El 2 de agosto de 1987 falleció en España el padre de una distinguida dama norteamericana a la que llamaré Cruz.
El dolor la destrozó.
Pues bien —según me relató— a los cinco días del entierro, cuando caminaba por la calle Reina Mercedes, en Sevilla (España), sucedió algo para lo que no tiene explicación.
Vi a mi padre, entre la gente…
Sólo vi la cabeza…
Flotaba a escasa distancia…
La gente la atravesaba…
Yo, entonces, estaba muy atormentada. No lograba superar la muerte de mi querido padre…
Él me miraba con mucha intensidad. Sus ojos eran muy penetrantes…
Era una cabeza tridimensional, con volumen, y algo más grande de lo normal…
Entonces me dijo: «Estoy bien… Estoy bien».
A partir de ese momento dejé de sufrir…
Ahora lo sé: mi padre sigue vivo…