Aritmética

La noche era fría y las estrellas eran rojas. Pasé junto a la Sandería. Ahí es donde convertimos las sandías en azúcar. Extraemos el jugo de las sandías y lo cocemos hasta que no queda más que el azúcar, y entonces lo trabajamos para darle la forma de lo que tenemos: nuestras vidas.

Me senté en un sofá junto al río. Pauline me había hecho pensar en los tigres. Me senté allí y pensé en ellos, en cómo habían matado a mis padres y luego se los habían comido.

Vivíamos en una choza junto al río. Mi padre cultivaba sandías y mi madre hacía pan. Yo iba a la escuela. Tenía nueve años y la aritmética no me entraba.

Una mañana llegaron los tigres mientras desayunábamos, y antes de que mi padre pudiera coger un arma los mataron a él y a mi madre. Mis padres no tuvieron tiempo de decir nada antes de morir. Yo comía gachas de maíz y todavía tenía la cuchara en la mano.

—No tengas miedo —dijo uno de los tigres—. No te haremos daño. No hacemos daño a los niños. Quédate sentado donde estás y te contaremos una historia.

Uno de los tigres comenzó a comerse a mi madre. Le arrancó un trozo de brazo y comenzó a masticarlo.

—¿Qué clase de historia te gustaría oír? Sé una buena de un conejo.

—No quiero oír ninguna historia —dije.

—Muy bien —respondió el tigre, y arrancó un trozo de carne de mi padre.

Me quedé allí mucho tiempo con la cuchara en la mano, y luego la solté.

—Esta gente era mi familia —dije por fin.

—Lo sentimos —dijo uno de los tigres—. De verdad.

—Sí —dijo el otro tigre—. No lo haríamos si pudiésemos remediarlo, si no estuviésemos totalmente obligados a hacerlo. Pero ésta es la única manera que tenemos de sobrevivir.

—Somos igual que tú —dijo el otro tigre—. Hablamos el mismo idioma que tú. Tenemos los mismos pensamientos, pero somos tigres.

—¿Podéis ayudarme con la aritmética? —dije.

—¿Qué es eso? —preguntó uno de los tigres.

—La aritmética.

—Ah, la aritmética.

—Sí.

—¿Qué quieres saber? —dijo uno de los tigres.

—Cuántos son nueve por nueve.

—Ochenta y uno —contestó un tigre.

—¿Cuántos son ocho por ocho?

—Cincuenta y seis —respondió un tigre.

Les hice media docena más de preguntas: seis por seis, siete por cuatro, etc. La aritmética me costaba. Finalmente los tigres se aburrieron de mis preguntas y me dijeron que me marchara.

—Muy bien —dije—. Me iré fuera.

—No te vayas demasiado lejos —me pidió uno de los tigres—. No queremos que aparezca alguien y nos mate.

—Muy bien.

Siguieron comiéndose a mis padres. Salí y me senté junto al río.

—Soy huérfano —dije.

Vi una trucha en el río. Nadó directamente hacia mí y se detuvo justo donde acaba el río y comienza la tierra. Se me quedó mirando.

—¿Qué sabes tú de las cosas? —le pregunté a la trucha.

Eso fue antes de irme a vivir a yoMUERTE.

Al cabo de más o menos una hora los tigres salieron, se estiraron y bostezaron.

—Qué día tan bonito —dijo uno de los tigres.

—Sí —contestó el otro tigre—. Precioso.

—Sentimos muchísimo haber tenido que matar y comernos a tus padres. Por favor, intenta comprenderlo. Los tigres no somos malos. No es más que una cosa que tenemos que hacer.

—Muy bien —dije—. Y gracias por ayudarme con la aritmética.

—De nada.

Los tigres se fueron.

Me fui a yoMUERTE y le dije a Charley que los tigres se habían comido a mis padres.

—Qué pena —dijo.

—Los tigres son muy amables. ¿Por qué tienen que hacer esas cosas? —pregunté.

—No pueden evitarlo —dijo Charley—. A mí también me gustan los tigres. He tenido muchas y muy buenas conversaciones con ellos. Son muy simpáticos y tienen una manera interesante de exponer las cosas, pero vamos a tener que librarnos de ellos. Y pronto.

—Uno de ellos me ayudó con la aritmética.

—Son muy serviciales —dijo Charley—. Pero son peligrosos. ¿Qué vas a hacer ahora?

—No lo sé —respondí.

—¿Qué te parecería quedarte a vivir en yoMUERTE? —preguntó Charley.

—Me parece bien —respondí.

—Estupendo. Entonces no hay más que hablar —dijo Charley.

Aquella noche volví a la choza y la incendié. No me llevé nada conmigo y me fui a vivir a yoMUERTE. Eso fue hace veinte años, aunque me parece que fue ayer mismo.

¿Cuántos son ocho por ocho?