Fue Margaret Petch, la traductora del Caballo de Troya al inglés, quien nos informó del fallecimiento de su marido, William Harwood Peden. Bill había sido poeta y profesor de literatura en la Universidad de Saint Louis, en Missouri (USA). En los últimos años padeció el calvario del Alzheimer.

Bill nació el 22 de marzo de 1913 y murió el 23 de julio de 1999. Fue incinerado en Columbia, a 200 kilómetros al noroeste de Saint Louis.

Pues bien, lo extraordinario de la historia se produjo casi tres meses después de la muerte de Bill. El 19 de octubre, al parecer, fue visto en la ciudad de Pittsburg, en Pennsylvania, a mil kilómetros de donde falleció.

En cuanto fue posible nos trasladamos a Pittsburg. Era el mes de febrero. Nevaba.

Al llegar al hotel Green Tree, el Destino tocó en mi hombro (me suena la frase). Nos hallábamos en el 101 de Radisson Drive. «Buena señal», me dije.

Al día siguiente, sábado, fuimos recibidos en la casa de Jerry Costanzo, también poeta y también profesor de literatura en la Universidad C. Mellon.

Jerry es un hombre apacible y sabio. Vive con su esposa, 10.000 libros y cuatro relojes de pared. Además de profesor, poeta y defensor de poetas, es coleccionista de libros, pero sólo de primeras ediciones. El tictac de los relojes y el silencio de los libros es la atmósfera que se respira en esa casa.

Petch y Blanca fueron testigos de la larga conversación que sostuvimos esa mañana.

He aquí, en síntesis, lo hablado:

—Ocurrió de madrugada —explicó Jerry—. Serían las cinco, poco más o menos. Yo estaba solo en la casa. Mi mujer había viajado a Massachusetts… Esa noche, no sé por qué, no pude dormir… Me vine al salón, me hice con un libro, y me senté en este sillón… Había una única lámpara encendida en la sala…

—¿Qué libro eligió?

Jerry lo tenía a mano y nos lo mostró: A different person, de James Merrill.

—¿Es normal que se levante de madrugada?

—No, no lo es. Esa noche me hallaba inquieto. No supe por qué… Ahora sí lo sé.

Y Jerry prosiguió:

—Estaba preparando un trabajo sobre poesía y me vino a la mente un libro de Bill, titulado Twilight at Monticello. Me pareció fundamental incluirlo en dicha antología. Y pensé en buscarlo y comprarlo… Yo le debía mucho a Bill… Él seleccionó mi libro In the Aviary y fui el ganador del premio Devins, de la Universidad de Missouri, en 1974… Mi ilusión era dedicar esa antología a Bill…

—¿Estaba usted pensando, en esos momentos, en un libro de Bill?

—En efecto. Mientras leía Una persona diferente le daba vueltas en la cabeza al asunto de Twilight at Monticello… Fue en esos instantes cuando lo vi…

—¿Qué vio?

—A Bill…

—¿A William Harwood Peden?

—El mismo. Se hallaba de pie, cerca del piano, a cosa de tres metros…

Jerry Costanzo —según aclaró— nunca había visto a Bill. Hablaron telefónicamente y se comunicaron por carta, pero jamás conversaron en persona.

—¿Y cómo supo que era Bill?

—Él se identificó. Me dijo quién era…

—¿Lo vio llegar o abrir la puerta?

—No. Sencillamente se presentó en el salón.

Y Jerry describió a Bill:

—Traía luz…

No entendí y rogué que se explicara…

—Era una figura luminosa… Traía su propia luz… Vestía una chaqueta marrón, con coderas, un pantalón, también marrón, y una camisa blanca, muy almidonada, con corbata… No recuerdo el color de la corbata… Se tocaba con una gorra…

—¿Ropa de verano o de invierno?

—Parecía de lana…

Jerry fue paso a paso:

—Primero me miró. Fue una mirada larga e intensa. Quizá cinco segundos… Se me antojó eterna… No vi los pies. Eso me llamó la atención… Estaba serio…

—¿Le produjo miedo?

—No.

—¿Sabía que Bill había muerto?

—Sí, y supe igualmente que no pretendía hacerme daño…

—Dice que lo encontró serio…

—En efecto, pero también percibí tranquilidad. Parecía estar en su elemento… La verdad, me impresionó vivamente.

—¿Los relojes se detuvieron?

—No lo recuerdo, pero creo que no… Entonces me habló, mentalmente… No movía los labios… Me hizo saber quién era y que sabía que yo le estaba agradecido por lo del premio de poesía… Después me animó a seguir con mi trabajo… «Estás haciendo lo que debes», manifestó con seguridad… Se refería a mi labor en favor de los poetas jóvenes… Entonces, de pronto, afirmó: «El libro que buscas…, ya lo tienes».

Jerry me miró, pálido, y matizó:

—Supe que se refería al que yo pretendía comprar: Twilight at Monticello. Y, en efecto, lo tenía en mi biblioteca desde 1978… Lo encontré ese mismo día, en el ático.

—¿Le dijo algo más?

—Sí, aunque no recuerdo el orden. Dijo que estaba bien y que se hallaba en el lugar que tenía que estar… No sonrió en ningún momento, pero supe que se encontraba muy bien, tanto física como mentalmente…

—¿Cree que era una imagen con volumen?

—Eso me pareció…

—¿Cuánto tiempo pudo durar la experiencia?

—No sé contabilizarlo.

—Volvamos al asunto del libro. De no haber sido por el aviso de Bill, ¿lo hubiera comprado?

—Supongo que sí. Buscar entre 10.000 volúmenes es complicado…

—¿Cómo consiguió hallarlo?

—Fue como si él me hubiera dirigido… Fui directamente al ático, y allí estaba, mirándome…

Entonces, según Jerry, terminados estos asuntos, Bill desapareció.

—Fue súbito. No sé explicarlo… Y me quedé con una saludable sensación de paz…

—¿Qué aspecto presentaba Bill?

—Tenía la lámina de un anciano.

Bill falleció con ochenta y seis años de edad.

Pregunté a Jerry por una posible explicación del fenómeno.

Se encogió de hombros y añadió:

—No la tengo, sinceramente… Demasiado complejo para mí… Además, no creo en la vida después de la muerte…

En los días siguientes a la «presencia» de Bill en la casa de Jerry, en Pittsburg, el profesor de literatura telefoneó a Petch, la viuda, y le contó lo sucedido. Petch confirmó que ésa era la ropa usada habitualmente por su marido; especialmente la gorra de tweed (paño asargado).

—No salía de casa —ratificó Petch— si no la llevaba puesta…

Jerry descubrió también que parte de la alfombra existente en el salón quedó misteriosamente descolorida. Era la zona sobre la que había aparecido Bill.

Jerry no prestó atención a las manos, ni tampoco al posible movimiento de los brazos.

—Bill permaneció siempre quieto.

Insistí en la posible existencia del anillo de casado en la mano derecha de Bill, pero Jerry no supo darme razón. No lo recordaba.

El viejo profesor de la Universidad de Saint Louis utilizaba gafas permanentemente. Jerry, sin embargo, no las vio.

La conversación con Costanzo se prolongó varias horas.

Él tenía entonces cincuenta y tres años. Jamás olvidará la experiencia. Nosotros tampoco…

Estoy bien
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