¿De qué puedo asombrarme a estas alturas de la vida?

Aunque parezca mentira, de mucho…

Y esto fue lo que sucedió cuando escuché a Espe.

Habían transcurrido diez años desde las primeras pesquisas en el hospital sevillano de Valme.

Y el Destino movió los hilos…

Aquel 16 de febrero de 2013 me senté con Esperanza Crespo para hablar de otro asunto. ¿Casualidad? Lo dudo…[3]

Al poco, Espe se refirió a la desagradable experiencia vivida (o sufrida) en uno de los ascensores del hospital Virgen de Valme.

No podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

¿Otra vez la rubia del ascensor?

Espe relató lo ocurrido, y con detalle:

Sucedió en febrero de 1991. Yo era celadora…

Recuerdo que eran las tres de la madrugada…

Me hallaba en la puerta de Urgencias…

Era la única mujer celadora en aquel tiempo…

Y en eso llegó una embarazada…

Los compañeros pidieron que la llevara a Maternidad, y así lo hice…

La subí, creo recordar que a la cuarta planta, y la dejé en manos del personal sanitario…

Y caminé de nuevo hacia el ascensor…

Pulsé y esperé. Estaba sola. Allí, a esas horas, no había nadie…

Llegó, se abrieron las puertas, y entré…

No había nadie en el ascensor…

Me dirigí a los botones y pulsé para bajar a Urgencias…

Y, en eso, entró alguien…

Era una enfermera…

Yo me retiré a la pared situada frente a los botones…

Fue en esos momentos cuando sentí aquel frío…

La enfermera se colocó en la otra pared, frente a mí…

Era alta y rubia…

El frío era intenso y muy raro. La calefacción estaba a tope. De hecho íbamos en manga corta…

No me gustó.

La enfermera me miró, cruzó los brazos sobre el pecho, y frotó las manos contra la chaquetilla, al tiempo que exclamaba:

—Qué frío hace, ¿no?…

Yo respondí:

—Sí…

Fue un «sí» seco y de mala gana. Algo me decía que la situación no era normal…

Espe aclaró:

Era la primera vez que veía a la enfermera. No la conocía de nada…

Llegamos finalmente a la planta «-1» (Urgencias) y las puertas se abrieron…

Yo salí como una bala…

La rubia salió detrás. Escuché los pasos…

Y me dirigí hacia Urgencias…

Entonces oí una voz en la cabeza que decía: «¡Vuélvete!»…

Y me volví…

¡La rubia ya no estaba! Era imposible. No podía haber desaparecido. Me volví en cuestión de segundos…

Estaba muerta de miedo…

Llegué a mi sitio y allí permanecí, en silencio y descompuesta…

No preguntes cómo pero yo sabía que aquella persona no estaba viva…

Concluida la exposición, Espe se brindó, encantada, a profundizar en los detalles.

Empezó por el vestuario de la enfermera:

—Vestía el uniforme del hospital: chaquetilla, pantalón y zuecos blancos.

—¿Portaba alguna credencial?

—No.

—Descríbela…

—Era alta. Alcanzaba 1,80 metros, como poco. Piel blanca, como los nórdicos. Pelo rubio y fino. Ojos claros. Complexión fuerte. Atlética. El pelo le llegaba a los hombros. Tenía flequillo…

—¿Qué edad aparentaba?

—Alrededor de treinta años.

Estuve casi seguro. Era la descripción hecha por FM, supervisor del Valme, que vio a Carmen Montero en el invierno de 1990, y también en un ascensor. Entre una aparición y otra transcurrieron varios meses. Carmen, como se recordará, falleció en marzo de 1989 en el García Morato, otro hospital de Sevilla.

Y pasé al capítulo del frío.

—Era febrero de 1991…

—Sí.

—Tú habías utilizado ese ascensor poco antes…

—Sí.

—¿Notaste frío al subir a la Maternidad?

—No. Como te dije, la calefacción, en el hospital, estaba alta. Hacía calor. Íbamos en manga corta.

—Tratemos de reconstruir lo sucedido, paso a paso…

Espe asintió.

—Se abren las puertas del elevador… Tú entras…

La muchacha asintió en silencio.

—… Y al entrar en el ascensor, ¿percibes el frío?

—No —replicó Espe con seguridad—. Al entrar todo fue normal. Pulsé y en ese momento apareció ella…

Espe meditó unos segundos y prosiguió:

—Fue al entrar la enfermera cuando se presentó el frío…

—¿Estás segura?

—Completamente.

—En otras palabras: el frío «llegó» con la rubia…

—Así es.

—¿Podrías describirlo?

—Era un frío intenso, de los que se te mete hasta los huesos.

—¿Parecido a qué?

—Quizá al frío de una cámara frigorífica…

—¿Temperatura?

—Por encima de cero porque las paredes del ascensor no estaban empañadas, ni desprendíamos vaho al hablar o al respirar.

—¿Cuánto duró el frío?

—El tiempo que permanecimos en el ascensor.

Eché cuentas.

Espe estuvo en el ascensor, con la rubia, durante 30 segundos, aproximadamente. Después, al salir, la temperatura era la normal en el hospital.

—Háblame de la enfermera…

—No me gustó, como dije.

—¿Te miraba?

—Sí, todo el rato.

—¿Cómo era la mirada?

—Fija… Como perdida. Yo estaba angustiada.

—¿Movió los labios al hablar?

—Sí.

Insistí e insistí:

—¿Por qué dices que la situación no te gustó? Tú no conocías a la enfermera…

—No sé explicarlo, pero no me gustó. Yo sabía que aquella persona estaba muerta…

—No entiendo…

Espe se encogió de hombros y resumió:

—Intuición.

—¿Os despedisteis al dejar el elevador?

—Para nada. Yo salí pitando…

—¿Por qué dices que desapareció?

—Porque no tiene otra explicación. Volví la cabeza en menos de tres segundos y ya no estaba. No pudo marchar hacia ninguna parte, salvo a Urgencias. A esas horas, todo estaba cerrado…

Ante mi asombro, Espe nunca supo de la experiencia de FM. Es ahora cuando ha tenido conocimiento de la identidad y de la suerte que corrió la rubia del ascensor. Por supuesto, FM tampoco supo de la dramática experiencia de Esperanza.

Estoy bien
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