Margaret otra vez, otra vez,
otra vez, otra vez, otra vez

Fui al criadero de truchas y me quedé allí contemplando el cuerpo, ahora frío y nada agradable, de Margaret. La habían acostado sobre el sofá y pusieron faroles a su alrededor. A las truchas también les costaba dormir.

Unas crías diminutas nadaban como flechas en una cubeta en cuyo borde había un farol que iluminaba la cara de Margaret. Me quedé mirando aquellas crías durante mucho rato, pasaron horas, hasta que se durmieron. Ahora eran como Margaret.