Margaret otra vez, otra vez,
otra vez, otra vez
Metimos a enHERVOR y a los miembros de su banda en una choza y la empapamos de aceite de truchasandía. Para ese fin trajimos un barril, y luego empapamos de aceite de truchasandía todas las demás chozas.
Todo el mundo retrocedió, y justo en el momento en que Charley se disponía a prender fuego a la choza donde estaban los cadáveres, Margaret salió de la Olvidería como si tal cosa.
—¿Qué ocurre? —dijo.
Se comportaba como si no hubiera pasado nada, como si todos hubiéramos aparecido por allí para hacer un picnic.
—¿Dónde has estado? —preguntó Charley, que parecía un poco desconcertado por la actitud de Margaret, tan fría como un pepino.
—En la Olvidería —contestó—. He venido a primera hora de la mañana, antes del amanecer, a buscar cosas. ¿Qué ocurre? ¿Por qué habéis venido todos a la Olvidería?
—¿No sabes lo que ha pasado? —preguntó Charley.
—No —dijo Margaret.
—¿No has visto a enHERVOR cuando has venido esta mañana?
—No —contestó Margaret—. Todos dormían. ¿Qué ha ocurrido? —Miró a su alrededor—. ¿Dónde está enHERVOR?
—Ni siquiera sé si puedo decírtelo —dijo Charley—. Está muerto, él y toda su banda.
—Muerto. Debe de ser una broma.
—¿Por qué? No, hace un par de horas vinieron a yoMUERTE y se mataron en el criadero de truchas. Hemos traído los cadáveres aquí para quemarlos. Ha sido una escena espantosa.
—No me lo creo —dijo Margaret—. No me lo puedo creer. ¿Qué clase de broma es ésta?
—No es ninguna broma —dijo Charley.
Margaret miró a su alrededor. Se dio cuenta de que casi todo el mundo estaba allí. Me vio al lado de Pauline y corrió hacia mí y me dijo:
—¿Es verdad?
—Sí.
—¿Por qué?
—No lo sé. Ninguno de nosotros lo sabe. Simplemente, vinieron a yoMUERTE y se mataron. Es un misterio para todos.
—Oh, no —dijo Margaret—. ¿Y cómo lo han hecho?
—Con navajas.
—Oh, no —dijo Margaret.
Estaba horrorizada, estupefacta. Me agarró la mano con fuerza.
—¿Esta mañana? —preguntó, ahora casi sin dirigirse a nadie.
—Sí.
Noté su mano helada, un estorbo en la mía, como si sus dedos fueran demasiado pequeños para encajar. Sólo fui capaz de quedármela mirando, a ella, que había desaparecido en la Olvidería aquella mañana.