La presente, y no menos desconcertante historia, nació, para mí, el 2 de junio de 1992 en La Coruña (España).

Andaba, como siempre, tras la pista de los ovnis…

Leo lo escrito en el correspondiente cuaderno de campo:

… Día 2 de junio 92. Martes.

Llamadas a las 09.30 horas para localizar a Luis Saavedra. Quedo a las 13.00 horas en el «Cantón», un bar en la plaza de la Mina. Dice que recuerda el asunto.

Acto seguido, llamada a la Xunta de Galicia, a Santiago de Compostela, para intentar localizar el buque Chilreu, con base en Ferrol. Su comandante, Darío Lanza… Al parecer, después de pasarme de un teléfono a otro, nadie sabe nada del caso ovni. (!)

Llamada al teniente coronel Ángel Bastida, de Inteligencia, para concertar una cita en Madrid. No está. Debo volver a llamar…

Localizo, al fin, al comandante Darío Lanza, en Ferrol. Quedamos para mañana, miércoles, en el Arsenal del Ferrol.

Llamada a Joaquín Garat. Quedo en su casa (Ferrol) a las 12.30-13.00 horas.

Localizo (!) a Antonio Murga, en Pontevedra. Quedo en llamar esta noche para intentar entrevistarle mañana por la tarde.

No está mal. Toquemos madera…

Y esa mañana, como estaba previsto, a las 13 horas, me presenté en el bar «Cantón».

Llovía, aunque la temperatura era agradable.

Luis Saavedra, especialista de IBM, es un hombre abierto y simpático. Hablamos mucho y hablamos sobre ovnis.

Y en mitad de la conversación, casi de pasada, mencionó la historia de un pariente suyo. Había tenido algún tipo de encuentro (?) con una extraña mujer, en una curva.

No concedí mayor importancia al asunto. De esos casos —la mujer de la curva— había investigado media docena. No me atraían especialmente.

Pero Luis insistió. Algo raro había sucedido…

Y tomé nota del nombre y del teléfono de la persona que podía orientarme. Se llamaba Pilar Maldonado y era madre de Luis.

Prometí llamar.

Y así lo hice.

Cinco días después, ya en Madrid, «algo» me obligó a telefonear a Pilar Maldonado.

Entonces no entendí (ahora sí). El caso de la «señora de la curva» no era prioritario. Y, sin embargo, llamé a Pilar. Me recibió ese mismo domingo, 7 de junio, a las doce del mediodía, en su casa, en Torrejón.

Pilar tenía entonces ochenta y cuatro años.

Y empezó la conversación con una advertencia que no supe evaluar:

—Estimado amigo: nunca miento y menos ahora, que me acerco al final…

Luis estaba en un error. La experiencia que relató su madre no guardaba relación con la célebre «señora de la curva». Era más apasionante, si cabe…

He aquí, en síntesis, lo narrado por Pilar Maldonado:

El protagonista —afirmó— era primo mío…

Era un Domecq. Se llamaba Jorge…

Domecq era marqués…

Y un día conoció en Málaga a una señorita preciosa…

La muchacha, muy joven, se llamaba María Luisa… María Luisa Treviña…

Ella era de Granada…

Estoy hablando de hace muchos años…

Y empezaron a salir…

Se gustaban…

La última vez que salieron, ella olvidó un pañolón…

Domecq volvió al día siguiente a la casa de María Luisa. Quería devolver el pañolón…

La muchacha había muerto años atrás…

Eso dijeron los familiares…

El marqués pudo ver fotos de María Luisa. No había duda. Era ella…

Y me contó que la última tarde que se vieron ella le dijo:

—Somos unos inútiles… Iremos al cielo con las manos vacías…

Eso sucedió en el verano de 1947…

Poco después, mi primo tomó la decisión de dejarlo todo y hacerse cartujo…

En aquella conversación, mientras tomaba notas, cometí varios errores:

A saber:

1. La historia del cartujo no me pareció urgente. Y la dejé reposar. Debí preguntar mucho más.

2. Escribí, equivocadamente, el apellido de la señorita. No era Treviña, sino Trevilla. Esto, llegado el momento, ralentizaría la investigación.

3. Al hablar de su primo, Pilar Maldonado también cometió un error. No se llamaba Jorge…

Y el Destino, como siempre, aguardó.

Así transcurrieron veinte años.

Y en 2012, cuando el Destino tocó en mi hombro, haciéndome saber que había llegado el momento de escribir Estoy bien, la historia del cartujo regresó a mí, pero verde, verdísima…

¡Dios mío!, ¡qué desastre!

El cartujo estaba muerto.

La señorita Trevilla, muertísima. Su familia también…

Y mi informante —Pilar Maldonado—, fallecida.

No tenía opción. Tenía que empezar de cero…

Y así lo hice.

Los que me conocen un poco saben que no me rindo fácilmente.

No soy muy inteligente, pero Dios me ha regalado la constancia.

Y eso hice: abrir tres frentes.

