Un día de junio de 2006 recibí una carta procedente de una escondida y bella población asturiana. La remitía María de los Ángeles Martínez Vior. Reproduciré la misiva íntegramente:
J. J. Benítez
Apdo. 141
Barbate 11160-Cádiz
Señor Benítez, me atrevo a dirigirme a usted y robarle unos minutos de su precioso tiempo porque, casualmente, encontré su dirección en uno de sus libros, y me decidí a escribirle para hacerle saber un hecho para mí maravilloso.
Me explico:
Soy una persona escéptica en cuanto a la religión, aunque tengo que decirle que siempre me intrigó Jesús de Nazaret, y he leído todo lo que pude sobre Él. También que soy (para mi desgracia) una de esas personas un poco «raras» que tienen «presentimientos» sobre cosas que aún no han pasado, pero para mi «desesperación» pasan.
Bueno, voy al grano.
Cuando enfermó mi padre (al que adoraba) lo llevé terriblemente mal. No lo aceptaba y por eso me rebelaba (tengo un carácter bastante fuerte). Durante un año fui la sombra de mi padre, de médico en médico, siempre esperando que nos dieran alguna esperanza, cuando no la había. Cuando, inexorablemente, llegó el fin, me enfadé tanto con el Jefe que estuve nueve meses sin hablarme con Él.
Mientras, en mi interior, necesitaba saber que mi padre estaba bien. Sólo necesitaba eso; tan poco, pero tanto para mí.
Cuando tenía esta lucha conmigo misma empecé a leer su libro Caballo de Troya. Me impresionó tanto que leí la serie completa. Usted me presentó a un Dios humano, accesible y sincero. Todo lo que yo, sin saberlo, probablemente buscaba. Eso me dio un poco de paz, y entonces se obró el milagro.
Una noche, mientras dormía, tuve un «sueño» que no fue normal. No sé explicarlo. Fue como si hubiese sido llevada al lado de mi padre, y él me dijo: «No estés triste… Estoy bien».
Nunca recuerdo lo que sueño, pero, a la mañana siguiente, yo era otra persona. Empecé a recapacitar y me di cuenta de que Él siempre había estado ahí, conmigo, aunque estaba tan enfadada que no era capaz de verlo. Recordé cierto aroma a rosas, cierto roce de labios en mi frente (Esto ya me había pasado antes). Él trataba de consolarme pero yo no le dejaba. El Jefe, como un padre paciente, que sabe que su hijo tiene una rabieta, esperó a que yo me tranquilizara para abrirme sus brazos y decirme: «Aquí estoy. Te comprendo y te acepto como eres».
Usted, señor Benítez, me devolvió a Jesús de Nazaret, al que siempre busqué…
Dejé reposar el asunto y seis años después interrogué a Marian sobre el sueño que había esbozado. La carta de respuesta llegó en septiembre de 2012. Entre otras cosas decía lo siguiente:
… En mi «sueño» estaba jugando con mi madre y mi hermana, que es disminuida psíquica… Jugábamos al «pilla-pilla»… Por un gran pasillo de hotel con puertas a izquierda y derecha, ellas corrían, riendo y mirando hacia atrás… Yo también corría, para cogerlas, cuando se acabó el pasillo… Estaba a punto de cogerlas cuando, de pronto, «salió» mi padre de la pared y, colocándose entre ellas y yo, poniendo los brazos en jarras (cosa que hacía cuando regañaba), mirándome a los ojos, sonrió y dijo: «¿Por qué estás tan cabreada y triste?… Yo estoy bien». Y desapareció.
Como ya le dije, yo tenía una gran depresión. Mi padre murió de cáncer… Tuvimos que sufrir un peregrinaje por hospitales y médicos… Hubo lucha y decepción… Terminé desesperanzada. Pero, sobre todo, necesitaba saber que estaba bien…
Y el Jefe lo puso delante de mí… En el sueño, mi padre presentaba un aspecto joven, como cuando tenía cuarenta o cuarenta y cinco años. Aparecía sonriente… Se presentó a los ocho meses de su muerte, ocurrida el 27 de diciembre de 1999…
A los siete años de la muerte de mi padre falleció también mi madre… Pero yo tenía aprendida la lección… Esta vez no sentí odio ni rencor. Sólo un inmenso dolor por su partida, pero algo me decía que los dos estaban juntos… Esta vez no recibí noticias de su llegada pero sí mi hermana, que le recuerdo es disminuida psíquica. Pero ése es otro sueño que, quizá, en otra ocasión le contaré.
Por supuesto me interesé por el sueño de la hermana. Marian contestó en octubre. Decía, entre otras cosas:
… Mi hermana se llama M. Elena y tiene una discapacidad, reconocida oficialmente, del 68 por ciento… Es como tener en la casa a una niña que no crece, aunque tiene cuarenta y dos años… Es una border line (por sufrimiento fetal durante el parto). Desde que nació, mis padres trataron de protegerla más que a los otros (somos tres) y siempre su preocupación era su futuro. Al morir papá se quedó con mamá e iban juntas a todas partes.
Llegado a este punto tengo que aclarar que yo vivo en otro pueblo, a una hora de viaje.
Entonces mamá enfermó de cáncer y todos sus esfuerzos por curarse eran por mi hermana. Sin embargo, poco a poco, su estado fue deteriorándose hasta que murió el 22 de mayo de 2006.
Trasladamos a Elena a mi pueblo, para vivir con nosotros, y la conmoción en su vida fue total. Pero, con amor, paciencia y buena voluntad, superamos todas las dificultades…
Así, casi sin darme cuenta, llegó el primer aniversario de la muerte de mamá. Una mañana se levantó Vanesa, mi hija, para irse al trabajo y, llorando, me contó que se sentía triste porque había «presentido» a los abuelos… Fue esa noche, pero sintió miedo y los abuelos retrocedieron y se fueron… La consolé y se marchó. Poco después se levantó Elena, mi hermana, y durante el desayuno me dijo:
—Esta noche estuvieron en mi habitación papá y mamá.
La sangre se me paró en las venas. Sólo pude responder:
—Cuéntamelo.
Y Elena siguió:
—Yo estaba en mi cama, pero no estaba dormida… Por eso sé que no fue un sueño… Además no los vi… Sólo los oí hablar… Primero oí la puerta de mi habitación y creí que eras tú para darme las buenas noches… Luego escuché las puertas de mi armario y pensé que estarías guardando mi ropa, pero entonces oí la voz de papá que decía:
»—Mira qué habitación más “guapa” tiene María Elena… Está muy bien…
»Y al otro lado de mi cama mamá le contestó:
»—Sí, pero yo la dejé sola…
»Y papá le dijo:
»—Anda, ven conmigo. Vámonos…
»Se movieron las persianas, se escucharon unos golpes y todo acabó… No tuve miedo… Me sentía muy bien.
Sencillamente, asombroso…