El amo de la Olvidaría
enHERVOR se nos acercó. No me hizo demasiada gracia verle. Llevaba una botella de whisky. Tenía la nariz roja.
—¿Habéis encontrado algo que os guste? —preguntó enHERVOR.
—Todavía no —respondió Margaret.
Le lancé a enHERVOR una mirada asesina, pero le resbaló totalmente.
—Hoy he encontrado cosas realmente interesantes —dijo enHERVOR—. Justo antes de ir a comer.
¡Comer!
—Hay que adentrarse más o menos medio kilómetro. Puedo enseñaros el sitio —dijo enHERVOR.
Antes de que yo pudiera decir no, Margaret dijo que sí, y eso no me hizo muy feliz, pero ella ya se había comprometido, y yo no quería montarle una escena delante de enHERVOR para darle algo que contar a su banda y que todos se rieran.
Eso no me gustó nada.
Así que seguimos a aquel gandul borracho durante lo que, según dijo, era sólo medio kilómetro, pero que a mí me pareció uno entero, zigzagueando y ascendiendo los Montículos cada vez más arriba.
—Bonito día, ¿verdad? —dijo enHERVOR deteniéndose para recuperar el aliento junto a un enorme montón de lo que parecían latas, quizá.
—Sí, lo es —dijo Margaret, sonriendo a enHERVOR y señalando una nube que le gustaba especialmente.
Aquello realmente me desagradó: una mujer decente sonriendo a enHERVOR. No pude evitar preguntarme: ¿qué vendrá después?
Al final llegamos a ese montón de cosas que a enHERVOR le parecían tan estupendas, y por las que nos había hecho adentrarnos tanto en la Olvidería.
—Vaya, qué cosas tan bonitas —dijo Margaret sonriendo, y se acercó a ellas y comenzó a ponerlas en la cesta, la cesta que había traído para esas cosas.
Yo me las quedé mirando y no me dijeron nada. Eran más bien feas, si queréis saber la verdad. enHERVOR se apoyó contra una cosa olvidada que era justo de su estatura.