Moreno programó su boda para el 12 de octubre de 1979.
El verano anterior, sin embargo, sucedió algo que le hizo dudar. ¿Era conveniente dicho matrimonio?
Moreno también fue guardia civil. En aquella época prestaba servicio en el cuartel de Arenilla, cerca de Algeciras (Cádiz).
Un día me contó su experiencia; mejor dicho, sus experiencias, a cual más asombrosa…
Fue ese verano de 1979 cuando me puse a trabajar en la preparación de la casa en la que íbamos a vivir… Se levantaba cerca de Pelayo…
Y una noche, ya acostado, noté cómo el colchón se hundía… Allí había alguien…
Moreno es un hombre tranquilo. No se altera con facilidad.
Entonces reconocí a Mimi, mi abuela… La mujer había fallecido el 22 de marzo de 1972, en Cádiz capital… Y me dijo: «¿Para qué te vas a casar si no lo necesitas?»…
¡Era su voz!…
Prendí la luz y ya no estaba…
Yo me hallaba muy unido a ella… Amparo Pérez Castillo, Mimi, se hizo cargo de mí a los tres años, cuando murió mi madre…
Ese verano seguí viéndola, sobre todo en el aparcamiento del cuartel… Aparecía y desaparecía dentro de mi coche…
Tenía razón… Me casé y el matrimonio salió mal… Sufrí mucho…
La boda tuvo lugar el 12 de octubre, como estaba previsto… y nos fuimos a vivir a la casa de Pelayo…
Al día siguiente, 13, me tocó servicio…
«¿Te da miedo quedarte sola?», pregunté. Dijo que no y le advertí que no cerrara la puerta con llave. Si lo hacía yo no podría entrar…
Me fui por la noche, a las 22 horas, y regresé a las siete de la mañana…
Cuando volví, la puerta estaba atrancada… Había colocado una mesa, cuatro sillas y un sofá contra la madera…
Mi mujer estaba espantada…
Y me pidió que entrara en el dormitorio…
Así lo hice… Pensé en algún ratón o en una cucaracha…
Nada… Allí no había nada… Me hizo mirar debajo de la cama y en el ropero…
Entonces explicó que, esa noche, se había presentado una mujer en el dormitorio…
Ella se encontraba en la cama, leyendo el Pronto…
Sintió frío, levantó la vista, y vio a una mujer mayor, bajita y delgada… Se hallaba entre el comodín y la cama… Presentaba un delantal a cuadritos blancos y negros…
Entonces le dijo: «¿Por qué te has casado con mi nieto?… Le vas a hacer muy desgraciado»…
Era mi abuela…
Pero ¿cómo era posible?… La casa disponía de rejas en todas las ventanas…
Mi mujer, aterrorizada, soltó la revista y salió del cuarto a la carrera…
Ese día tuve que llamar a mi padre para que se quedara en la casa mientras yo me iba de servicio…
Aquel matrimonio duró veintiséis años…
Mi abuela acertó… Fue un calvario…
La esposa de Moreno murió en 2005, de infarto. Mimi había fallecido a los ochenta y ocho años de edad.
La segunda experiencia se registró en la madrugada del 12 de mayo de 1996.
Ese día me tocó servicio en el cuarto de guardia del cuartel…
Moreno estaba destinado en esos momentos en el antiguo cuartel de Zahara de los Atunes (Cádiz).
Eran las cuatro de la madrugada… Leía… Y precisamente un libro tuyo: Caballo de Troya; el primero de los volúmenes…
Y en eso, por mi izquierda, vi aparecer una mujer alta, vestida de negro…
Llegó a mi altura y escuché su voz… Me dijo: «José Antonio, José Antonio… Tu padre se ha muerto…».
Y desapareció…
Cerré el libro y lo hice por la página 209…[16]
Aquella voz… Era mi cuñada… Era la única que me llamaba por el nombre de pila… Pero estaba muerta…
A las seis de la mañana terminé la guardia y entré en la casa… Era el cumpleaños de mi padre y lo dejé dormir… No quise despertarlo… ¡Pobre de mí!… Probablemente ya estaba muerto… Al poco, mi mujer lo llamó, felicitándole… No respondió… Cuando me acerqué comprendí que había fallecido… Tenía una maravillosa sonrisa…
Esa mañana trasladamos el cadáver a nuestra casa, en Zahara… Y colocamos el ataúd sobre la cama, en el dormitorio…
En esos momentos tuvo lugar otro suceso que Moreno tampoco supo explicar.
Teníamos un gato muy pequeño, de unos cuatro años…
Lo llamábamos Miji (de «mijita»: algo insignificante).
Un día lo recogimos en la calle y se quedó con nosotros…
Tenía la costumbre de tumbarse bajo la silla de ruedas de mi padre. Él lo acariciaba…
Cuando llevaba a mi padre al cuartel, Miji nos acompañaba. Caminaba con nosotros. Después regresaba a la casa y entraba por la ventana…
Era blanco y gris, precioso…
Pues bien, al depositar el ataúd en la habitación, entró Miji. Se situó al pie de la cama y miró a lo alto. Tenía los ojos muy abiertos. Mi esposa, entonces, le dijo: «Es Manuel…». Y Miji, como si hubiera comprendido, dio un salto y se colocó junto a la caja…
Allí permaneció 24 horas, sin moverse…
Al día siguiente, 13, nos llevamos el cadáver y lo enterramos…
Regresamos a la casa hacia las cinco de la tarde, poco más o menos…
Y encontramos al gato sentado en la silla de ruedas… Al principio no le echamos cuenta… Tratamos de darle de comer, pero no quería… Y siguió acurrucado en la silla…
No hubo forma de bajarlo…
Allí permaneció once días, sin comer ni beber, hasta que murió…
Moreno lo enterró en el viejo cuartel. Según el guardia, el gato murió de pena.