No será el del ascensor de Valme el único caso en el que surge el misterioso e interesante fenómeno del frío, acompañando a alguien que está muerto.
Recientemente me fue relatada una experiencia en la que el frío ocupa un lugar tan destacado como inexplicable.
Procederé a contarla de forma resumida.
El suceso fue protagonizado por un matrimonio de la ciudad de Cádiz (España).
Corría la madrugada del 19 al 20 de agosto de 2001.
Carmen y Antonio vivían en la calle Rosario Cepeda.
A eso de las cuatro, Antonio se levantó al baño. La mujer dormía a su lado.
Al salir del dormitorio sintió algo extraño.
No pudo dar un paso.
Estaba aterrorizado.
Alguien lo observaba por su lado derecho.
Antonio no se atrevió a mirar.
Todo se hallaba oscuro y en silencio.
Finalmente, haciendo un gran esfuerzo, el hombre corrió hasta el cuarto de baño.
Al regresar al dormitorio la situación fue idéntica.
Antonio percibió de nuevo aquella presencia; en esta ocasión por su lado izquierdo.
Tampoco se atrevió a mirar.
Antonio entró en el dormitorio y fue entonces cuando sintió un frío intenso y especial.
Al meterse en la cama, la mujer comentó que sentía mucho frío.
Pero Antonio, prudentemente, guardó silencio.
Fue al día siguiente cuando el marido relató lo sucedido la noche anterior.
Y Carmen confesó que, de pronto, los pezones se le pusieron duros, experimentando dolor.
Una sobrina del matrimonio, que dormía en la misma vivienda, sintió también el frío intenso.
Fue un frío raro e impropio de esa época del año. Las temperaturas mínima y máxima de ese 20 de agosto, en Cádiz, alcanzaron 21 y 28 grados Celsius, respectivamente. Nada que ver con lo narrado.
Al entrar en el dormitorio, Antonio percibió el vaho de su propia respiración.
El edificio en el que tuvieron lugar los hechos fue construido, en 1960, en un solar en el que se registraron numerosos fusilamientos y en el que, anteriormente, se alzó la Casa de Expósitos Santa María del Mar o Casa Cuna de Cádiz[4], derribada en los primeros años del siglo XX.