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Cuando a Moisés le llegó la hora de la muerte, Dios lo llevó a la cima del monte Nebo y desde allí contempló el valle del río Jordán: y vio que había una tierra agradable y propicia, rebosante de leche y de miel.

Y Dios dijo: «Ésa es la tierra que prometí a tus antepasados, a Abraham, a Isaac y a Jacob. Puedes mirarla con tus ojos, pero no puedes entrar en ella».

Y Moisés la miró con sus ojos y vio que era una tierra hermosa. Y Moisés dijo: «Oh, Señor, haz que no muera. Déjame entrar en la Tierra Prometida». Pero Dios le respondió: «Guarda silencio, porque ésta es mi ley».

Y Moisés suplicó diciendo: «Haz que no muera. Déjame vivir aquí como una bestia del campo, como un pájaro del aire». Pero Dios le respondió: «Guarda silencio, porque ésta es mi ley».

Dios llamó entonces al ángel Gabriel y dijo: «Adelante, toma el alma de mi siervo Moisés, porque ha llegado su hora». Pero Gabriel se negó a hacerlo.

Entonces, Dios convocó al ángel Uriel diciendo: «Adelante, toma el alma de mi siervo Moisés, porque ha llegado su hora». Pero Uriel se negó a hacerlo.

Entonces dijo Dios: «¿No hay entre mis ángeles nadie que quiera hacerlo?». Y el ángel Samael dijo: «Iré yo y tomaré el alma de Moisés». Y partió.

Y el ángel Samael se apareció a Moisés y le dijo: «Ven, Moisés. Entrega tu alma, porque tus horas están contadas». Y Moisés se volvió contra el ángel diciendo: «¿Puede uno como tú mandar en el alma de Moisés?». Y el ángel Samael se hizo atrás.

Entonces Dios dijo: «Iré yo mismo a tomar su alma». Y Dios se apareció a Moisés en una cueva de Pisgah.

«Ahora, Moisés —le dijo—, tiéndete en el suelo.» Y Moisés se tendió en el suelo.

«Cierra los ojos, Moisés», le dijo, y Moisés cerró los ojos.

«Cruza las manos sobre el pecho», le dijo, y Moisés cruzó las manos sobre el pecho.

Entonces, Dios ordenó al alma de Moisés que saliera, pero ella se negó, sollozando: «¡No me obligues a abandonarlo!».

Y Dios dijo: «Todos los hombres deben morir. Sal y te daré asiento en mi escabel».

Pero el alma de Moisés siguió negándose.

Entonces, Dios se inclinó y besó a su sirviente Moisés, y le retiró el alma dándole un beso en la boca.

Y Dios lloró y la tierra lloró y los cielos lloraron.