El sol de sandía
Me desperté antes que Pauline y me puse el mono. Una rendija de sol gris atravesaba la ventana y se dibujaba serena en el suelo. Me acerqué y la pisé, y mi pie se quedó gris.
Miré por la ventana y ante mí aparecieron los campos, los pinares y el pueblo hasta la Olvidería. Todo estaba tocado por el gris: el ganado que pacía en los campos, los tejados de las chozas y los grandes Montículos de la Olvidería, todo parecía polvo. El aire mismo era gris.
Aquí ocurre algo interesante con el sol. Cada día brilla con un color distinto. Nadie sabe por qué ocurre, ni siquiera Charley. Cultivamos las sandías de diferentes colores lo mejor que podemos.
Lo hacemos de la siguiente manera: las semillas recogidas de una sandía gris en un día gris y plantadas en un día gris producen más sandías grises.
Realmente es muy sencillo. Los colores de los días y de las sandías son los siguientes:
Lunes: sandías rojas.
Martes: sandías doradas.
Miércoles: sandías grises.
Jueves: sandías negras y silenciosas.
Viernes: sandías blancas.
Sábado: sandías azules.
Domingo: sandías marrones.
Hoy sería un día de sandías grises. Prefiero mañana: día de sandías negras y silenciosas. Cuando las cortas no hacen ruido, y son muy dulces.
Son muy buenas para fabricar cosas que no produzcan sonido. Recuerdo un hombre que fabricaba relojes con las sandías negras y silenciosas, y sus relojes eran silenciosos.
El hombre hizo seis o siete relojes como ése y se murió.
Uno de los relojes cuelga sobre su tumba. Cuelga de las ramas de un manzano y se mece a los vientos que suben y bajan por el río. Naturalmente ya no da la hora.
Pauline se despertó mientras yo me ponía los zapatos.
—Hola —dijo frotándose los ojos—. Ya estás levantado. Me pregunto qué hora será.
—Las seis, más o menos.
—Esta mañana tengo que preparar el desayuno en yoMUERTE —dijo—. Ven aquí y dame un beso, y luego dime qué te gustaría para desayunar.