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Pauline y yo entramos en la sala y nos sentamos en un sofá en medio de la arboleda que había junto al gran montículo de rocas. Estábamos rodeados de faroles.
Le cogí la mano. Su mano tenía mucha fuerza, adquirida por el método de la ternura, y esa fuerza hacía que mi mano se sintiera segura, aunque también había cierta excitación.
Se sentó muy cerca de mí. Me llegaba el calor de su cuerpo a través del vestido. En mi mente, ese calor era del mismo color que su vestido, una especie de dorado.
—¿Cómo va el libro? —preguntó.
—Bien —contesté.
—¿De qué trata? —dijo.
—Oh, no lo sé —dije.
—¿Es un secreto? —preguntó, sonriendo.
—No —contesté.
—¿Es una novela romántica, como algunos de los libros de la Olvidería?
—No —dije—. No se parece a esos libros.
—Me acuerdo de cuando yo era niña —dijo—. Solíamos quemar esos libros como combustible. Había muchísimos. Ardían mucho tiempo, pero ahora ya no hay tantos.
—No, es sólo un libro —dije.
—Muy bien —dijo Pauline—. Te dejaré en paz, pero no se puede culpar a nadie por ser curioso. Hace mucho tiempo que aquí nadie escribe ningún libro. Al menos desde que yo nací.
Entró Fred, que ya había lavado los platos. Nos vio entre los árboles. Las farolas nos iluminaban.
—Eh, hola —gritó.
—Hola —le contestamos.
Fred se nos acercó, cruzando un pequeño río que en yoMUERTE desembocaba en el río principal. Pasó por un pequeño puente metálico en el que resonaron sus pasos. Creo que ese puente lo encontró enHERVOR en la Olvidería. Lo trajo y lo colocó.
—Gracias por fregar los platos —dijo Pauline.
—No hay de qué —contestó Fred—. Lamento molestaros, pero se me ha ocurrido venir a recordarte que te reúnas conmigo mañana por la mañana en la prensa de madera. Hay algo que quiero enseñarte.
—No lo he olvidado —dije—. ¿Qué es?
—Te lo enseñaré mañana.
—Bien.
—Eso es todo lo que quería decirte. Sé que tenéis mucho de que hablar, así que me voy. Ha sido una cena buena de verdad, Pauline.
—¿Todavía tienes eso que me enseñaste hoy? —pregunté—. Me gustaría que Pauline lo viera.
—¿Qué es? —dijo Pauline.
—Algo que Fred encontró hoy en el bosque.
—No, no lo tengo —contestó Fred—. Lo dejé en mi choza. Te lo enseñaré mañana en el desayuno.
—¿Qué es? —preguntó Pauline.
—No lo sabemos —dije.
—Sí, es algo que tiene una pinta rara —dijo Fred—. Se parece a una de esas cosas de la Olvidería.
—Vaya —dijo Pauline.
—Bueno, de todos modos, te lo enseñaré mañana en el desayuno.
—Bueno —contestó ella—. Estoy impaciente por verlo. Sea lo que sea. Parece bastante misterioso.
—Muy bien, pues —dijo Fred—. Ahora me voy. Sólo quería recordarte que mañana vengas a verme a la prensa de madera. Se trata de algo importante.
—Tampoco tengas prisa en irte —dije—. Quédate un rato con nosotros. Siéntate.
—No, no, no. Gracias de todos modos —dijo Fred—. Tengo cosas que hacer en mi choza.
—Muy bien —dije.
—Adiós.
—Gracias de nuevo por fregar los platos —dijo Pauline.
—No ha sido nada.