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En noviembre de 1938, mi padre subió a un barco, de nombre Matusalén, en el puerto de Jaffa y se embarcó con rumbo a Southampton. Se había apoderado de él un gran anhelo espiritual que lo empujaba a abandonar Palestina e ir a Inglaterra.

Como su antepasado, era bajo y fornido y tenía su misma tendencia a los ardores de estómago y a unos dolorosos gases que lo atormentaron a lo largo de toda la vida. Me he llegado a preguntar si no habrá alguna relación entre los grandes anhelos espirituales que sentían y las dificultades que tenían para digerir. Hay mucha gente que no ha sentido nunca anhelos espirituales y ha gozado siempre de excelentes digestiones. En cuanto a mí, experimento mis anhelos como un bulto molesto y duro situado en algún punto detrás del esternón: comer equivale para mí a sufrir. En este aspecto, soy la heredera espiritual de mi bisabuelo.

«Mi corazón está en Oriente y estoy en el lejano Occidente —cantaba el poeta Judah Halevy—. ¿Cómo voy a saborear lo que como? ¿Cómo voy a tener apetito?»

Mi bisabuelo embarcó rumbo a Oriente, y mi padre rumbo a Occidente; yo, en Inglaterra, padezco indigestión crónica.

Subir a un barco no es, en realidad, curación efectiva para ese tipo de enfermedad. No lo es subir a un barco ni tampoco a un avión. Cuando mi padre llega a Southampton anhela volver a Palestina; cuando Shalom Shepher atraviesa las puertas de Jerusalén, se siente poseído por otros sueños. Esa clase de hombres engendran hijos angustiados.

Sé muy poco acerca de aquella aciaga partida de 1938. Llevaba una camisa blanca sin corbata. Fumaba un cigarrillo. En su frente se dibujaba un largo y desabrido fruncimiento. En el labio era visible el rastro de una llaga que se renovaba todos los inviernos. Tenía veintitrés años, pero le parecía haber vivido siglos. Estaba cansado de vivir como sólo puede estarlo un muchacho de veintitrés años. Desde el muelle, la mujer que amaba le dijo adiós agitando la mano.

No se tomó ninguna foto de la ocasión. Nadie me ha descrito la escena. Pero tengo este momento decisivo grabado en la mente.

Hay ciertas opciones de las que deriva todo lo demás. Mi bisabuelo viajó hacia Oriente y engendró a mi abuelo. Mi padre viajó hacia Occidente y conoció a mi madre. La línea tensa entre opción y azar es el hilo del que cuelga el milagro de la existencia.