Diecisiete años después de la «presencia» de la joven muerta en el hospital de Granada (España), a miles de millas, se registró un suceso relativamente parecido.
Era el mes de febrero de 2002. Ciudad: Miami (USA).
Lugar: la clínica CAC, en 10431 SW y 40 St.
Los hechos me fueron narrados por Irene Díaz, testigo de excepción.
—Era un jueves, sobre las diez de la mañana. Yo trabajaba entonces como asistenta del doctor Sánchez López, ortopedista. En esos momentos, el médico atendía a una señora mayor: Anaís Meier —nombre supuesto—. Se trataba de una infiltración de rodillas. Al terminar, el doctor le dijo a la señora: «Quiero que me veas de nuevo dentro de un mes…».
—¿Qué hora podía ser?
—Alrededor de las diez y media.
El médico, entonces, se dirigió a Irene y solicitó que se acercara a recepción, con el fin de materializar la cita para el mes de marzo.
—Así lo hice —prosiguió Irene—. Y me presenté ante la muchacha que atendía en recepción. Anaís caminó conmigo.
—¿Dónde se hallaba ubicada la recepción?
—En la planta baja; la misma en la que estábamos nosotros. Me dirigí a la chica, llamada María Cabrera, y le expliqué lo que había solicitado el doctor Sánchez López. La mujer consultó la computadora y replicó: «No…, el esposo ya sacó la cita».
»—¿Mi esposo? —preguntó la anciana, extrañada.
»—Sí —contestó María—, acaba de estar aquí…
»—¿Ahora?
»—No hace ni quince minutos…
»—Eso no puede ser…
»Anaís no daba crédito. Y preguntó de nuevo a María Cabrera:
»—¿Cómo era ese señor?
»La recepcionista lo describió:
»—Unos setenta años, de mediana estatura, pelo blanco, ojos azules, muy llamativos, y una camisa carmelita… Solicitó una cita para usted…
»—Pero…
»—Él aseguró que era el esposo de Anaís Meier —añadió María con seguridad—. Quería una cita para usted…
»Anaís palideció.
»—No es posible… Mi esposo falleció hace un año…
»La recepcionista volvió a consultar la computadora e insistió:
»—No, señora… Por aquí pasó un señor, como le he descrito, con el pelo peinado hacia atrás…
»Anaís no le permitió continuar.
»—Mi esposo está enterrado en Miami… Murió hace un año… Yo sólo tengo un hijo y en estos momentos está trabajando en Miami Beach… Tiene que haber un error…
María Cabrera giró la computadora y mostró la pantalla a Anaís y a Irene Díaz.
Allí estaba la cita, perfectamente detallada: nombre, día, mes, hora y doctor. ¡Y fue registrada unos veinte minutos antes de que Irene y Anaís abandonaran la consulta del médico! ¿Cómo podía saber María Cabrera que el doctor Sánchez López solicitaría una cita para Anaís, para el mes de marzo? Obviamente, no lo sabía.
Y la recepcionista añadió:
—Señora, aquí no hay ningún error… Ese señor era mudo. Tomó una pequeña pizarra que llevaba consigo y escribió con un punzón: «Quiero un turno para la señora Anaís Meier, dentro de un mes. Soy su esposo».
—¿Mudo?
—Así es —replicó la recepcionista—. Cuando leí lo que había escrito, el señor lo borró con un celofán…
Anaís se puso muy nerviosa. Sufrió un ataque de ansiedad y tuvimos que atenderla.
Irene continuó las explicaciones:
—El esposo, en efecto, era prácticamente mudo. Sufrió un cáncer de garganta y tenía que valerse de una pizarrita para comunicarse. Escribía con un punzón y después lo borraba.
Ángel (así se llamaba el esposo) fue paciente de aquella clínica. Todos lo conocían. También Irene.
Cuando traté de localizar a la recepcionista y a la señora Meier, ambas habían abandonado la ciudad. La primera regresó a su país (Nicaragua). La segunda se trasladó a Georgia. Aún sigo buscándolas…