Investigaría entre los cartujos, cerca de los Domecq, y entre los familiares de María Luisa Trevilla, si quedaban…

Y puse manos a la obra, con la inestimable ayuda de Blanca, mi esposa, Lara, mi hija, y Fernando Sierra, su marido. Nos repartimos el trabajo.

Lara peinó las cartujas.

He aquí una síntesis de lo hallado:

Lara se dirigió a la de Montealegre y preguntó por el monje Jorge Domecq. La respuesta me dejó más confuso:

Valencia: Cartuja de Porta Coeli (Zaragoza está trasladada a Valencia). He hablado con el padre prior y el maestro de novicios…

Buenos días de nuevo.

Debe haber una confusión pues precisamente yo soy de los venidos de Aula Dei (Zaragoza) y conozco al padre al que hace referencia. Dicho padre (Jorge), que marchó a Argentina, tiene otro apellido, que no es Domecq.

Quizá nuestro P. Prior ha mezclado los nombres y apellidos de distintas personas.

El único Domecq que hemos tenido en los últimos años fue el famoso conde, pero ya han pasado unos veinte años de su fallecimiento y no se llamaba Jorge…

Éste fue el error de Pilar Maldonado.

En otro correo, la cartuja de Valencia decía lo siguiente:

Me queda ahora la duda del monje por el que se interesa, si el P. Jorge (no Domecq) que estuvo en Aula Dei y marchó a Argentina, o el P. Domecq (no Jorge) que nunca estuvo en Aula Dei y falleció hace bastantes años. En todo caso no se trata de Jorge Domecq…

Estaba hecho un lío, como digo.

Y pensé, seriamente, en trasladarme a Argentina. Hablaría con el padre Jorge. Pero algo me contuvo. Y fue otro correo de la cartuja de Valencia. Decía así:

He hablado con Pablo, de la cartuja de Burgos. Dice que él tiene constancia de un tal Agustín Soto Domecq. Me ha pedido que escriba al P. Prior…

Decidí arriesgarme. Lo dejé todo y viajé a la cartuja de Miraflores, en Burgos, en el norte de España. Tenía que despejar algunas de las muchas incógnitas. ¿Era Agustín Soto Domecq el cartujo de la historia?

El 11 de noviembre de 2012 fui recibido por el prior de Miraflores, Agustín María Royo.

El monje, amabilísimo, escuchó la historia hasta el final, pero dijo no saber nada de la misma.

Mi gozo en un pozo…

Pero no todo fue negativo…

El padre Agustín María confirmó la existencia de un Domecq en la cartuja…

Me asusté.

—De eso hace ya mucho tiempo —sonrió.

El Domecq en cuestión no se llamaba Agustín, sino Pedro.

Había entrado en Miraflores en 1947. Después llegó a ser prior de la cartuja de Évora, en Portugal. Falleció en Valencia en 1980. Allí está enterrado.

Pilar Maldonado, mi informante, estaba en lo cierto. El conde ingresó cartujo en 1947.

Y el prior de Miraflores prometió preguntar entre los monjes veteranos de la cartuja, algunos de ellos compañeros de Pedro Soto Domecq, conde de Puerto Hermoso.

A los pocos días, como prometió, el prior de Miraflores me hizo llegar el currículum religioso de don Pedro[44]. En él confirmaba la fecha de ingreso en la orden (1947), así como la de su muerte: 28 de agosto en 1980 en Porta Coeli (cartuja de Valencia).

Fernando Sierra, por su parte, sacó a flote el currículum profesional del conde, hasta el momento de su ingreso en la cartuja. Don Pedro Soto Domecq había sido diplomático, tal y como adelantó el prior de Miraflores. Fue licenciado en Ciencias Económicas y abogado. Trabajó en la secretaría particular del rey Alfonso XIII y, al llegar la República, «para no servirla», renunció a la carrera diplomática, colocándose al mando de los negocios y de las bodegas de las familias Domecq.

Era un millonario, soltero, que perseguía a Manolete allí donde torease. Viajaba siempre en Rolls-Royce.

La información proporcionada por Pilar Maldonado seguía siendo de «primera clase»…

Y siguieron llegando noticias de la cartuja de Miraflores, en Burgos.

Ese mismo mes de noviembre (2012), el padre prior me anunciaba lo siguiente:

Muy estimado D. Juan José:

Nuestro archivero ha buscado cuidadosamente y no ha encontrado nada referente al tema que usted investiga sobre Don Pedro Soto Domecq. Le envío la ficha de nuestro libro registro en la que encontrará, escuetamente reseñados, todos los datos de interés. No hemos encontrado ninguna foto suya; tan sólo un recorte de periódico de los años cincuenta en el que aparece acompañando al nuncio apostólico Mons. Antoniutti en su visita a nuestra cartuja. La calidad de la foto, como verá, es pésima, pero es lo único que tenemos.

