Aquél prometía ser un sábado apacible, pero no…
Leyre, la protagonista de este suceso, tenía entonces quince años.
Supe de la historia, en primer lugar, por Pepe Azpiroz, veterano periodista español y padre de Leyre.
Después pude conversar con ella:
Esto fue lo que me contó:
Sucedió en la primavera de 1990…
Vivíamos en la sierra de Madrid…
Era un sábado (no recuerdo la fecha exacta)…
Hacia las diez de la mañana yo me encontraba en la planta baja de la casa…
Acababa de desayunar…
Mis padres seguían en el piso de arriba, en su habitación…
Ander, mi hermano, estaba en el salón. Veía la tele…
Y en eso sonó el teléfono…
En casa teníamos un solo teléfono fijo. Estaba en el hall, cerca de las escaleras por las que se accedía a las habitaciones…
Yo volvía de la cocina al salón…
En esos instantes, al pasar junto al teléfono, sonó…
Me hice con el auricular y pregunté:
—¿Diga?
Y alguien contestó:
—Que se ponga tu padre, rápido…
En ese momento reconocí la voz de mi abuelo Miguel…
Era una voz difícil de olvidar…
Vocalizaba de una manera especial, balbuceando. En la guerra civil española le dispararon un tiro en el cuello y le afectó a la mandíbula…
Quedé paralizada, de puro miedo…
Miguel Azpiroz Garaicoetxea, mi abuelo, había fallecido en 1985…
¡Estaba muerto!…
Y respondí, como pude:
—Está durmiendo…
—Dile que se ponga, rápido —contestó él…
Estaba segura de que era mi abuelo, pero pregunté:
—¿Quién eres?…
Y él replicó:
—Quién voy a ser… ¡El abuelo!…
—Un momento —le dije…
Ya estaba muerta de miedo…
Dejé el teléfono sobre la mesita y corrí al cuarto de mis padres…
Y me eché a llorar…
—¡Papá, papá!… ¡Te llama el abuelo!…
Mi padre se encontraba en la cama, medio dormido. No entendía nada…
E insistí, entre lágrimas:
—¡Que te llama el abuelo por teléfono!… ¡Te juro que es él!… ¡Date prisa!
Mi madre reaccionó y le dijo que bajara, a ver qué pasaba…
Mi padre bajó la escalera y atendió el teléfono…
Comunicaba. Habían colgado…
Mi madre me tranquilizó y, cuando mi padre volvió a la habitación, trataron de hacerme ver que quizá el autor de la llamada había sido un señor mayor. Quizá se equivocó al marcar…
Nunca hemos querido hablar del asunto…
Yo sé que fue cierto y que la voz era la del abuelo…
—Dices que tu abuelo Miguel falleció cinco años antes de la llamada…
—Sí. Yo tenía once, pero me acuerdo muy bien de él y, sobre todo, de su voz. Era inconfundible.
—¿Dónde está enterrado?
—En Puente de los Fierros, en lo alto del puerto de Pajares. Era el pueblo de su mujer. Él era navarro.
—¿Tenías buena relación con tu abuelo?
—Sí, aunque no teníamos mucho roce. Él vivía en Asturias y yo en Madrid.
—¿El tono, al llamar por teléfono, era cariñoso?
—No. De hecho me pareció un poco hostil y apurado.
—¿Como si tuviera prisa?
—Sí.
—¿Utilizaba la palabra «rápido» habitualmente?
—Te diría que no. Era un hombre bastante tranquilo y cariñoso. Lo recuerdo siempre de buen humor. El tono no era el habitual.
Pregunté a Leyre su opinión sobre el suceso.
—Durante años he preferido olvidarlo —respondió—. Probablemente se trata de un conjunto de casualidades y, si no es así, lo que siento es que no fuera mi padre el que descolgara ese teléfono. Estoy segura de que hubiera dado lo que fuera por haber podido hablar con él.