Una conversación con Escoria

enHERVOR vino a saludarnos. Tenía la ropa totalmente arrugada y sucia, como todo él. Estaba hecho un desastre y borracho.

—Hola —dijo—. Otra vez por aquí, ¿eh? —añadió, dirigiéndose más a Margaret que a mí, aunque me miró al decirlo.

Esa es la clase de persona que es enHERVOR.

—Sólo estamos de visita —dije.

Eso le hizo soltar una carcajada. Un par de sus compinches salieron de las chozas y se nos quedaron mirando. Todos tenían la misma pinta que enHERVOR. Estaban hechos un desastre por culpa de lo malos que eran y por beber ese whisky que fabricaban con las cosas olvidadas.

Uno de ellos, de pelo rubio, se sentó sobre un montón de objetos desagradables y simplemente se nos quedó mirando como si fuera un animal.

—Buenas tardes, enHERVOR —dijo Margaret.

—Lo mismo te digo, guapa.

Parte de la escoria de enHERVOR se rió al oírlo, yo les lancé una dura mirada y se callaron. Uno de ellos se pasó la mano por la boca y se metió en su choza.

—Sólo quería ser sociable —dijo enHERVOR—. No te ofendas.

—Sólo hemos venido a echarle un vistazo a la Olvidería —dije.

—Bueno, pues toda tuya —dijo enHERVOR, señalando la Olvidería, que poco a poco iba alcanzando una altura cada vez mayor, hasta tal punto que los grandes montículos de cosas olvidadas eran montañas que seguían y seguían al menos durante un millón de kilómetros.