primera vez, pero en el hombro derecho… Me incorporé y vi aquella sombra o bulto… En esta ocasión se hallaba a la derecha de la cama, muy cerca…
—¿Observaste algún detalle?
—Ninguno. El mosquitero no permitía ver con claridad… Era un bulto alto… Tenía 1,80 metros de estatura, como poco…
—¿Qué altura tenía tu tío?
—Era más bajo.
—¿Y qué sucedió?
—¿Qué quieres? —volví a preguntar—. «No te asustes —respondió—. Soy yo… Gracias»… Y desapareció nuevamente.
Al cabo de quince días, Nieves recibió una carta procedente de Isla Cristina. En ella le comunicaban el fallecimiento de su padrino. La muerte tuvo lugar, justamente, al registrarse la primera presencia. Se da la circunstancia de que Juan Martín, primo hermano de la madre de Nieves, había sido un hombre muy religioso. Fue hermano mayor de la cofradía de la Virgen del Carmen y enterrado con el hábito de Jesús del Gran Poder. En Huelva le dedicaron numerosas misas.