La chica del farol

Al final ya no soporté más quedarme en la cama sin dormir. Me fui a dar uno de mis paseos nocturnos. Me puse el chaquetón rojo para no tener frío. Supongo que los problemas que tengo para dormir son lo que me hace dar estos paseos.

Caminé junto al acueducto. Es un buen lugar para pasear. El acueducto tiene ocho kilómetros de largo, pero no sabemos por qué, pues hay agua en todas partes. Debe de haber doscientos o trescientos ríos.

Ni siquiera Charley tiene la menor idea de por qué construyeron el acueducto.

—A lo mejor hace mucho tiempo iban escasos de agua, y por eso lo construyeron. No lo sé. No me preguntes.

Una vez soñé que el acueducto era un instrumento musical lleno de agua y campanillas que colgaban de unas pequeñas cadenas de sandía que quedaban justo en la superficie del agua, y que el agua hacía sonar las campanillas.

Le conté el sueño a Fred y me dijo que no le parecía un mal sueño.

—Hacían una música realmente hermosa —dijo.

Seguí caminando un rato junto al acueducto, y luego me quedé inmóvil bastante tiempo allí donde el acueducto cruza el río, junto a la Estatua de los Espejos. Veía la luz que brotaba de todas las tumbas colocadas dentro del río. Es uno de los lugares de enterramiento preferidos.

Subí por una escalera de mano que hay en una de las columnas y me senté al borde del acueducto, a unos seis metros de altura, con las piernas colgando sobre el borde.

Me quedé allí bastante rato sin pensar en nada y sin darme cuenta de nada. No quería. La noche iba pasando y yo seguía sentado en el acueducto.

Entonces vi un farol a lo lejos saliendo del bosque de pinos. El farol discurrió por un camino y a continuación cruzó los puentes y pasó por unos sandiares; a veces se detenía junto a los caminos, primero en uno y luego en otro.

Sabía a quién pertenecía el farol. Lo llevaba en la mano una chica. La había visto muchas veces antes de comenzar a dar paseos nocturnos, a lo largo de los años.

Pero nunca había visto a la chica de cerca y no sabía quién era. Sabía que más o menos se parecía a mí. Y que a veces, por las noches, le costaba dormir.

Siempre me consolaba verla. Nunca había intentado averiguar quién era siguiéndola ni diciéndole a nadie que la había visto por la noche.

De una manera curiosa, era mía y me consolaba verla. Creía que era muy guapa, pero no sabía de qué color tenía el pelo.