Fresas

Charley debía de haberse comido media docena de pastelillos él solo. Nunca le he visto comer tantos pastelillos, y Fred se comió unos cuantos más que Charley.

Era digno de verse.

También había una gran fuente de beicon, mucha leche fresca y una gran cafetera de café fuerte, y también un cuenco de fresas recién cogidas.

Una chica pasó por el pueblo y las dejó justo antes del desayuno. Una chica amable.

Pauline dijo:

—Gracias, y qué vestido tan bonito llevas esta mañana. ¿Te lo has hecho tú misma? Seguro que sí, porque es muy bonito.

—Oh, gracias —dijo la muchacha ruborizándose—. Sólo quería traer unas fresas a yoMUERTE para desayunar, así que me levanté muy temprano y las cogí junto al río.

Pauline se comió una de las fresas y me dio otra.

—Son unas fresas estupendas —dijo Pauline—. Debes de conocer un buen lugar donde cogerlas. Tienes que enseñarme dónde está.

—Está cerca de la estatua del colinabo que hay junto al estadio de béisbol, un poco más abajo de donde está ese puente verde tan gracioso —dijo la chica.

Tendría unos catorce años y estaba muy contenta de que sus fresas tuvieran tanto éxito en yoMUERTE.

Después del desayuno ya no quedaba ni una fresa, y en cuanto a los pastelillos calientes:

—Estos pastelillos calientes son una auténtica maravilla —dijo Charley.

—¿Quieres más? —preguntó Pauline.

—Tomaré otro si queda más masa.

—Hay mucha —dijo Pauline—. ¿Y tú, Fred?

—Bueno, a lo mejor me tomo otro.