La historia de Nana me impresionó vivamente.
El hecho tuvo lugar hacia el año 1942, aunque no es seguro.
Nana, o tía Nana, como conocían a Damiana Herrera, vivió en México toda su vida. Quedó huérfana de madre cuando era una niña y tuvo que hacerse cargo de sus cuatro hermanos.
Eran muy pobres.
El padre trabajaba de noche.
Nana fue obrera en la Eagle Pencil Company, sucursal de una multinacional norteamericana en el DF. Su trabajo consistía en revisar —manualmente—, con el tacto, todos los lápices que salían de las máquinas, con el fin de detectar cualquier defecto de fabricación. Era un trabajo agotador y mecánico, como en la película Metrópolis, de Fritz Lang. Lo llevó a cabo durante cuarenta años…
Pero el suceso que me impactó sucedió cuando Nana contaba once años de edad.
Los cinco hermanos dormían en la misma habitación.
El padre había salido a trabajar, como de costumbre.
Y bien entrada la noche se declaró un incendio en el lugar.
Nana y los niños seguían durmiendo…
Entonces —según contó Nana— tuvo un sueño. En él vio a su madre. La avisaba para que tomara a sus hermanos y saliera de la casa. Había fuego…
Pero Nana siguió durmiendo.
La madre apareció de nuevo en el sueño y le gritó para que despertara y sacara a los pequeños del cuarto.
Nana, sin embargo, continuó plácidamente dormida.
El final del sueño fue diferente.
Nana recibió una bofetada y despertó.
Se dio cuenta del incendio, y del peligro, y sacó a sus cuatro hermanos a la calle.
Fue una vecina la que se percató de las huellas que presentaba Nana en el rostro. Eran los dedos de una mano, como si alguien la hubiera abofeteado.
Y Nana contó el largo y misterioso sueño.
Ella, y sus hermanos, salvaron las vidas gracias al mágico mundo de los sueños.
Como digo quedé perplejo.
Nana murió en mayo de 2002, en el DF mexicano.
Lamenté no haberla interrogado…