El investigador, en ocasiones, puede no estar de acuerdo con lo afirmado por los testigos. Ello no justifica que el caso deba ser ignorado.

Esto es lo que me sucedió al oír el doble testimonio de Jesús Paraíso, especialista en materiales, y residente en Murcia (España).

Jesús, a quien conozco desde hace años, vivió dos extraños sucesos en un plazo de tiempo relativamente corto.

Veamos su testimonio:

—La primera experiencia tuvo lugar en septiembre de 1993. El 23 de ese mes, mi abuelo Braulio Paraíso falleció de forma repentina. Tenía noventa y tres años de edad. El óbito ocurrió en la Residencia Misionera de La Bañeza, en León (España).

»Asistí al entierro, en el cementerio de la localidad, y regresé a mi casa, en Cartagena (Murcia).

»Después de comer me senté en el salón. Necesitaba descansar. Habían sido muchos kilómetros y muchas emociones. Quería mucho a mi abuelo. María, mi compañera, se había acostado y los niños jugaban con sus amigos. Habían salido…

—¿De qué fecha estamos hablando?

—Del 25 de septiembre, hacia las cuatro de la tarde. Mi abuelo llevaba muerto algo más de 48 horas.

—¿Y qué sucedió?

—Trataba de relajarme, como digo, cuando empecé a experimentar una extraña sensación. Todo, a mi alrededor, cambió. El salón se llenó de una luz amarillenta. No podía entender…

»Entonces le vi.

»¡Era mi abuelo!

»Estaba en mitad del salón, a cosa de tres metros, mirándome. Aparecía rodeado, por completo, por la luminosidad amarilla.

»Y oí cómo decía: “Suso, no sé lo que pasa”.

»Lo vi encogerse de hombros, ratificando lo que acababa de expresar.

—¿Era un cuerpo físico?

—Así lo entendí. Era el Braulio de siempre. Vestía su traje habitual, con el reloj en el bolsillo del chaleco. Vi también la cadena de plata…

—¿Te produjo miedo?

—Al contrario. Sentí alegría, aunque su expresión era de desconcierto… Y siguió hablando: «No sé lo que tengo que hacer».

—¿Eso dijo?

—Sí. Entonces la luminosidad amarilla fue desapareciendo y se formó un túnel de luz blanca-azulada a su espalda. Corría paralelo al suelo. Al fondo del túnel se veía un círculo blanco, muy intenso. Aquel círculo no deslumbraba. Poco a poco, la luz del túnel fue incrementando la intensidad.

—¿Escuchaste ruido?

—Ninguno.

—¿Qué longitud tenía el túnel?

—Desde donde estaba mi abuelo hasta la pared. Allí se perdía. Quizá sumaba cuatro o cinco metros.

—Y bien…

—Como lo más natural del mundo señalé el túnel de luz y le dije: «Debes ir allí». La verdad es que no lo entiendo. No sé por qué dije eso…

»Mi abuelo giró la cabeza hacia el túnel. Después me miró de nuevo y observé una expresión distinta en el rostro, como si supiese lo que tenía que hacer. Estaba claro que había comprendido.

»Un momento después dio media vuelta y empezó a caminar por el túnel. Cuando se encontraba casi al final giró la cabeza nuevamente y me dedicó una sonrisa, mirándome con intensidad. Me pareció una sonrisa de gratitud.

»Entonces entró en el círculo blanco y desapareció.

—¿Caminaba?

—Sí, normalmente.

—¿Viste los pies?

—No.

—¿Movía los labios al hablar?

—Sí, y las palabras llegaban nítidas a mi mente.

—¿Gesticulaba al hablar?

—No, pero al girar hacia el túnel sí vi el movimiento de los brazos.

—¿Cuánto pudo durar la experiencia, en tiempo real?

—Alrededor de dos minutos.

Y Jesús añadió:

—Aquella tarde dejé de temer a la muerte, tanto a la mía como a la de los demás. Y tuve la certeza de que el camino continúa… Ahora creo entender la vida.

La segunda experiencia de Jesús Paraíso se registró en julio de 1994, a raíz de la muerte de Tomás Gimeno, primo suyo. Así lo narró:

—Nos encontrábamos en el pueblo de mi familia, en Montemayor del Río, en Salamanca (España). Hacía años que no lo visitaba. Y el 28 de julio, al día siguiente de nuestra llegada, recibimos la triste noticia: Tomás, hijo de mi prima Charo, había sufrido un accidente durante la noche, en una carretera cercana a Guijuelo (Salamanca), cuando volvía a Montemayor. Por causas desconocidas, el vehículo se salió de la carretera y Tomás falleció de forma instantánea. Tenía veintiséis años. Era músico y disfrutaba de una vitalidad envidiable.

»Nos desplazamos a Guijuelo y llevamos a cabo las gestiones necesarias para el traslado del cadáver a Montemayor. Al día siguiente, 29, fue sepultado. Tomás era muy querido por todos.

»Esa misma tarde viajé a Madrid, donde pasé la noche.

»Al día siguiente, 30 de julio, por la mañana, emprendí el regreso a mi ciudad, Cartagena (Murcia).

»Me noté cansado y decidí dormir un rato.

»Y a eso de las cinco de la tarde desperté. Me incorporé en la cama y apoyé la espalda en el cabecero. Tomé un periódico y me puse a leer.

»Al cabo de un rato, súbitamente, noté que algo estaba cambiando a mi alrededor…

—¿A qué te refieres?

—La luz de la habitación era otra… Entonces percibí a alguien al pie de la cama… Levanté la vista del periódico y vi a Tomás… Estaba de pie… Me miraba con preocupación… Vestía pantalón oscuro y una camisa blanca de manga larga… No sé cómo expresarlo… Tuve clara conciencia de que me volvía a pasar lo experimentado con el abuelo Braulio…

—¿Y qué sucedió?

—Al ver que yo le miraba, Tomás preguntó: «Primo, ¿qué es lo que pasa? Esto es muy raro. No lo entiendo».

»Deduje que no asumía que estaba muerto…

—¿Movía los labios al hablar?

—Sí, pero la voz sonaba en el interior de mi cabeza; exactamente igual que con mi abuelo. Y respondí: «No te preocupes. Todo está bien… Tú ya sabes lo que tienes que hacer».

»Y sucedió lo mismo que en la experiencia con Braulio. Apareció un túnel (idéntico), a su espalda. Entonces le expliqué que había tenido un accidente y que tenía que ir hacia la luz. Tenía que caminar por el túnel. Y le indiqué con la mano la dirección a seguir.

»Él decía que no era posible que estuviera muerto. Aún le quedaban cosas por hacer. Habló de su novia. Y dijo que quería seguir haciendo música con su grupo. Le dije de nuevo que no se preocupara y que se limitara a seguir la luz. “La vida continúa”, le dije, “el accidente no es el final”.

—¿Y qué hizo?

—Se volvió y miró el túnel. Levantó el brazo derecho, en señal de despedida, y se fue internando en la luz. Después desapareció.

—¿Cómo era su aspecto?

—Limpio, bien afeitado y bien peinado. Tampoco vi los pies.

Jesús Paraíso se ha preguntado muchas veces el porqué de esta doble experiencia, pero no tiene respuesta.

Y digo no estar de acuerdo con lo manifestado por el abuelo y el primo porque entiendo, e intuyo, que, tras la muerte, la persona sabe dónde está, qué ha sucedido y qué debe hacer. Al «otro lado», el orden es sagrado y minucioso. Deduzco, por tanto, que el singular comportamiento de Braulio y de Tomás obedeció a razones que se me escapan. ¿Puro teatro?

Estoy bien
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