El 27 de octubre de 2007 conocí a otra mujer excepcional: Nilda Ochoa de Rigual, profesora de la Universidad de Carabobo, en Valencia (Venezuela).
Hablamos de muchos temas pero, sobre todo, del mágico universo de las señales.
Nilda contó varias experiencias…
En cierta ocasión, a raíz del fallecimiento de su madre, la profesora retó a Dios: «¿Por qué se la había llevado?».
No lo comprendía…
Y sucedió que una mañana, al entrar a la universidad, un alumno le preguntó si había viajado sola desde la ciudad. Nilda, para salir del paso, dijo que había llegado con su madre…
—Fue una broma inocente —confesó—, pero no terminó ahí la cosa…
Al finalizar la clase, Nilda permaneció en el aula, corrigiendo.
Entonces entró el alumno que la había interrogado y preguntó si deseaba que le llevara un café a su madre.
—Está en el hall —dijo—, muy sola…
Nilda pensó que era un adulador y no le prestó atención. La madre, como digo, hacía tiempo que había muerto.
Pero el muchacho insistió…
—Su madre está ahí.
Nilda, sorprendida, terminó interrogando al alumno:
—¿Cómo va vestida?
El joven la describió. Llevaba un vestido rosa con bordados en los brazos.
—¡Dios mío!… Era una prenda que mi madre usaba habitualmente.
Cuando Nilda se apresuró a salir al hall, allí no había nadie.
La segunda experiencia me dejó más desconcertado, si cabe.
Yo tuve una maestra a la que quise mucho. Se llamaba Ana Josefina Figueroa de Ojeda…
Nilda disfruta de una espléndida memoria.
Pues bien, un día tuve que coger un avión. Fue el 6 de marzo de 1988…
Me acompañaba mi marido. Volamos de Maracaibo a Valencia…
Y coincidimos con Josefina en el avión. Estaba sentada al fondo, en el lado izquierdo…
Levanté el brazo y nos saludamos…
—¿A quién saludas? —preguntó mi esposo. Le dije que a mi maestra, Josefina—. Viaja ahí atrás…
Entonces comenté con mi marido el buen aspecto que presentaba. Llevaba meses luchando contra el cáncer…
Carlos escuchó atentamente y preguntó:
—¿Vas a ir allí atrás? Le dije que sí, en cuanto lo autorizasen…
Y al apagarse las señales de los cinturones acudí a la zona trasera del avión. Deseaba volver a conversar con ella…
Pero, al llegar al asiento, comprobé que estaba vacío…
Pregunté al pasajero que se sentaba al lado y, gentilmente, respondió que quizá estaba en el baño…
Esperé y esperé, pero no apareció…
Al llegar a casa me telefonearon. Hacía dos horas que Josefina había muerto… Por supuesto, jamás montó en ese avión…