En la Cartuja nadie ha escuchado el relato que usted me contó. Hay dos Hermanos que ya rondan los noventa años, los Hermanos Carlos y Luis, que le conocieron bien. El H. Carlos estuvo con Don Pedro en la Cartuja de Évora y nunca escuchó ese relato. El H. Luis nos dice que en el origen de su vocación hubo algún fenómeno extraordinario, pero no sabe en qué consistió. Desconocía completamente la historia que usted me refirió…

La frase de fray Agustín María (mejor dicho, del hermano Luis) me dejó perplejo: «… en el origen de su vocación hubo algún fenómeno extraordinario…».

¿A qué se refería el hermano Luis? ¿Qué entendía como «fenómeno extraordinario»?

El correo del prior finalizaba así:

… El archivero, que también conoció a Don Pedro, dice de él que era una persona extraordinariamente discreta. Nunca hablaba de su familia ni de su vida pasada. En cualquier caso, si la historia ocurrió realmente, parece ser que sólo la conocería su confesor, ya que nunca trascendió a la comunidad.

Esto es todo lo que he podido averiguar.

Pensé en regresar a Burgos e interrogar al hermano Luis. Y a punto estaba de emprender el viaje cuando llegó un nuevo mensaje del prior de Miraflores:

Si alguna vez para por Burgos —decía— no hay inconveniente en que hable con el H. Luis, pero no creo que vaya a aportar nada a su investigación ya que él mismo me ha dicho que nunca habló de este tema con Don Pedro. Este hermano estuvo bastantes años en nuestra cartuja de la Defensión de Jerez (que la Orden cerró hace unos pocos años) y cuando dice que en el origen de la inesperada decisión de Don Pedro de entrar en la cartuja hubo un hecho extraordinario, se hace eco de lo que se decía en Jerez y que por fuerza llegó también a la cartuja jerezana, pero sin saber exactamente en qué consistió ese hecho extraordinario…

Suspendí el viaje.

El prior tenía razón. No merecía la pena desplazarme hasta Burgos para eso.

Pero en mi mente quedó flotando la noticia del «suceso extraordinario».

Pilar Maldonado estaba en lo cierto…

Y el tenaz y riguroso fray Agustín, de Miraflores, continuó enviando información. La verdad es que me hizo un enorme favor. Removió las cartujas de Valencia y de Évora y el resultado fue interesante.

En Porta Coeli (Valencia) —escribía— hay dos monjes muy ancianos que fueron compañeros de Don Pedro. No sé si el Prior de aquella casa le permitiría hablar con ellos. En cualquier caso, yo he vivido once años con ellos en Porta Coeli y más de una vez les he oído contar anécdotas de Don Pedro: que el Maestro lo trató muy duramente durante los primeros años de novicio en Miraflores para probar su vocación. Que una vez llegó del paseo semanal con los pies ensangrentados por causa de los zapatos (se fabrican en la Cartuja y cada zapato valía tanto para el pie derecho como para el izquierdo), y le pidió al P. Maestro que le proporcionara unos zapatos apropiados para el paseo y que el P. Maestro le contestó: «¿A qué ha venido usted a la Cartuja, a vivir como un señorito o a hacer penitencia?». Nunca les oí hablar de la historia que usted me contó, ni siquiera les oí decir que en el origen de su vocación hubiera un hecho extraordinario. Por eso no creo que le puedan ayudar mucho en su investigación…

Finalmente, a petición mía, el prior de Burgos consultó al responsable de la cartuja de Évora, en Portugal.

¿Conocía la historia del pañolón?

Según el currículum, el conde fue prior de aquella casa. Quizá alguien escuchó o supo algo…

Las gestiones de fray Agustín dieron fruto.

El 22 de noviembre me remitía lo siguiente:

Mi muy estimado Juan José:

No sé si estará ya viajando a América. En cualquier caso le envío la respuesta del superior de la pequeña comunidad de la Cartuja de Scala Coeli (Évora), que conoció muy bien a Don Pedro. Incluso me envía una breve biografía de él (ver documento adjunto).

Me contesta lo siguiente: «Es la primera vez que oigo esa leyenda pero, por varios caminos, me llegó otra, que conté a D. Pedro aquí y se rió. Es la siguiente: Salían de una reunión de amigos y llovía. Acompañó a casa a una amiga (otros dicen novia), aristócrata como él, y para cruzar el jardín, del coche al palacete, le dejó su gabardina. Poco después supo de la muerte de la chica y fue al cementerio, a rezar en su tumba, y vio la tumba cubierta con su gabardina. La historia es superior a la leyenda. Él me contó que dejó, sí, un amor humano pero por amor a Dios. Anexo una vida escrita por mí, para sus sobrinos, donde aludo a esa leyenda[45]. Don Pedro no escribió nada sobre sí mismo y rehuía a los periodistas que lo buscaban».

La alusión del prior de Évora a una historia parecida a la que contó Pilar Maldonado me dejó pensativo. Ni Pilar ni yo estábamos desencaminados…

¿Y cuál fue la reacción del conde?

No lo negó. Simplemente se echó a reír, según el monje.

Que cada cual saque sus propias conclusiones…

Naturalmente continuamos las pesquisas.

Interrogamos a 12 Domecq y a 41 Trevilla. Nadie sabía nada o no quisieron comprometerse.

La investigación sigue abierta…

Estoy bien
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